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Karpas

La primera y segunda noche se durmió ahí, tirados sobre una bolsa de dormir, tapados por una frazada, o a un costado sobre uno de los bancos de la plaza que, así, bajo techo, parecía propio, que lo hubiésemos traído de casa –al igual que un cartel verde, municipal, clavado al fondo, de dos metros de altura, que rezaba, en lo alto, Plaza los dos Congresos-. Se consiguió unas sesenta sillas de plástico blanco que, según la necesidad, se pusieron en filas para las charlas, debates, videos, mirando al frente, o en circulo para tomar mate, comer lentejas o discutir coyuntura, o apiladas contra las paredes. Al fondo de la carpa se pusieron dos tablones sobre unos caballetes: un panel, o mesa, donde se sentó la gente que vino para a compartir, contar, o comunicar, por ejemplo acerca de la nueva derecha, o la nueva ley de radio difusión, en el marco de una charla, o actividad. Teníamos una teve y un sonido desde el que sonaba cumbia, rock y folklore. También una turbina que escupía calor por la noche. En las paredes había pegados afiches de todos los tamaños y color, pancartas, fotos, consignas, flameadoras, algún trapo. También tenemos una olla de aluminio inmensa, donde una tarde hicimos chocolatada y una noche helada un guiso de lentejas memorable.
Afuera de la carpa hubo mucho agite, el incansable ir y venir de la gente que se acercaba, sacaba fotos, quería firmar las planillas –algunos lo hacían sin siquiera preguntar, ni mirar lo que firmaban-, llevarse material, preguntar donde nos juntábamos, cuando, como podían hacer para colaborar, o para contarnos que les hacíamos acordar a otras épocas, cuando ellos también le ponían el pecho a la coyuntura, nos decían que no aflojáramos, que los grandes cambios son así, generan resistencia en los sectores a los cuales les tocas los intereses, que tocarle el culo a los que cortaron la pizza toda la vida es, tiene un costo, que la pelea la íbamos a ganar. Los que se acercaban podían ser de cualquier parte: Tucumán, Mar del Plata, Pergamino, Moreno, Berazategui, pero también del colegio de la vuelta, de la panadería de Rivadavia, que yo tengo un hermano que tiene algunas hectáreas en Victoria, Entre Ríos, pero que apoyo las medidas del gobierno, que hay que redistribuir la riqueza, que la justicia Social, que Evita, los pobres, los excluidos, que es hermoso que la juventud peronista esté de nuevo en la escena política nacional.

Te ponías detrás de la mesa, en la puerta de la carpa, media hora, paradito, no mucho más, dando una mano para colgar una bandera, yendo a comprar cigarros, o pan, o atendiendo a un grupo de gente suelta, o de una organización que venía a pedir, o comunicar, algo, una adhesión, una propuesta, a simplemente charlar con uno que también quería ser, aunque sea por un rato, protagonista. En cualquiera de las estas situaciones, o la mixtura de todas juntas, lo que pasaba, por dentro, es que la sangre te corría por las venas a una velocidad poco común. Y cuando mirabas para los costados, y veías que tus compañeros estaban en la misma, hablando como un loro, gesticulando con los dos brazos, atendiendo el celular, escribiendo un mensaje, encontrándote con alguien, llamando a alguien a los gritos, caías en la cuenta de el aire frío que corrió por la zona del congreso estaba totalmente absorbido por una situación única, comparable con muy pocas otras experiencias, histórica. Chicos, grandes, abuelos, vecinos con los perros, trabajadores, desocupados, indigentes, todos los programas de televisión, gente amiga, compañeros y compañeras, familia, dirigentes. Nadie estuvo exento del clima político que se vivió en la zona de las carpas K durante los doce días.
Los grandes medios, en concordancia con el partido que vienen jugando desde que arrancó el conflicto con el campo, hablaron, sin ponerse colorados, de un circo. Banalizaron, y minimizaron, una situación nunca antes vista. Hablaban de la plata que salía montarlas, del costo para la ciudad, de la suciedad, de lo complicado que se hacía transitar por la zona. Pero los que estuvimos ahí desde las nueve de la mañana hasta la una del otro día, en turnos, sabemos que en todas las carpas, por lo menos las carpas kirchneristas, lo que se respiró fue política, ideas, valores, convicciones, historia, presente, futuro, nada menos que un proyecto de país en juego. Tanto nosotros, como el río de gente que transitó la zona, estuvimos atravesados por una adrenalina sumamente contagiosa, alegre, convincente, que te comía los tobillos, la panza, la espalda y los cachetes de la cara. Nunca antes se había respirado tanto revoloteo cívico en la plaza de los dos congresos. Nunca antes se había instalado una carpa a favor de las políticas de Estado de un gobierno. Hay que salir a decir estas cosas: nunca antes se había instalado una carpa, varias carpas, a favor de un proyecto de país. Nos guste o no, es así.
Nosotros, los hermanos Dios, estuvimos ahí, enmarcados en las actividades del GEN y la JP, porque formamos parte de de un proceso político que ya hizo historia. Nos motoriza la idea de construir un país más soberano, justo y solidario. Nos gusta la política porque es con esa herramienta que podemos generar los cambios sociales por los que el campo popular de nuestro país viene peleando hace décadas. Estuvimos en la carpa de la juventud, muchos de nuestros compañeros sin respiro, durante más de diez días, porque entendemos que las retenciones a la exportación de granos es una medida justa, constitucional, que apunta a sacar donde sobra y poner donde falta. No hay mucho misterio.

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Manu y Santino Dios

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