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Geraldine

Diario en su versión digital publica información de último momento: "cotorra despechada genera revuelo en barrio norte".


La cotorra pegó el pico a la puerta, cerró los ojos y revoloteando las alas con una fuerza que ni ella entendía de dónde le nacía, empujó la puerta hasta lograr que se cerrase.

Al rato, y cada vez que él le tocaba el timbre, ella, del otro lado, contestaba:

-¡Ya va!

Incluso con la puerta entornada, frente a ella, dudó, pero ¿cuantos meses más iba a esperar que el hombre reaccionara? ¿No era hora de tomar desiciones y terminar con la insana costumbre de que elijan por vos?

De apretar con insistencia el timbre, el encargado del exclusivo edificio de la avenida Libertador -un correntino de casi uno noventa de altura, pelo rubio quemado y ojos celestes-, pasó a levantar la voz. Lo hacía con disimulo, tapándose parte de la boca con una mano y mirando por detrás de su hombro, pero era evidente que la calma le duraría unos pocos minutos:

- Geraldine, por favor.
-¡Ya va!

El hombre vivía solo. Nunca había contraído matrimonio y se le conocía una sola novia, allá lejos en el tiempo. Era introvertido, extremadamente celoso, ordenado para su trabajo y muy educado con los propietarios de los departamentos.

- Dale, Geraldine.
- ¡Ya va!

El hombre, testarudo, se negaba a traerle un macho para que le haga compañía, en especial, los domingos por la tarde, momento de la semana que el hombre se encerraba en el bar de la vuelta a ver el fútbol y tomar whisky con otros encargados de la zona.

- ¡Ya va!

No le iba a abrir. De ninguna manera. Qué se pudra en el pasillo, qué duerma en la sala de maquinas o en la terraza que tiene vista a los bosques; que le toque el timbre a la repelente señora del octavo que ni en los días de fiesta sonríe.

El hombre, cuando estuvo seguro que ninguno de los dos ascensores descendía hacia la planta baja, ahora sí, arremetió con los golpes: ¡pum, pum, pum! Sus puños de hijo de peón rural tardaron varios segundos en ponerse colorados, y sobre la frente aparecieron unas gruesas perlas de transpiración.

En la habitación de su amo, Geraldine, precoz y provocadora, volaba en círculos desmedidos y a una velocidad que ponía en riesgo su propia vida - el rosario color crema que colgaba del ventilador de techo, ante cada vuelta, se deslizaba de manera casi imperceptible-.

Nunca se supo si la reacción desenfrenada de Geraldine fue producto del júbilo o, por el contrario, de la desesperación, pero sí estamos en condiciones de asegurar que la decisión de dejarlo al amo fuera de su propia casa detonó dentro de su pequeña alma sensaciones hasta el momento desconocidas.

El encargado, finalmente, lleno de ira, arremetió contra la puerta durante varios minutos. Los vecinos del edificio alertaron a la policía y fue recién a partir del trabajo de los bomberos de la zona que el hombre pudo ingresar a su vivienda.

A partir de ese día, Geraldine volvió a la jaula, un lugar del que nunca la debería haber sacado, declaró Ricardo, el correntino, sentado al pie de la mesita de roble del palier del edificio, tomando un te que le había preparado la señora del 5to. A.

1 comentario:

El negro de Palermo dijo...

¡Cuantas Geraldine y cuantos correntinos que hay dando vueltas por ahí!

¡Basta de cortarle las alas al deseo de libertad!

Muy bueno el programa.

Manu y Santino Dios

Manu y Santino Dios