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Milanesa con papas fritas

Hace dos o tres noches, con mi hermano, parados frente a la mesa del comedor de su casa, mirabamos fotos de hacía unos cuarenta y pico de años, leíamos unas cartas del año '83, suspirábamos ante un carnet de River de los años setenta -esos cuadernitos de cuerina, gruesos, de color marrón oscuro-, nos reíamos con un par de papeles, diplomas, y otros recuerdos de esos que se amontonan en el cajón de la mesita de luz.
Todos esos objetos pertenecían a nuestra abuela -la abuelita-. Las fotos, los diplomas y el carnet de River eran de su hijo Ricardo, nuestro padre. Las cartas las había escrito yo desde Israel, donde viví desde el '82 hasta el '84, y estaban dirigidas a la abuelita.
Con mi hermano acabábamos de volver de un viaje histórico, con nuestros hijos, Santino y Manuel. Hacía sólo unas horas que estabamos en Buenos Aires, despues de pasar seis días en el Palmar de Entre Rios, los cuatro varones, la mitad del tiempo en una estancia campo adentro y el resto en un camping a la orilla del rio Uruguay.
Todavía excitados por nuestro viaje, una experiencia asociada a lo más lindo de la paternidad, inédita, sorprendente, incrustada en la piel como un raspón de esos que te traes de un campamento, con las fotos y las cartas en nuestras manos -mirá lo que es ésta foto, mirá las cosas que decías a los trece años-, nos miramos, uno de los dos se mordió el labio y, no me acuerdo si se le puso palabras o no, pero fue tan claro como el agua: la vida es, entre otras cosas, transmisión y herencia de experiencias.
"Ya falta poco para que vuelva. Vamos a poder ir a comer milanesas con papas fritas, que tanto nos gusta", le avisaba a la abuelita, a través de las palabras escritas desde el otro lado del mundo. Nuestro padre era de River, un tipo sensible, querible. A Santino y a Manuel les gusta tirar piedras al rio.

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Yupanqui x 100


Hoy cumpliría cien años - un montón de años -, y a pesar de que las citas, en general, no le sirven más que a uno mismo - y mucho más si al que citas ya no está -, dedico un pequeño tributo a este hombre de campo adentro que supo dejar una huella de peso en nuestra cultura.

Entre otras cosas, alguna vez, y en alguna parte, dijo: “Para rezar en la noche, la guitarra. Para un recuerdo querido, la guitarra. Para la Patria lejana, la guitarra. Para quemarme por dentro, la guitarra.”

Aguante.

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Manu y Santino Dios

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