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Mi 24 de Marzo

En una unidad básica de Villa Lugano, un grupo de compañeros prepara una intervención callejera. Están sentados alrededor de una vieja mesa de madera y trabajan con tijeras, folios, tanza, cinta adhesiva, y los retratos de quince desaparecidos de su barrio. En cualquier otro momento estarían hablando unos con otros, de modo atropellado, incluso a los gritos. Pero hoy predomina el silencio. En parte porque acaban de almorzar unos sándwiches, y la digestión es lenta y pesada, pero más aún -creo yo- pesan las ausencias. Aunque ya hayan pasado cuarenta años. Los militantes populares de las fotos son jóvenes. Sus datos personales son estremecedores. Aparte de militar en distintas agrupaciones políticas, o tener militancia gremial en una fábrica, estudiaban, trabajaban, tenían parejas, hijos. Cientos de veces vimos sus bigotes y sus hebillas en las fotos en blanco y negro. Es la generación que se jugó hasta la propia vida por sus convicciones. Allá lejos, en los setenta.

Los militantes de la básica también son muy jóvenes. En su mayoría tienen entre veinte y treinta años. Algunos estudian en la facultad de ciencias sociales. Otros trabajaban en el Estado nacional hasta hace unos días. Algunos dan una mano en los comercios de sus padres. Otros van al gimnasio. La mayoría sufrió las consecuencias de la crisis del 2001 y se sumó a la militancia cuando perdimos a Néstor Kirchner. A Cristina también la llevan en el corazón, y hoy la extrañan con desesperación. Pero ahora terminan de anudar y depositar con delicadeza, dentro de un par de cajas, la hilera de fotos de los militantes que se chupó el terrorismo de Estado. Luego levantan una mesa, una sombrilla azul marino del Frente para la Victoria, un par de sillas de plástico, cierran la persiana de la básica y se dirigen casi sin hablar hacia el corazón comercial del barrio.


En el boulevard todavía se respira la quietud de la tarde. Falta un rato para que los vecinos salgan a darle una vuelta al perro. Los jóvenes aprovechan para cruzar la tanza, a la altura de la cabeza, entre una estatua que nadie mira y un árbol. Luego enganchan las fotos. Trabajan de modo creativo e incesante. Ya no hay modorra y están efusivos, como siempre. Los saluda un hombre de pelo negro que maneja un taxi. Otro que pasa caminando con el teléfono a la altura de la boca. Una jubilada frena unos minutos para hablar con una de las chicas. La instalación se puede apreciar desde cualquiera de las cuatro esquinas. Los jóvenes de aquellas viejas fotos en blanco y negro están desaparecidos. Cualquiera lo sabe. O lo intuye. Por ley, se aborda el tema en todas las escuelas del país. La imagen se completa con el grupo de jóvenes que están debajo de la sombrilla. Conversan, ríen, miran sus celulares. Son los militantes del barrio que, cuarenta años después, homenajean a los de las fotos con una actividad de las tantas que hacen todas las semanas. Son los mismos pibes que viven y militan en el barrio, que no aflojan, con las mismas armas que los de las fotos: las convicciones y el corazón.

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Durante la semana, un par de docentes de la escuela pública de la ciudad, desde la Radio Gráfica, me entrevistaron al aire por ser hijo de desaparecidos. Lo primero que hice fue hacer la obligada distinción: Soy hijo de un asesinado y lo puedo ir a llorar al cementerio de Olivos. También conté que la vida me puso por delante un nuevo padre, que todavía conservo, y que tuve la fortuna de que junto a mi madre siempre me hayan dicho la verdad. Incluso la noche del 15 de noviembre de 1976, cuando ella se arrodilló frente a mí y me confesó la más dolorosa de las verdades. Luego relaté las peripecias de una infancia nada ordinaria y mi paso, ya de joven, por la agrupación H.I.J.O.S., en la que no solo me reconocí en mis pares, sino que aprendí a valorar la importancia que tiene la organización como un modo de entender y enfrentar la vida, por lo menos en la Argentina. Como lo hacen los entusiastas compañeros de la unidad básica, que tienen la noble aspiración de promover, hasta donde les de la fuerza, la grandeza de la Patria y la felicidad del pueblo.

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Manu y Santino Dios

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