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Despenalización

Una parejita de no más de veinte años se mima bajo el sol, acostados boca arriba sobre el pasto de una de las plazas que están frente a la terminal de ómnibus de Retiro. Mientras la zona colapsa por el tráfico y la gente que camina una encima de la otra, ellos, entre risas y besos, se fuman uno.
Un agente de la policía federal, también joven, ancho de espaldas, encara, a paso rápido, en dirección a los chicos. Un pibe con la remera de Huracán, desde una parada de colectivo, se aviva, y le pega un chiflido al chico que se revuelca sobre los muslos de la novia con el porro en la boca. El novio, al tercer silbido, levanta el cogote, individualiza al loco que le hace señas, se da vuelta, ve venir al policía de uniforme y, de un solo movimiento, se pone de pié, y tira del brazo de su novia para que ella también se levante. La abraza y, detrás de su espalda, apaga el faso con un salivazo que pone entre el dedo gordo y el pulgar. Con el policía a unos diez metros de distancia, el chico descarta el porro sobre un arbusto.

- Quedate quieto, flaco. Abrí las piernas y poné las manos detrás de la cabeza.
- ¿Qué pasa, oficial?
- Te dije que te quedes quieto –le pone una mano en el pecho-, las manos detrás de la cabeza, dale –y le da un par de patadas en las piernas para que las abra-.
El flaco abre las piernas y se lleva las manos a la cabeza. Ella se queda dura, con los brazos pegados al cuerpo.
- Estaban fumando. ¿Dónde está? –el agente, sin sacarle la vista de encima, se agacha y le revisa los tobillos, las piernas, la cintura, las axilas y el pelo de la cabeza -, ¿vos también fumas porrito? –le dice a ella.
- No estábamos haciendo nada, oficial –dice él.
- Callate la boca y dame tus documentos.
El chico le pasa los documentos. Ella también, sin que se lo pida. El agente mira las fotos y después los observa a ellos. Ella le baja la mirada enseguida. El novio tarda un poquito más.
- Vaciá los bolsillos ahí -le marca una zona de pasto que tienen al lado-, y sacate las zapatillas.
- Pero oficial...
- Callate la boca.
El novio saca monedas, llaves, un paquete de cigarrillos, algunos papeles y se los pasa. El agente le marca el césped con el mano –sigue hojeando los documentos-, y el chico deja sus cosas en el pasto junto a la billetera de lona que acaba de sacar del bolsillo de atrás de su pantalón.
- No tengo nada, oficial. Ya nos íbamos.
- Las zapatillas.
El flaco se sienta, se saca las zapatillas, las da vuelta en el aire. El policía se las saca de la mano, les saca las plantillas, y tira todo sobre el pasto.
- ¿Vos tampoco tenes nada? -le pregunta a la flaca. Ella niega con la cabeza.
- Segura, ¿no? –el agente es tosco y su tono de voz es de cuartel-, después que no me entere que la tenías en tu ropa.
- No tengo nada, oficial.
El chico se pone de pié. El agente le dice que levante las manos y sin perdelo de vista se acerca hasta el arbusto, mete la mano, agarra el tucón, y lo mete en el paquete de cigarrillos del chico (Philip Morris diez).
- ¿Qué están haciendo acá? – ahora revisa los papelitos, los mira, los da vuelta, lee.
- Nada, oficial, paramos un ratito a tomar sol.
- A drogarse –corrige el agente, y les clava los ojos: - ustedes son dos faloperos.
- Disculpe, oficial, pero nos tenemos que ir a la facultad –dice ella, trabándose.
- ¿Qué estudian?
- Sociología -contesta él, mientras le acaricia la mano a la novia por lo bajo.
El agente hace un bollo con los papelitos y los tira al pasto. Se agacha y revisa entre las monedas, olfatea las llaves.
A unos veinte metros, en las paradas, algunas personas se entretienen con la escena. El hincha de Huracan sigue ahí, firme, camuflado por el gorro Nike con visera.
- ¿Saben lo que vamos a hacer?
Dicen que no con la cabeza. Él sigue con las manos en la nuca y las piernas abiertas.
- Voy a llamar al comando y los voy a llevar presos.
- Por favor, oficial -dice él-, ella es chica, se le va a armar quilombo en la casa.
- Es problema de ustedes, lo hubieran pensado antes –ahora el tono del joven oficial de la Policía Federal, rapado, con el uniforme ajustado al pecho, es sobrador.
- No somos delincuentes, señor, ¿por qué nos va a llevar presos?
- Porque están cometiendo un delito. Si choreas un auto, o te fumas un porro, para mi es lo mismo.
El chico se toma el permiso de tocarle el brazo al agente, pero el otro se lo saca de encima con un brusco movimiento del brazo:
- Quedate quieto, guacho. No me toques.

El agente saca la radio del cinto, se pone la radio en la oreja, aprieta un botón colorado, y entabla contacto con el comando. Le preguntan cual es la situación. Cuenta que enganchó a dos personas con droga. Masculino o femenino. Uno y uno. Qué sustancia. Marihunana. Cuanto. Medio cigarrillo. La comunicación se silencia (queda una fritura flotando en el aire), hasta que a los pocos segundos, el que está del otro lado le dice: "Maidana, sos un gil. No nos rompas las pelotas con huevadas". Risas. Fin de la comunicación (con las risas de fondo).

El color de la cara del agente cambia en pocos segundos. Los cachetes se le ponen colorados y una fina capa de gotitas de transpiración le moja la frente. Aprieta con fuerza la radio, y su respiración se agita y acelara. Los chicos no mueven un sólo músculo de la cara. Guarda la radio, se saca la gorra de la cabeza y se pasa la palma de la mano por el pelo. Respira hondo. Vuelve a mirar hacia los costados.
- Que miras, puto -le dice al novio cuando le engancha la mirada. Se lo dice a muy corta distancia y con la boca casi cerrada, los dientes apretados. Con muchísimo cuidado, es ella quien ahora toma los dedos de la mano de su novio.
- ¿De qué te reís, putito? -el chico no hace ni dice nada, le esquiva la mirada-, ¿te pareció divertido que me deliren?
- No.
El agente Maidana mira de nuevo hacia los costados, por encima de la cabeza de los dos chicos:
- Aparte de puto y drogon, ¿también sos rocho?
- No.
- Tenés cara de rocho. Andan choreando en esta plaza –marca con el índice la zona -, no seras vos con algunos amigos, ¿no? –le pasa el índice por la cara, hace presión sobre la frente.
El chico, la pera pegada al pecho, niega con la cabeza. Se le infla y desinfla el pecho, abre y cierra las manos que tiene sobre su propia cabeza.
- ¿Qué pasa? ¿Me querés boxear? - el agente tiene la mano sobre la culata de la pistola. Vuelve a mirar hacia sus costados. Algunas de las personas, cuando se ven observadas por el agente, miran para otro lado. Otros directamente se van.
- Sos un cagón -le dice -, puto y cagón. Los pendejos como vos son una lacra. Te rompería todo –al agente le tiembla la mandíbula y se le escapa saliva cuando habla.
- Bajá los brazos –le ordena.
Nada.
- Bajá los brazos, te dije –y con su propio brazo hace fuerza hasta que el otro los baja y deja pegados al cuerpo.
- Dejános ir, por favor -irrumpe ella con un hilo de voz.
- Calláte la boca -el oficial le clava los ojos y ella retrocede unos centímetros para atrás.
Del grupo de gente que se juntó a unos pocos metros, se desprende otro agente de la policía federal, que avanza hacia ellos.
Maidana lo ve venir. Duda uno, dos segundos, y retrocede medio metro. Se acomoda la ropa, la gorra, se limpia la transpiración de la frente.
Los chicos lo miran. También al agente que se acerca.
El agente retoma la compostura de un policía Federal hecho y derecho, mira de nuevo hacia la gente que observa con una mezcla de morbo y curiosidad, se pone la gorra, se acerca al novio y, al oído, casi sin abrir la boca, le dice:
- Tómenselas.
El chico levanta la cabeza y lo mira con desconfianza. Ella le tira de la mano y lo arrastra hasta el pasto. Él agarra sus pertenencias, las
guarda en el bolsillo, todas juntas. Levanta las plantillas, el calzado, y arrancan en dirección a Libertador.
- Algún problema, oficial –dice el recién llegado, con la gorra en la mano.
- No, los chicos ya se iban. No creo que los volvamos a ver por acá.
El chico, a unos quince metros, se pone las zapatillas mientras camina, con la mano apoyada en el brazo de ella. No se dan vuelta ni una sola vez. Al rato se los pierde de vista entre la gente que atraviesa la plaza llena de sol.

1 comentario:

La Flaca Benelli dijo...

Me encantò! Espero sea pura imaginaciòn...

Manu y Santino Dios

Manu y Santino Dios