No hubo un gobierno democrático que nos hiciese tanto daño como el de Macri. Fueron cuatro años en los que estuvimos inflamados por la bronca, el dolor y la impotencia. También por la lucha y la resistencia, sí, pero cuando recordemos el período 2015-2019 es muy probable que nos volvamos a conectar con la indignación que nos revelaba hasta límites desconocidos. El daño fue transversal, en todos los aspectos de nuestras vidas, y a una velocidad pasmosa. Cuando creíamos que había colapsado nuestra capacidad de asombro, ellos avanzaban con una nueva mentira, actuación o medida antipopular o en contra de nuestro país. Era moneda corriente, al cruzarnos en un evento social, coincidir en la evaluación de que estaban siendo mucho peor de lo que imaginábamos. Sabíamos que Mauricio era Macri, pero aún así nos sobrepasaron. Sus decisiones de gobierno, su discurso de odio, sus puestas en escena, su lenguaje chabacano, su altanería de clase, su cinismo y perversión, su permanente especulación electoral y falta de responsabilidad institucional, todo formaba parte de una pesadilla que nos atormentaba de día y de noche. Se trataba de una clase dirigente repudiable. Nada bueno llegó de parte de ellos y ellas. Al contrario. Por siempre intentaremos saldar las discusiones acerca de porqué nos sucedió Macri, o Cambiemos. Lo más complejo y duro de asumir es que a pesar de haber generado semejante retroceso económico, político, social y cultural, cuentan con una base social, que no está conformada solamente por las clases altas o las personas de más de sesenta años.
Algo de toda la violencia contenida que veníamos acumulado desde 2016 se expulsó frente al Congreso Nacional, en noviembre de 2017, cuando Cambiemos, envalentonado con los resultados de las elecciones de medio término, quisieron avanzar con un nuevo saqueo a los jubilados, disfrazado de promesas sacadas de un manual de una iglesia evangelista. Cristina lo venía diciendo con la claridad que la caracteriza: enfrentamos a un poder inédito y la única manera que tenemos de derrotarlos es a través de la conformación de un frente en el que confluyan todos los agredidos por el neoliberalismo salvaje. Fue ella -la más lúcida y la que más compromiso y amor tiene con los más necesitados y los intereses nacionales- que pergeñó la unidad y eligió al candidato para encabezar la boleta del espacio patrótico. Pero el horizonte de la victoria estaba lejos, y era difuso. Muchos creían que Macri revalidaría su gestión de gobierno. Hacele los pasaportes a los pibes, me dijo uno. Ahí sí nos quedaríamos sin calificativos, sin palabras. Pero aquel domingo de agosto las urnas se llenaron de votos del frente de Todos que armaron Cristina, Alberto y el resto de los dirigentes de muchas fuerzas políticas que entendieron que había que poner el alma y el corazón para terminar con un proceso que nos estaba llevando al abismo, para colmo, con un contexto regional muy complicado, lleno de amenazas. El poder soberano del pueblo, esta vez, jugó a favor del interés común, el de las mayorías. Y volvió a darle las riendas del país a una clase política preparada en lo profesional, en lo técnico, pero en especial, con un apego por el dolor ajeno y los intereses de la Nación. No es tanto lo que uno pide. El límite es Macri y sus políticas neoliberales. Por eso hoy copas se levantan por el alivio de haber dejado atrás a un gobierno despiadado y perverso y comenzar a transitar un nuevo período de crecimiento y esperanza.
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