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Más no puedo pedir


La jornada transcurrió tan rápido como todos los acontecimientos que sabemos únicos, irrepetibles. Alguna vez un escritor con el que estudié utilizó la expresión "momento epifánico". O un sueño. Junto a los tuyos, los incondicionales. Junto a los compañeros. Junto a hombres y mujeres que admirás. Y con la excusa de presentar un libro, yo, que hace no tantos años atrás era un barrilete que no tenía nada de cósmico; para colmo, un libro especial, intensamente deseado, como los otros dos que publiqué, más los que intentaré seguir publicando, pero con el valor extra de estar cocido con otro de los grandes condimentos de mi vida: las convicciones políticas. 

El futuro llegó y durante toda la mañana, el mediodía y la tarde no pude bajar a un papel ni dos ordenadores de la intervención que ofrecería frente a una platea probablemente llena. No hubo forma. En mi cabeza las ideas y escenarios posibles transcurrían como una película, pero de repente estábamos en el salón Juan Domingo Perón de la legislatura porteña, junto a Paula Penacca y Javier Andrade, compañeros y legisladores, y también Carlos Tomada, compañero, legislador y prócer de la Patria por la inmensa tarea que realizó en la cartera nacional de Trabajo. Y a mi izquierda, el biografiado, claro: Ale Salvatierra.

Aproveché una imagen que me dejó picando mi antecesora en el uso de la palabra, Paula, para hilar una serie de definiciones sobre la biografía. El resultado, pienso ahora, fue decoroso. Junto al resto de los oradores, coincidimos en el eje central del libro: hablar de la vida de Salvatierra es hablar de un hecho político y colectivo que nos atravesó a todos para siempre.

Luego habló el Pitu, y como cada vez que lo hace, logró conmover a los cien hombres y mujeres que estuvimos en la presentación. Incluidos los mozos y la locutora de la casa. Tiene el don de un encantador de serpientes, como me dijo una compañera. Por más que ya lo hayas escuchado hablar una, dos, varias veces, el tipo te sacude con una definición que ni Laclau pudo macerar, producto de una experiencia de vida signada por la exclusión y el roce con situaciones de vida extremas, y una mente lúcida que durante la larga noche neoliberal estuvo a merced de los estupefacientes y la adrenalina del delito, y algunos años más tarde, por medio del brazo protector del Estado inclusivo de la década ganada, se puso a disposición de los suyos, la práctica política y los intereses nacionales.

Más no puedo pedir. Encima, me di el gusto de mirar a los ojos a mi compañera, enternecerme con su mirada y sus ojos húmedos, y frente a mi hijo de 13, mis hermanos y mis padres, los compañeros, Carlos Tomada y los editores del libro, comentarle a todos los presentes, con el micrófono y el corazón en la boca, que en octubre vamos a ser padres de un varón.

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Manu y Santino Dios

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