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"Pitu, estás hasta las manos, tu causa la tiene Bonadío"


La noche del 20 de junio último pasado, el Pitu ascendió a la terraza de su casa de la villa 15. Solo. Roto. Para consumir pasta base. Como tantas otras veces que la frustración lo acorrala. Dos hechos lo estaban ahogando. La Alianza Cambiemos está desmantelando las políticas sociales que el gobierno anterior había diseminado en los barrios en los que milita junto a sus compañeros, con las previsibles consecuencias que eso detona sobre los villeros. Y por esas horas se celebraba el Día del Padre. Un día horrendo que le remueve los fantasmas de un pasado doloroso ya que el suyo estuvo preso tres cuartas partes de su vida. El demonio que lo aterroriza desde que se convirtió en un adulto a sus quince años es que sus hijos sufran la ausencia de su padre como le sucedió a él. Los dos más grandes sí tuvieron que pasar por la misma experiencia, mientras él estuvo privado de su libertad. Pero no la más chiquita, que ahora tiene seis años. Kiara. Ella no, por Dios.

Su esposa lo enganchó ahí arriba. A sus pies se expandía gran parte de los techos de material y chapa en los que viven hacinados más de treinta mil personas. Hacía frío y el esqueleto del Elefante Blanco lucía tan espantoso como siempre. Le pidió que se fuese, que esa recaída era imperdonable luego del esfuerzo que todos allí habían hecho para acompañarlo contra su adicción, cuando Alejandro un año atrás se había puesto en manos de los profesionales del Cenareso y más tarde de una psicóloga. Se metió en el coche y se fue. A las pocas cuadras lo detuvo un patrullero. Le encontraron la droga. Se preocupó, se molestó, el pozo ganaba profundidad. Pero faltaba caer mucho más hondo. En la comisaría, apenas lo vio entrar, un oficial le dijo: “Pitu, estás hasta las manos, tu causa la tiene Bonadío”.

Alejandro Salvatierra está detenido hace más de veinte días en una unidad penitenciaria federal de la localidad bonaerense de Ezeiza. Ni él, ni sus familiares, amigos y compañeros lo dudan: se trata de un denso problema de consumo personal que el Ministerio de Seguridad de la Nación, en alianza con sectores del poder judicial y el poder mediático, aprovecharon para profundizar su campaña de criminalización y persecución de dirigentes y militantes kirchneristas. Bonadío le imputó la figura de “Tenencia simple”, uno de los tres tipos que prevé la ley de Drogas número 23.737. Ahora es la Sala 2 de la Cámara del Fuero Criminal y Correccional Federal la que debe decidir Salvatierra recupera si libertad, un derecho que sin duda no hubiese sido cercenado si en su documento tuviese una dirección del barrio de Palermo. Para algunos sectores del poder público y fáctico la figura de Salvatierra representa el hecho maldito del peronismo y su incansable promoción de la movilidad ascendente y la justicia social. Una de las facetas más recalcitrantes, justamente, del kirchnerismo.

Salvatierra saltó a la fama durante la dramática toma de tierras del parque Indoamericano, en el barrio de Villa Soldati, en la comuna 8 del sur de la Ciudad de Buenos Aires, luego de hacerse cargo frente a las cámaras de televisión, con gorra y ropa deportiva, de gran parte de las demandas que los ocupantes le tiraban por la cabeza al Estado porteño y al nacional, en aquel momento a cargo de Mauricio Macri y Cristina Fernández de Kirchner. El primero les echaría la culpa a los inmigrantes. La segunda se haría cargo del problema y pensaría e instrumentaría una solución.

El Pitu habló en nombre de los ocupantes, en el cierre del conflicto, en la sala de prensa de la Casa Rosada, en directo y para todo el país. Los medios de comunicación masiva lo estigmatizaron por su pasado delictivo y por ser villero y kirchnerista. Los foristas de La Nación, Perfil e Infobae se hicieron una fiesta bacanal con su figura. Unos días después, CFK dispuso la creación del Ministerio de Seguridad. Con el paso del tiempo, en varias notas y entrevistas periodísticas, él haría pública su historia familiar, las adicciones, la delincuencia, la cárcel y la posibilidad que tuvo de redimirse al recuperar la libertad en 2008 y encontrarse con un país gobernado por un proyecto político que lo por primera vez en la vida de toda su familia, los incluía.

Alejandro accedió a su primer trabajo registrado por medio de las Madres de Plaza de Mayo, en la Ciudad Oculta, que estaban construyendo viviendas junto a los vecinos por medio de la más tarde denunciada Fundación Sueños Compartidos. Venía de cumplir una condena de más de siete años en un penal bonaerense, en la que se abrazó a la causa evangelista, que allí adentro ejercía una notable influencia entre los presos y el Servicio Penitenciario Bonaerense. Fue allí “en la sombra” que se casó con su compañera y madre de tres hijos, que terminó sus estudios secundarios y que leyó literatura política junto a dos profesores que lo apadrinaron ni bien le pescaron sus condiciones.

Antes, durante su adolescencia, había sufrido junto a su familia las consecuencias del modelo económico neoliberal que derivo en la crisis del 2001, en su barrio. Pasaron hambre, frío y la desesperación de no contar con un lugar para vivir. Fue por esos días que empezó a consumir y a delinquir. Más de una vez dijo que no se justificaba, pero sí que se auto entendía. Años más tarde, luego de acomodarse por la oportunidad que le dieron las Madres, comenzó a legitimar una referencia en el territorio por medio del trabajo social que realizaba junto a su esposa y algunos compañeros. Después del episodio del Indoamericano se enarboló en la causa villera. Nunca más paró. Militó en varias agrupaciones kirchneristas hasta llegar a conducir el frente de villas del agrupamiento político Unidos y Organizados. Su referencia más importante es la del Padre Carlos Mugica, y no por haber nacido en el mismo hospital Salaberry del barrio de Mataderos en el que había dejado de latir el corazón del padre villero, sino, seguramente, por la tenacidad, la fortaleza de levantarse una y otra vez contra sus adicciones y también contra la desigualdad, que ahora con Mauricio Macri y sus socios en la Rosada vuelve a sus niveles históricos.

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Manu y Santino Dios

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