En su mayoría, los trabajadores pasaron frente a nuestras narices con el paso apretado, conectados a los auriculares, con la vista fija hacia delante, aparentemente ajenos a la gran final que nos jugamos el domingo; pero muchos otros, cuando nos paramos a su lado, o se frenaron cuando le pusimos el volante en la mano y les dijimos que estamos preocupados por el destino de nuestro país y que queríamos custodiar lo logrado, nos dijeron que nos quedásemos tranquilos, que votarían a Scioli, que Macri no quiere a los pobres, a los humildes, que privatizaría hasta el aire. Otros nos vomitaron sus enojos y urgencias, nos puntearon sus diferencias, y también estuvieron los que no pudimos convencer absolutamente de nada.
Hablamos con empleados de seguridad privada y limpieza, profesionales, estudiantes de la universidad de buenos aires y otros casas de estudios bonaerenses, obreros de la construcción, agricultores, lavacopas, mozos, ferroviarios, amas de casa, comerciantes y madres con hijos escolares, entre otros. También con muchos jubilados. El intercambio de palabras siempre fue positivo, ya que conversar con el otro, tal cuál preveíamos, suma. De uno u otro modo, suma. Contagia. Por lo menos despierta interrogantes. Nosotros pudimos empaparnos de realidades –en su mayoría partidos como Pilar, José C. Paz, San Miguel, Escobar, entre otros- que desconocíamos, y ellos tuvieron la chance de escuchar argumentos y cifras que no les llega por ninguna otra vía que la militancia.
Ayer miércoles los científicos con guardapolvo blanco coparon el hall central de la línea Mitre. Eran casi cien, muchos de esos muy jóvenes, y montaron carpas y muestras para que los pasajeros se informasen acerca de los avances y logros que abrazaron durante la última década. Nosotros éramos tres o cuatro veces más que de costumbre. Retiro fue pura fiebre militante. Toda la tarde. Cada pasajero que bajaba del tren y se metía en la boca del subte era abordado por tres o cuatro militantes del llamado proyecto nacional. La energía desbordaba por los cuatro costados.
La elección se gana –si se gana- con la pulsión militante de los sectores de nuestro pueblo que, tal como lo pedía Cristina, se empoderó con los logros que conquistamos todos juntos a lo largo de los últimos años. Somos millones los que queremos seguir construyendo una Argentina grande. Ahí está la victoria. Quizá seamos la mitad más uno. Quizá no. Pero ése músculo que reaccionó con pavor ante la foto que tenemos del otro lado es la garantía de futuro. Es la década ganada. Como le dijimos a tantos durante los últimos días: “Esa película ya la vimos, amigo. No nos suicidemos. Vamos para adelante con Daniel Scioli”.
En las renovadas terminales de trenes tuvimos también la oportunidad de conocer verdaderos tesoros humanos. Compañeros. Hombres y mujeres a pie. Laburantes. Compatriotas con los que compartimos una sensibilidad y una serie de valores.
El Bocha, por ejemplo, un trabajador de Lomas de Zamora, padre de siete hijos, peronista desde la cuna, que está híper consciente de lo que nos jugamos el domingo porque en los noventa tuvo que ponerse a vender choripanes en la esquina de su casa y hoy atiende una parrilla con cuarenta mesas. Ya quedamos que en diciembre, más allá del resultado, iremos a probar las tiras de asado con fritas que con un par de sus hijos sirven a unos metros del Camino Negro.
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