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Los que trabajan en la playa II

El Trapito 

El punto en el que se cruzan las alamedas 201 y 307, en la exclusiva “Zona Norte” de Villa Gesell, no ofrece ni un poco de sombra. Los veraneantes estacionan allí sus coches y utilitarios y luego de caminar cien metros pisan la arena de la playa. Cuando el tiempo acompaña son decenas de automóviles los que se aprietan en cualquiera de las cuatro esquinas. Si el sol se pone muy bravo hay que resguardarse debajo de las ramas de uno de los álamos que sobreviven sobre la calle 205, en dirección al norte. Ahí se desploma Axel durante los tiempos muertos de su trabajo, entre las 13.00 y las 15.00 horas. Tiene diez años y la franela que lleva en la mano dejó de ser de color naranja hace por lo menos tres temporadas. Tiene la piel del color del río Bermejo porque nació en el Chaco. Baja la mirada cuando el turista pasa a su lado. Si le dicen ‘hola’ o ‘buen día’ devuelve el saludo pero no abre la boca en todo el día. Tiene ojos negros. Pelo ralo, oscuro, y la dentadura derruida por falta de higiene. 

Vengo temprano y me voy cuando se va el último coche. Mi hermano mayor está en la 309. A veces viene a jugar alguno de los primos, pero casi nunca. ¿Qué comemos? A veces nos traemos pan y queso. O una manzana. Otras veces, nada, y pido algo en el parador. Algunos turistas me dan diez pesos. Otros cinco. La mayoría dos o una moneda de uno. El año pasado una señora me dio veinte. Nunca les pido plata por haberles mirado el coche. Si me dan, me dan. ¿Sabés cómo me dicen mis primos? 'Fideo' porque soy flaco como un fideo de los largos, ¿viste?.

Axel siempre viste el mismo uniforme: ojotas, jean azul con agujeros en las rodillas y una camisa vieja y descolorida. La vecina que tiene una de las casas más cercanas a la playa le suele dar una jarrita de jugo para que se refresque, aunque quisiera poder decirle a la madre que hacer trabajar a un nene es una insensatez. Axel tiene devoción por los insectos. Si no está acomodando un coche se lo suele ver acostado sobre los canteros de los chalets, atrapando langostas en un pote sucio de cuarto de helado, o poniendo obstáculos de todo tipo en los caminos de tierra que hacen las hormigas para llevar provisiones al hormiguero. 

Una vez le saqué los cuernitos a un escarabajo. Había llovido y estaban por todos lados. Murió enseguida. Ahí aprendí que los cuernos no sólo les sirven para levantar peso. También le abrí la panza a una rana. Quería ver cómo era su estómago. Mi hermano una vez le hizo un tajo en la pierna a un borracho que quería sacarme de la esquina. Sin decirle una sola palabra le hundió el cuchillo acá –y se tocó el muslo-. Yo a una persona no le haría eso. Sí a un gato, para ver qué hace. Pero a un turista, no. 

La madre de Axel realiza trabajos de limpieza en dos hosterías de primer nivel que están edificadas sobre la calle 205. Por la mañana en uno y por la tarde en el otro. Ella y sus cuatro hijos viven en Villa Gesell, del otro lado del Boulevard Buenos Aires, en una casa de una planta con un fondo de cincuenta metros de largo donde tienen plantadas algunas verduras. Con ellos vive el abuelo de Axel, un misógino de ochenta y pico de años que tiene a todo el mundo a los gritos.

1 comentario:

Fan dijo...

Me impactó esta historia!

Manu y Santino Dios

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