Casi ya no llora, atrapado en libertad
Entre el 15 y el 24 de noviembre
de 1976 los milicos mataron a mi papá y desaparecieron a los dos hermanos de mi
mamá. En ese contexto nací yo el 26 de noviembre. Mi mamá era militante también.
Unos días después de mi nacimiento mi mamá se fue con mi hermana, de entonces 4
años, y conmigo a esconderse a Miramar, para que no la maten, para que no nos lleven. En
marzo de 1977 nos exiliamos en Israel para salvar nuestras vidas. A esa altura
de la historia Argentina, a un año del golpe de Estado, los militares y sus
secuaces habían matado y desaparecido a por lo menos dos decenas de miles de
personas. Sus objetivos eran políticos y económicos, su método eran la
denigración de la condición humana y su principal herramienta para lograr todo
eso era el miedo. Que la sociedad tenga mucho miedo para que nadie se meta y
quiera impedir que unos pocos se enriquezcan a costa de la miseria de otros
millones y que el país se endeude para siempre.
Algunos desgraciados compararon
la huida de Patcher a Tel Aviv en enero de este año con el exilio de aquellos
años en donde muchos argentinos fueron recibidos por Israel para salvar sus
vidas. La casa de todos los judíos del mundo es Israel. Siempre. Pero hay que
ser muy mal parido para hacer semejante comparación.
La diferencia esencial, más allá
del peligro concreto de vivir o morir, es que aquello fue un problema colectivo
(un genocidio) y esto es un problema individual. Pero ojo, porque justamente el
objetivo de los desestabilizadores es que el pueblo perciba miedo, que ese
miedo individual sea colectivo. Y a diferencia del proyecto político e ideológico
de este gobierno, que se basa en la organización, el proyecto neoliberal fomenta
la desorganización y el caos. Cualquiera te puede matar, entonces de todos hay
que desconfiar. Es una batalla brutal por el sentido y por la descripción de la
realidad. Porque en definitiva la realidad es lo que a cada uno le pasa
psíquicamente. Como les cuesta tapar la realidad objetiva de crecimiento y
mejora de las condiciones de vida del pueblo argentino (datos económicos,
laborales, de salud, etc.) entonces apuntan a la psiquis. Argentina está entre
los países donde más se consume ansiolíticos en el mundo. Eso han generado y
saben que pueden ir por más.
Un pueblo organizado, consciente
y crítico o un pueblo desorganizado, lleno de miedo. Esa es la cuestión.
Ejemplo de eso es la escapada de
Patcher: un problema individual. No se sabe las razones por la cual se escapó
porque si es por sus explicaciones, solo se puede hablar de un tipo con
paranoia, problema que quizás pueda ser abordado en una terapia y no como un
escándalo político, como las basuras concentradas de este país lo quieren
instalar. El objetivo es que la historia de
Patcher sea un síndrome, que se transforme en un conjunto de fenómenos que
caractericen una situación determinada. El síndrome de Patcher, producto de una
cultura individualista dominada por los grandes medios que resiste ante la
interpelación política hecha en Argentina durante los últimos 11 años, de la
mano de Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner. Este proyecto
político, entre sus logros, tuvo la habilidad de ir levantando máscaras de
diversos sectores sociales. Mostrar lo que son y que cada uno elija. Y eso sí da
miedo.
El miedo que dicen sentir los
jueces y fiscales cuando convocan a una marcha para pedir justicia no es el
miedo a qué les pase algo físicamente producto de la agresión de un tercero,
ellos saben muy bien que nada de eso les puede pasar. El miedo que tienen,
real, es a perder sus privilegios, es el miedo a que los conozcan: cómo
trabajan, cuánto ganan, qué causas aceleran y qué causas no. Es parte de la
tensión de esta batalla política y cultural. Son quienes deben impartir
justicia y hacen una marcha pidiendo justicia. Es un reclamo hacía ellos
mismos. Pero el nivel de impunidad que manejan los hace creer que se dirigen a
otros. Le piden justicia al gobierno y cuando el gobierno opina denuncian
intromisión. Es como que Cristina
Kirchner encabece una marcha solicitando que el gobierno termine una autopista.
El síndrome Patcher, además, es
clasista y tiene como único objetivo mantener el status quo. En el camino
muchos se creen realmente afectados y sufren. Pero el objetivo es matar a la
política. Meten miedo a la sociedad diciendo que tienen miedo. Es un síndrome
clasista porque dice tener miedo de los “poderes” cuando no hay ningún hecho
que realmente justifique ese miedo a que les pase algo físicamente. Pero al
costado de esa pantomima, hay jóvenes que siguen siendo asesinados por las
fuerzas de seguridad, hay mujeres y hombres que siguen siendo asesinados por
disputas territoriales para quedarse con negocios de venta y comercialización de
estupefacientes y hay muchas mujeres que siguen siendo asesinadas por sus
parejas. De eso no tienen miedo porque son parte de que siga ocurriendo.
El síndrome de Patcher te quiere
hacer creer que no se puede vivir en Argentina para que te sientas
absolutamente vulnerable, te quiere hacer creer que ese miedo es culpa de este
gobierno, te quita seguridad en vos mismo, generando confusión y angustia. El
síndrome de Patcher es enemigo de la organización. Todos con miedo, sueltos,
solos. En edificios sin portero
eléctrico, sólo con cámaras que no andan y
seguridad privada que de lo que menos saben es de seguridad. En esas
condiciones de estafa desean llegar los salvadores de la patria y si te agarran
así te van a explicar que todo lo que tienen que hacer es necesario para que
estés mejor. En el camino el país se vuelve a endeudar, te quedas sin trabajo
(de verdad), si protestas te van a reprimir, las vacunas las vas a tener que
pagar y los planes sociales se van a eliminar.
Las políticas de memoria de este
gobierno no tienen como objetivo regodearse en el dolor, sino todo lo
contrario. El objetivo máximo es empoderar al pueblo de que cuando vienen por
algunos sectores imponiendo el miedo, en verdad vienen por todos menos por el
5% de la población: los poderes económicos. Conocer el pasado es garantía de
proteger el presente y planificar y soñar el futuro. Conocer es el mejor
remedio para el miedo. Para el síndrome de Patcher cultivado desde la criminología
mediática no hay historia, no debe haber historia. Solo algunos filósofos de
reflexiones coyunturales hechas en un entierro.
La historia de los pueblos no se
escribe con miedo. Ni tampoco la escriben los diarios.
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