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El invierno largo se fue (y un día el ministerio de Justicia brindó en la Ex ESMA)


No todos están de acuerdo con la idea de resignificar lo que conocemos como "la ESMA". Yo sí. Por convicción y porque considero que ésa fue siempre la sugerencia que ofreció Néstor Kirchner. Ayer el ministerio de Justicia y Derechos Humanos coronó su año con un cierre en el "Espacio Memoria y Derechos Humanos". Fue un hecho histórico. Dos mil trabajadores y trabajadoras de la cartera estuvimos allí celebrando la fascinante etapa histórica que nos toca vivir.

Escribí una crónica. La subieron acá.

Felicidades

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Apuntes tardíos del 9/10D

 
1) Domingo 9/12. Unas treinta personas nos juntamos debajo de una columna con cajas de sonido para escuchar el discurso de Cristina. Ya cayó el sol. Ya desfilaron ríos de gente frente a los stands que armamos para visibilizar las políticas de inclusión y memoria, verdad y justicia del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la Nación. Ahora nos pesan las piernas. Ya nos tomamos todas las botellitas de agua y nos fumamos todos los cigarrillos. Ya tocó sus canciones, en un gran escenario, uno de mis hermanos. Nos sentimos anchos. Realizados. Abrazados por un profundo espíritu colectivo. A unos cincuenta metros la gente hace fila para comer en los puestos de comida latinoamericana. Un chico de rastas remata a los gritos las últimas remeras del Indio Solari. A cuatro cuadras, medio millón de argentinos revientan la Plaza de Mayo. Con una buena parte de ese pueblo interactuamos hace sólo un rato. Les vimos las caras. Charlamos con ellos. Les pusimos en las manos mucho material gráfico. Jugamos con sus hijos con la intención de que se lleven a casa una idea, o sensación, vinculada al Estado Presente. En la Plaza, ahora, el cielo se llena de luces y sonidos. Aplaudimos. Coreamos consignas. Se nos eriza la piel cuando a ella la emoción le recorta las palabras. No los vemos, pero los acróbatas de Fuerza Bruta se cuelgan de dos grúas. Luego saldrían a escena los artistas populares. Pero ahora, habla Cristina. Y lo premia a Victor Hugo. También a Trimarco. Dentro de los stands, muchos compañeros la escuchan con la radio pegada a la oreja. Ella realza conceptos claves de la fecha y de la era: democracia, libertad, derechos humanos, justicia social, diversidad, solidaridad, inclusión, fiesta, popular, amor. “Jueces que deberían parecerse a su pueblo”. Una compañera, a mi lado, me pasa un trago de una botella de Coca-Cola, y dice: “había que volver a ganar la calle para que reafirmemos que no sólo nosotros bancamos el modelo”.

2) Carlos Vives llena de rumba la Plaza. Dos hermanitos disparan al aire un pequeño dispositivo fosforescente que veinte metros antes de llegar al suelo aminora la velocidad de la caída, como si flotara. Muchas parejas bailan apretándose los cuerpos. Adelante, se ven las flameadoras de las organizaciones políticas. Las pantallas replican la imagen del escenario. La Rosada también es una colosal pantalla de color digital. Hombres en cuero venden cerveza. Un par de chicas hacen malabares. Hay uno durmiendo la mona contra el cordón de la vereda de la Catedral. Todavía hace mucho calor. Me voy. Mañana hay que trabajar. Cierro una jornada soñada. Por fin, estoy en lugar en el que quiero estar. Trabajo y militancia fusionados. Cuando camino por la calle Reconquista piso y pateo una alfombra de botellas, cartón y  papel. Me pregunto si llegarán a limpiar semejante cantidad de basura en las cuatro horas que quedan para que salga el sol. Desde el paredón lateral del Banco Nación llega un intenso olor a orina.

3) Lunes 10/12. Día internacional de los Derechos Humanos. Otro más en la era kirchnerista. Son las doce del mediodía. Salgo de la estación Catedral de los subterráneos. Sobre la Diagonal Norte todavía quedan algunas vallas. Ni en la vereda ni en la calle quedan restos del paso de la multitud. La grama bahiana de la Plaza está hundida, pisoteada, pero limpia. En la puerta de la Rosada todavía sigue en pie el imponente escenario. Colgados de los fierros un grupo de muchachos desarma la estructura con la ayuda de algunas herramientas de mano. El sol quema la espalda. Me duelen las piernas. La zona recuperó el movimiento, el color y los sonidos de los días hábiles. Cuando doblo en Reconquista en dirección al ministerio noto que algunas personas se detienen frente al paredón lateral del Banco Nación. Ya no hay olor a pis. Tampoco basura. Me acerco. Contra la pared hay una larga hilera de cuadros de un metro de altura. En cada uno de ellos están las fotos, los nombres y las historias de vida de los trabajadores del Banco que fueron desaparecidos por la dictadura genocida de 1976. Una profunda congoja conocida me oprime el pecho. Conozco muy bien esa sensación. De repente, en mi interior, no queda registro de la fiesta del día anterior, ni las conquistas de la Década Ganada. Todo ha pasado a reducirse en esos militantes políticos que ardieron en el infierno. Recorro la hilera y me topo con el padre de una compañera. Sigo, y me choco con el padre del hermano de la hermana de mi hermano. No sabía que había trabajado en el Banco Nación. Reconozco sus rasgos. A mi lado, una señora, en silla de ruedas, lee con atención los detalles de la vida de una chica de pelo negro que había militado en la Juventud Universitaria Peronista. La congoja se instala en la garganta. Me quedo quieto, paralizado. Recién varios minutos después logro ponerme en movimiento. A la altura del Banco Hipotecario, pienso: esto lo tengo que escribir.

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Manu y Santino Dios

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