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Pases en tiempos de desempleo

Luego de trotar sin ningún apuro durante unos veinte minutos, Carlos se puso a hacer ejercicios aeróbicos en un claro del borde oeste del Parque Saavedra, a pocos metros de la garita de la Policía Metropolitana. Siempre realiza la misma rutina. Mientras tenía trabajo, salía a mover las piernas y cambiar el aire cuando ya el sol se había escondido detrás de la avenida General Paz. Ahora que está desempleado, aprovecha la luminosidad de las mañanas. Al muchacho de la pelota nunca antes lo había visto. Tenía puestos botines, pantalones cortos de la selección nacional y una campera. También una bufanda agarrada al cuello. Carlos se tentó. Hacía por lo menos dos años que había dejado de ir a jugar a la canchita de fútbol 5 con amigos, luego de que el médico le recomendase evitar cambios de ritmo bruscos. “Disculpame, ¿da para hacer unos pases?”, le dijo al muchacho. “Sí, claro”, dijo el otro, con algo de sorpresa. “¿Estás esperando a alguien?”. “No”. Entonces tomaron una prudente distancia y a lo largo de unos quince minutos se dedicaron a pasarse la pelota de un lado al otro. Con la pierna derecha, con la izquierda, a ras del césped, a media altura. Con el revés del pié y de puntín. También intercambiaron algunos pases de arquero, luego de enviar la pelota hacia arriba con el brazo. Recién volvieron a cruzar unas palabras cuando Carlos decidió que era hora de ir a casa.

- Gracias por dejarme patear un poco la pelota, che – le dice Carlos al muchacho, y le estrecha la mano (que notó llena de durezas, rasposa).
- De nada. Soy Marcelo.
- Linda mañana para quemar un poco de grasa.
- Linda, sí. Yo no venía hacía un montón.
- Yo tampoco. Vine mucho en otro momento, con mi hijo, a jugar a la pelota, justamente – dice Carlos, mientras sonríe y eleva las cejas.
- ¿Juega en algún lado?
- Sí, en All Boys de Saavedra.
Silencio.
- ¿Vos tenés hijos?
- No.
- Hoy vine a la mañana porque ando con tiempo. Me echaron del laburo – larga Carlos.
- No me digas. A mí también –dice Marcelo, con los ojos abiertos como platos.
- Cambiamos –ironiza Carlos, con algo de alivio en el pecho, ya que tenía la imperiosa necesidad de compartir y contagiar su veneno.
- Yo laburaba en una fábrica de sodas, acá en Adelina – dice el muchacho, y señala con su brazo izquierdo hacia la gran torre de cristal que se erige a metros del centro comercial DOT.
- Somos dos, entonces.
- ¿Vos dónde estabas?
- En el Estado –cuenta Carlos.
- ¿Es cierto que los otros se la choreaban toda?
- Para mí no. Los medios los odian porque tuvieron los huevos de enfrentarlos.
- Ahora con todo lo que está pasando tienen el culo cerrado.
Otro silencio.
- Yo no voy a volver a vivir lo del 2001 –advierte Marcelo. Un gesto duro y frío le gana la cara.
- ¿Qué te pasó?
- Me echaron del laburo y estuve más de un año como el orto. Tuve que venir al parque a vender ropa y una vajilla de mi vieja.
- Fue tremendo. Me acuerdo.
- En el último mes fui a dos entrevistas de laburo y los dos me dijeron que había que esperar que se reactive la cosa.
- Yo creo que esto va de mal en peor. Eso es lo más preocupante.
- Me llegaron las facturas de gas y electricidad. No las puedo pagar.
- No se pagarán.
- Que me chupen la pija –dispara Marcelo-. - Si tuviera hijos, y no tengo para darles para morfar, salgo a chorear. Te lo juro –dice. En el cuello le asoma una vena.
- ¿Vivís con alguien?
- Estoy solo.
- Habrá que aguantar los trapos.
- Ya me junté con un par de compañeros para pensar qué hacemos.
- Una buena es ir a ver a agrupación política del barrio. Hay unas cuantas.
- No creo. Lo nuestro va por otro lado.
- También hay organizaciones vecinales. Ayer cortaron Balbín para protestar por la construcción de un túnel que quiere hacer Larreta.
- Estamos pensando en otras opciones.
Un nuevo silencio gana la conversación. Ya es hora de irse.
- No voy a volver a pasar hambre – repite Marcelo, que ahora se pone a hacer jueguitos con la pelota.
- Estoy de acuerdo, pero no es recomendable morfársela solo.
- En eso estamos- dice, y le pega una sablazo a la pelota con la pierna derecha. La redonda -algo desinflada, de marca dudosa- se eleva unos quince metros, con tanta mala suerte que queda enganchada en una rama de un pino.
- No te la puedo creer -dice Marcelo.
Luego de levantar un par de piedras de un montículo de tierra que hay al pie de otro árbol, ambos se ponen a tirarle al blanco. Uno, dos, diez intentos. No se destacan por la puntería. Marcelo bufa. Putea en voz baja. Por primera vez se saca la campera. Lleva puesta una camiseta blanca gastada, sucia.
Pasan más de cinco minutos.
- Me tengo que ir, Capo. Disculpame -dice Carlos, que ya tiene helado el cuerpo.
- Andá tranquilo -dice Marcelo, con la cara transpirada y la respiración agitada.
Se estrechan las manos.
- Cuidate –le dice Carlos.
- Vos también.
Luego de caminar unos cincuenta metros, Carlos se da vuelta. Marcelo sigue tirando cascostes hacia la copa del árbol. A su lado hay dos hombres, que aparentemente se sumaron a la cruzada.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Parece que Marcelo está organizando algo para salir a chorear.La inseguridad es efecto de las politicas de ajuste.Que dolor mi pais

Manu y Santino Dios

Manu y Santino Dios