Van algunas categorías para una posible competencia. Color en las Tribunas, por ejemplo. No nos gana nadie. Muchas parcialidades pintan parte de las cabeceras y plateas de los magníficos estadios mundialistas con el color de la remera de su selección. Algún cartel hecho a mano. Un hombre-pájaro. Un disfraz de súper héroe. Un hombre-vikingo, en el caso de los países nórdicos. Hasta los japoneses pintan con su azul marino algún sector de una platea. Nosotros también tenemos esa virtud –y con los dos colores del albiceleste-, pero aparte sumamos un detalle que ninguna otra hinchada tiene: nuestras banderas –de todo tipo de tamaños-, tienen inscripciones, dibujos o gráficos. La identidad de nuestros “trapos” es inusual para el campeonato mundial que organiza la FIFA. La imagen de las tribunas copadas por nuestra parcialidad rompe con el orden visual que impulsa y propone la organización del torneo. Allí se estampan desde nombres propios de un grupo de amigos, hasta menciones de provincias, ciudades o pueblos. Qué otra hinchada cita en una bandera la frase de un grupo de rock o folclore local, el rostro de sus ídolos o los escudos de los clubes de nuestro futbol doméstico. Pocos, o ninguno. Incluso se puede apreciar más de una referencia política, acorde al tiempo que corre.
Para la categoría Cancionero tampoco tenemos rival. A diferencia de las otras parcialidades, la nuestra entona más de media docena de canciones distintas por partido, que aparte se vociferan a tono con el desarrollo y las emociones del juego y que tienen su inspiración en el cancionero popular de nuestro país. Es difícil encontrar tanta entrega y entusiasmo en otros partidos. Esto es el salto permanente sobre los asientos, aparte de movimiento de brazos –con o sin una remera en la mano- y la mirada puesta en el cielo o techo del estadio. Lo mismo corre para una posible categoría Aliento: se canta durante todo el partido. Se empuja si el resultado no acompaña y se celebra en caso de ir arriba en el tanteador. Nadie puede hacerse el distraído. El aliento es ensordecedor, e incluye escenarios y momentos del día que no tienen que ver con la instancia del partido. Se canta y salta antes del juego, en el medio de transporte que toque viajar, o en las afueras del estadio, y luego, en los bares, plazas y calles. Qué otra parcialidad despliega sus banderas entre los árboles o coches de un campamento de viajeros al costado de una ruta, como si se tratase de una misa del Indio-Solari. Quién es el Indio Solari, preguntaría un europeo.
En esta columna no vamos a discutir la composición socio-económica de las tribunas argentinas en los mundiales, porque si bien es cierto que en las ediciones como la Rusa abundan los Pico Mónaco y Pampitas, también es cierto que hay pibes que ahorraron durante dos o tres años para poder estar ahí. Son estos últimos, justamente, los que garantizan que en las tribunas el foclore futbolero argentino goce de buena salud.
Ser los campeones de la tribuna es mucho más que un premio consuelo. Sé que muchos y muchas estarán de acuerdo.
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