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Nuestra baldosa


Garuaba sobre la avenida Díaz Vélez, el sábado 26 de agosto por la tarde, cuando junto a mi compañera Rocío ingresamos al local “Juana Azurduy” de Nuevo Encuentro (NE). Había unas veinte personas. Nos recibieron con abrazos y cálidas palabras de bienvenida. A algunos ya los conocíamos de la militancia. En el suelo y sobre unos tablones estaban los elementos para preparar la baldosa. El balde, el cemento, el bastidor, la malla de alambre, las letras que conformarían las oraciones, las venecitas. Las paredes estaban decoradas con pósters y fotos de Néstor y Cristina Kirchher, Hugo Chávez, Lula Da Silva. Militantes en distintas movilizaciones. Por lo menos dos compañeros ya estaban capturando fotos y filmando video.

“Hoy estamos acá para trabajar en la preparación de una baldosa, junto a la familia, los amigos, los compañeros, con mucho amor y compromiso con la memoria, la verdad y la justicia”, inauguró la actividad una de las referentes del local, luego de que cambiemos bullicio por silencio. Judith Said, la madre de mi hermano Ricardo y última pareja de mi padre, también llamado Ricardo Dios, que a lo largo de los años ejerció una férrea defensa de los derechos humanos a través de cargos públicos y una militancia inagotable, siempre en el peronismo, celebró la iniciativa, “más aún hoy con Macri en el gobierno y Santiago Maldonado desaparecido muy probablemente a manos de la Gendarmería”, subrayó. Luego de los aplausos, comenzamos a preparar la baldosa. Un rato más tarde llegaría María Bordesio, la hija mayor de Judith, y "media hermana" mía, junto a su intrépida hija menor, Indaia, que por esas horas cumplía sus seis años.

La iniciativa fue de los compañeros de NE. Al frente de una mesa de derechos humanos al interior de la organización, consiguieron información acerca de los desaparecidos del barrio, y ahí fue que se toparon con El operativo Riglos, ocurrido el 15 de noviembre de 1976, en el taller de confección de ropa Ser, de parte de la familia Said. Ese día el Ejército y la Armada asesinaron a nuestro padre. Lo mismo sucedió con un allegado de los Said. Y aparte secuestraron y desaparecieron a un hermano de Judith y a otro militante. También saquearon el taller.

Sobre el operativo Riglos se puede leer acá un trabajo de Natalia Bordesio, la nieta mayor de Judith, e hija mayor de María: http://cargocollective.com/operativoriglos

Con esa historia,  Caballito por la Memoria, compuesta por NE y otras fuerzas políticas del barrio, aparte de militantes de derechos humanos y vecinos sueltos, decidió realizar su primer homenaje. Para armar la baldosa, invitaron al “Cuervo”, un compañero de fierro y padre de dos mellizas, miembro fundador de la Comisión por la Memoria de La Paternal, que hace mucho tiempo patea los barrios para mantener viva la memoria y la lucha de nuestros padres. Acá nos cuenta cómo se arma una baldosa.


Aparte de los militantes y familiares de los homenajeados (nuestro padre, Alberto, el hermano de Judith, el compañero de apellido Ocampo y un allegado de la familia que había ido a hacer un recado al taller), de la actividad participaban dos hombres que nos presentaron ni bien entramos al local. Gerardo y Santiago, de unos cincuenta años cada uno. Ambos inquilinos del inmueble en el que funcionaba el taller de la familia Said. Fue el primero el que hace algunos año atrás la encaró a María, la dueña, de ochenta y cinco años de edad, para preguntarle si allí había pasado algo alguna vez. “Fue pura intuición”, nos contó. Ella le contó los hechos, elaborados a su vez por los vecinos de la cuadra de aquel sangriento 1976.

Santiago tenía un gorro de lana en la cabeza. Lentes. Estaba emocionado. Nosotros lo escuchábamos azorados. Lo más llamativo, la más bella de las casualidades -porque nosotros no creemos en Dios, a pensar de nuestro apellido- es que ambos inquilinos son simpatizantes y adherentes del modelo de país que se construyó entre el 2003 y el 2015. Gerardo alquiló el inmueble entre el 2000 y el 2005. Ahora vive en Para Ti, el único paraíso que Judith conoce de todo Brasil por haber ido ahí junto a sus hijos para celebrar sus cincuenta años. Fue imposible encontrar palabras para sintetizar tanta fraternidad y casualidad. Solo lágrimas y muestras de afecto y asombro. Ambos inquilinos fumaban. Yo hubiese hecho lo mismo. “Lo más loco de todo es que yo allá tengo un taller de ropa”, comentó Santiago, antes de darnos una tarjeta con el nombre de la firma.

Las letras las pusimos entre todos y todas. Un par cada uno. Con la delicadeza y el cuidado de un artesano. Una venecita allá, la otra acá. En círculo, en un clima de fervor contenido, colectivo e íntimo a la vez. De a poco se fue conformando el texto. El cemento todavía fresco. Los compañeros que conocían el paño de las baldosas, guiaban al resto. Nos prestaron una pincita de aluminio. Circulaba un mate y en una mesa de un costado alguien había colocado medio kilo de bizcochos dulces y otros salados. Más fotos y más video.

De repente, sobre el cemento colorado se habían alineado los nombres de las víctimas, el victimario, la fecha, el horror que despiden las palabras asesinato y desaparecido, y debajo de todo, la firma, tajante, tan incuestionable como innegociable: “Fue genocidio. Son 30 mil”. Lo que siguió fue un nuevo aplauso, cerrado, sentido. Un rato antes nos habíamos sacado una foto, todos juntos, con el rostro de Santiago Maldonado.

Cuando nos retirmos con mi compañera -embarazada -, y Manu, el hijo mayor de mi hermano Ricardo, garuaba con más intensidad que hacía un rato. Hacía más frío. Al ingresar al coche, y sentir en el pecho el golpe de un silencio que duró algunos segundos, uno de los tres abrió la boca: “Qué fuerte la actividad. Estuvo mil puntos. Al 9 vamos con todo”.

Así será. En Riglos 744. El sábado 9 de septiembre, a las tres de la tarde, junto a la familia, los vecinos y los compañeros de militancia. Por los caídos, por los que estamos, por los que vendrán, por la justicia social y la felicidad del pueblo.

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Manu y Santino Dios

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