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El hombre irritado

el hombre se revuelve sobre el asiento
le pega manotazos al diario que tiene sobre las rodillas
intenta articular algunos argumentos
pero son confusos y contradictorios;
el joven lo observa, respetuoso
su expresión más pronunciada
es el arqueo de sus cejas, debajo de la gorra con visera
pero cada tanto, entre los raptos de rabia del otro
suelta una reflexión, sencilla, sensata
y el hombre, entonces, que tiene unos sesenta pirulos,
vuelve a inquietarse, eleva la voz, sulfura
como si su sangre fuese inflamable
y las palabras del joven, dardos de lumbre.

no los separan más de treinta centímetros
comparten un asiento doble
del tercer vagón de una formación
del ferrocarril mitre, que va hacia Retiro;
el hombre insiste con su latiguillo:
ya vas a ver cuando crezcas
son todos iguales
te digo más, subraya, y eleva el dedo índice,
éstos son los peores;
el chico, de no más de veinticinco
mantiene la calma
los proyectiles no lo lastiman
pareciera que lo fortalecen
o rebotasen, y volviesen a salir eyectados
con el doble o triple de hastío
contra las fibras de la piel de su padre, o tío,
que se las sabe todas
pero no tolera, que el terco de su hijo, o sobrino,
pobre de él
compre el buzón de la década ganada
y no las verdades que revela, desde la trinchera
el Gran Diario Argentino
que en la tapa celebra la anhelada salida del ex secretario de comercio.

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Militamos por el amor

Militamos para torcer el rumbo de la historia
que en nuestras tierras, salvo algunas excepciones,
siempre ha sido injusta
desfavorable para las mayorías.

Militamos a favor de un ideario
que otros hombres y otras mujeres
también han defendido, a capa y espada
aún siendo perseguidos por el poder de turno.

Militamos nuestro mejor presente
en el que más conquistas se han ganado
nos sabemos privilegiados
de una etapa deslumbrante.

Militamos, muchos de nosotros,
como lo han hecho nuestros padres
a ellos se los llevaron
pero nos quedó su ejemplo.

Militamos por el otro
no nos resultan ajenas sus faltas
ni sus desgracias
ni sus anhelos consagrados en la constitución.

Cuarenta y un años después de la vuelta de Perón
nosotros, la generación del Bicentenario
homenajearemos al militante que agotó sus fuerzas
que nos puso en movimiento
que nos llenó de esperanza el corazón.

Militamos por Néstor y Cristina
por nuestros hijos
por nuestra Patria
por el amor.

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Ruegos

Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Primeras horas del mes de noviembre de 2013. Estación Callao de la línea B de Subterráneos. Jueves, a las doce del mediodía. En la calle, está caluroso, y húmedo. Bajo tierra, el sopor se agudiza.

En la base de una escalera mecánica que desciende hasta el andén, una joven mujer, con evidente sobrepeso, está despatarrada sobre un cartón, con la espalda apoyada contra una reja. Con ambos brazos sostiene el pesado sueño de una nena de dos años. “¿No le sobra una moneda, señor? De todo corazón se lo pido, señora”. Frente a sus ojos se abre la boca del túnel por el que bajan, de manera incesante –a veces con parsimonia, atentos a los teléfonos; otras, a las corridas, comiéndose los escalones de a dos-, los sobretodos, polleras, jeans, zapatos con tacos, zapatiilas de lona, ojotas, que pueden depositar una moneda sobre su mano. “No les pido mucho, señora, aunque sea para la sopa”. Su ruego no tiene pausa. A lo sumo, un par de segundos. Lo que tarda en tomar un trago de agua. La voz, rasposa, ya siente el esfuerzo. “Por favor, señora, señor”.

En la boca de la escalera del andén de enfrente –hacia Villa Urquiza- también hay una persona sentada en el suelo. Es varón. Más o menos de treinta años. También pide ayuda. Pero no con el vigor de su compañera. Su semblante está apagado. No lamenta, sino que susurra. Quizá sea una estrategia, podría pensar algún curioso que se sentase cinco minutos en uno de los rígidos asientos del andén para observar cómo se ganan la vida algunos desgraciados. Al lado del hombre, un chico de unos cuatro años juega con unas cartas. Tiene pantalones cortos, y anda descalzo. Sobre los mosaicos del piso hay una bolsa de galletitas y una Coca Cola de 600 cm. Será el almuerzo. También una manta. Y un ejemplar del diario "El Argentino".

El hiriente ruego de la mujer llega al otro lado sólo cuando a ninguno de los dos andenes está arribando una formación. O, a la inversa, cuando los trenes no están partiendo hacia su próxima estación. Son sólo veinte o treinta segundos. En medio de la oración desesperada, si el curioso afila los sentidos, podrá observar que, la joven madre, tuerce el cuello hacia su izquierda, levanta la vista hacia el otro lado, y con un gesto que de ningún modo se ocupa de ocultar, saluda a su pareja, y a su hijo, si es que ellos la están mirando. Un tamborileo de dedos de su mano derecha. Nada más. Luego vuelve a lo suyo.

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Manu y Santino Dios

Manu y Santino Dios