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Hora pico


En este momento no se está hablando del tema, pero cuando salte algún fusible que pueda salir a venderse como reflejo del humor social generalizado, la problemática será parte de la agenda mediática una vez más.

El transporte público está colapsado. Es cierto. Cualquiera de nosotros puede comprobarlo. Entre las seis y la siete de la tarde de cualquier día de la semana, uno encara, por ejemplo, hacia una estación de la línea C de subterráneos, desciende unos cuarenta escalones, compra boleto, sigue denscendiendo algunos metros más, y se quiere subir a una formación que va hacia Constitución, y ya. Ahí está todo.

Diagonal Norte, la estación que está debajo del obelisco, es, sin dudas, de toda la red de subterráneos de la ciudad, por la que mayor cantidad de pasajeros transita todos los días. Se llena de punta a punta si el subte tarda más de tres minutos en aparecer. Cuando los focos del primer vagón de la formación aparece en la curva del fondo, y aminora la velocidad, mete la trompa, llega, y abre las puertas, una maza compacta de laburantes, de los dos sexos, de entre veinte y cuarenta años, en su mayoría de la zona sur de la provincia de Buenos Aires, se mete dentro del vagón llevándose todo por delante, y ocupa cada centímetro que pueda llegar a existir dentro del vagón.

La gran mayoría de estos trabajadores que vuelven a sus casas después de cumplir turnos de ocho, nueve, diez horas, son los que hacen las tareas de limpieza, mantenimiento, o seguridad, en los tantos edificios públicos y empresas privadas que pueblan el centro y micro centro porteño, los que laburan en las tantas casas de comida, bares, restaurantes, o estacionamientos, los vendedores ambulantes, los hombres-carteles, los que reparten volantes; en definitiva, la mano de obra especializada que necesitan aquellos que brindan los diferentes servicios que se dan en la ciudad. Son muchos los que vienen desde sus pagos, bien temprano, y se vuelven a sus casas cuando la actividad de las oficinas afloja. Muchos de verdad. Una vez adentro de la formación, uno queda pegado al de al lado, las mochilas en la espalda, la transpiración en la frente, y la mirada fija en algún punto del vagón. No te podes mover. Son tres o cuatro estaciones que no se puede estar. Después afloja un poquito porque algunos se van bajando. Y el grueso termina su viaje en Constitución. Molinetes, escalera, hall central de la línea Roca, otro andén, pero al aire libre, tren, de nuevo apretados, y después de un rato más de viaje, finalmente, casita (aunque algunos se tienen que tomar un bondi para que, ahora sí, lleguen a su casa).

Hace unos días, un tachero de la zona de Gerli, sur de la provincia, me contaba, mientras me llevaba de un lugar a otro en el centro, y mirándome por el espejito retrovisor, que su hija, en los noventa, tomaba el colectivo sobre la avenida Mitre y viajaba sentada hasta su trabajo. "Ahora", marcó con el dedo en dirección al suelo, "desde las ocho, y hasta las diez de la mañana, los colectivos no paran porque no entra más nadie".

Viajamos mal, sí. Es cierto. Pero no perdamos de vista algunas cuestiones, más que nada, o sobre todo, cuando son de peso, e incuestionables.

La mayoría de gente que revienta los colectivos, subtes y trenes, en especial los que vienen de la provincia, son, en definitiva, los cuatro millones de personas que ingresaron al mercado laboral durante los últimos dos, tres años. No hay vuelta. Es producto de una serie de medidas del gobierno anterior, y también de éste, y por más que las voces de la eterna discordia digan que las condiciones internacionales favorecieron aquella coyuntura, la decisión política fue apostar a la producción y al consumo. Y por eso se agotan todos los pasajes a los principales puntos turísticos del país ni bien hay un fin de semana largo.

Ahora, parece, hay que apretarse un poco, parar la maquinaria. "No podes crecer quince años de manera ininterrumpida", dijo hace poco un amigo, ya con la crisis financiera internacional haciendo estragos en todo el planeta. Y es cierto. Los índices ya están aflojando. Se habla de reducciones, adelantos de vacaciones y hasta despidos.

Pero cuando quieran ver a los miles de pibes que hasta hacía unos años estaban al margen, por fuera del sistema, y ahora sí, están dentro, con sus botineras, los lentes para el sol sobre la cabeza, ropa de fútbol, gorra con viscera, los brazos tatuados, los ojos cansados, y algún que otro celular del que suena cumbia villera, toménse un bondi, un subte, un tren, que vaya o venga del conurbano, y ya está. Los números, desde hace un tiempo, y a pesar del Indec, no mienten.

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Manu y Santino Dios

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