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Historias de cuarentena (9)

Tamara y su curiosidad por las ventanas, por Irene Peisker

A Tamara desde pequeña le había gustado mirar por las ventanas de las casas mientras caminaba a paso ligero. En general sucedía cuando se escapaba de su casa después de una pelea con los padres o cuando la angustia la atormentaba. Pero a veces, solo a veces, cuando se sentía una soñadora con posibilidades. En esos momentos se le ocurrían las mejores historias.

No miraba para chusmear lo que pasaba en el interior, ni siquiera era necesario que la ventana estuviese abierta, simplemente cuando alguna atraía su mirada echaba un rápido vistazo y se armaba una historia sobre los moradores. A veces una misma ventana le inspiraba historias muy distintas disparadas por un olor, un color o una presencia apenas percibida. Después creció y la vida ya no le dejó lugar ni tiempo para esos juegos.

Pero apenas un par de semanas atrás todo había cambiado. El mundo, no solo su mundo, se había parado y corría vertiginoso dejándola encerrada en su casa en la quietud del aislamiento social preventivo mientras el virus con corona se expandía y generaba muerte a su paso. Por ese entonces vivía sola y muy cómoda consigo misma hasta que tuvo que hacerlo 24 horas por día durante largos 14 días que pronto pasarían a ser más.

Todas las noches, como muchos de sus vecinos, se asomaba al balcón para aplaudir a los trabajadores de la salud que arriesgaban sus vidas y también a un montón de otros trabajadores que cumplían sus obligaciones para que ellos, los que aplaudían, para que ella pudiera encerrarse en su casa hasta que el peligro amainara

Y empezó a descubrir nuevas ventanas que se abrían a las 9 en punto para ese aplauso colectivo, lo único que podrían compartir en mucho tiempo. Después miraba esas mismas ventanas durante el día, las espiaba y se imaginaba la vida de las personas apenas perfiladas en las noches. Algunas estaban siempre cerradas lo que le hacía pensar que sus habitantes eran unos ortivas pero había una que logró atraer su atención, en las horas de sol estaba siempre abierta pero con las cortinas corridas, solo cuando una brisa las movía podía entrever algo del interior.

Pero por las noches una silueta quedaba enmarcada en la semi penumbra de la habitación y parecía participar tenuemente del ritual. Tamara sintió que su curiosidad se disparaba, no podía dejar de mirar furtivamente a toda hora. Hasta tuvo miedo que la descubriera. Trató de fabricar un relato convincente sobre el habitante de aquel departamento que nunca salía al balcón ¿Sería uno de los que trajo el virus a la Argentina desde el extranjero? O tal vez un prófugo de la justicia. ¿Un solitario que disfrutaba de su soledad?

No podía dejar de mirar ese balcón y esa ventana, hasta llegó a enojarse, si ella tuviera ese ventanal con esa terraza no estaría todo el día encerrada en el interior de su departamento. Lo comentó con sus hijos que se rieron desde sus propios encierros.

Una noche, ya harta de que el tipo ese no se asomara ni diera mayores muestras de importarle lo que pasaba a su alrededor (aunque a veces parecía que aplaudía) decidió hacer mucho bochinche solo para que sintiera su presencia. Se armó con una vuvuzela recuerdo de algún mundial de fútbol y una campana muy sonora recuerdo de unas vacaciones en Córdoba cuando todavía tenía marido, y les dio con ganas parada entre las macetas que llenaban su pequeño rincón. Una sonrisa de satisfacción le cubrió el rostro cuando vio que el corría un poco más las cortinas y aplaudía en dirección a donde estaba parada.

Cuando se acostó a dormir sabía que soñaría con él pero cuando despertó a la mañana siguiente estaba pensando en su primer novio, ese que le había movido la estantería mientras pasaba de la adolescencia a la juventud, y aun cuando eran tan distintos. Todo el día los recuerdos fueron y vinieron y cuando a las 21 horas comenzaron los aplausos volvió a participar pero sin mirar hacia lo del vecino de enfrente. Hasta que escuchó una voz que gritó por encima del ruido ensordecedor.

– Tamara ¿sos vos? Cuando todo esto termine tenemos que juntarnos a tomar un café y contarnos nuestras vidas.

No podía creerlo, la cuarentena le había devuelto a Juan, su primer amor, el que empezó a participar tibiamente en política para acompañarla a ella, el mismo que nunca había podido olvidar. Corrió al interior de su casa temblando de expectativa, la cuarentena dejó de ser un pasar de horas huecas, iba a usar esas horas que le habían sido regaladas para llegar al encuentro lo mejor posible.

Una de sus ventanas por fin le había respondido.

Manu y Santino Dios

Manu y Santino Dios