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cuando un periodista llena una plaza



Foto: Pablo Piovano

cuántos periodistas convocan multitudes
cuántos despiertan fervor
cuántos contagian cariño
cuántos informan con honestidad
cuántos ofrecen información útil
cuántos son tan democráticos
cuántos comunican siempre al calor de sus convicciones
cuántos honran su profesión con el corazón en la boca
cuántos están dispuestos a horadar hasta sus propios intereses
cuántos susurran o escupen la más bella de las poesías
cuántos escriben libros que tenemos en la biblioteca
cuántos relataron goles inverosímiles de nuestro acervo nacional
cuántos pueden caminar una villa
cuántos firman autógrafos en las calles
cuántos se pueden fotografiar junto a militantes, dirigentes, estudiantes, comerciantes, científicos y jubilados
cuántos son respetados y abrazos por las madres y las abuelas
cuántos reciben llamados presidenciales para ofrecerle explicaciones
cuántos son mencionados por jefas de estado en actos populares multitudinarios
cuántos son acompañados de modo masivo a una mediación con el diablo
cuántos motivan el más sentido y emotivo de los aplausos
cuántos soportan el feroz hostigamiento mafioso
cuántos reciben insultos de la cobarde intolerancia
cuántos a pesar de todo siguen combatiendo con la palabra al bestial enemigo
cuántos periodistas llenan plazas

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Empezó floja la temporada

La opinión de los trabajadores es unánime: la temporada es floja. En algunos casos, muy floja. Hablamos de la costa atlántica. De villa Gesell, Mar del Plata y Santa Clara del Mar, por ejemplo, balnearios en los que estamos parando o por los que hemos pasado por distintas razones durante los últimos días. Las expresiones de resignación, y en algunos casos de fastidio, provienen de hombres y mujeres que se ganan el mango en la playa y en los rubros de la gastronomía u hotelería. Carperos, churreros, chocleros, pancheros, ciudacoches, guardavidas, agentes del Servicio Penitenciario Bonaerense con chomba y pantalón corto que realizan tareas de prevención en la playa, mozos, y empleados y encargados de casas de ropa, hosterías y hasta balnearios. 

Todos nos contaron que las últimas temporadas habían sido muy buenas, y que durante la primera quincena de enero el turista había colapsado hasta la última mesa de una pizzería de la periferia del centro. Hacía varios años que todos estaban acostumbrados a llegar con grandes expectativas al verano. Pero ahora algo cambió. Muchos de los veraneantes que no están acá se fueron a otros destinos más económicos, o convenientes, como las playas del sur de Brasil. Claro, no sufren el azote sistemático del viento, vuelven a suspirar ante la belleza de los morros y les sale más o menos lo mismo que acá, donde te cobran precios exorbitantes para alquilar un sucucho de dos ambientes o alquilar una sombrilla. Otros se quedaron en casa, preocupados, desorientados, angustiados, ya que las perspectivas no son nada prometedoras. Y también están los nuevos desocupados, que ya rozan los quince mil, y que quizá en gran parte hoy estarían alquilando algo en el sur de Gesell y gastando su aguinaldo en un panqueque de Carlitos. 


Cambiemos, nos dijeron. Muchos compraron. Duele en el alma porque habíamos logrado edificar un modelo de país que, con sus deficiencias, incluía a la gran mayoría. Por eso explotaba de turistas Villa Gesell, y desde el propietario de las canchas de fútbol cinco más chetas de la villa hasta el churrero más escéptico del tradicional El Topo, estaban conformes. Con alguna queja circunstancial, claro. Hasta justificada. Pero ahora las imágenes que capturamos con nuestros ojos durante las vacaciones remiten a otros momentos de nuestra historia. Los de siempre, desde que tenemos memoria. Menos esperanzadores. Ojalá nos equivocásemos.

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El pueblo en la playa



Los empoderados con los derechos que sembró el Proyecto Nacional que gobernó la Argentina durante los últimos doce años siguen ganando el espacio público. Primero fue en el parque Centenario, luego en Saavedra, y ahora fue el turno de una playa geselina, en la costa atlántica bonaerense. 

Los oradores –Héctor Recalde y Martín Sabbatella- se pararon de cara al mar, sobre los médanos, y los empoderados sobre la arena. Más de dos mil hombres, mujeres y chicos que se hicieron un rato de sus vacaciones para juntarse a escuchar a los dirigentes kirchneristas, aplaudir, cantar, emocionarse y volver a confirmar que el único modo de resistir el avasallamiento institucional de Cambiemos es ése: espalda con espalda junto al compañero de al lado, levantando banderas, promoviendo la organización política.

Recalde, titular del bloque de diputados del Frente para la Victoria, vecino de la villa, ponderó que en todas las plazas del país los vecinos se estén juntando para gritar bien fuerte que ningún trasnochado va a quitarle los derechos que conquistaron durante los últimos años, y afirmó que Cambiemos está avasallando la constitución con una impunidad nunca vista. “Tenemos que estar muy atentos y organizados”, avisó.

El viento había sacudido durante todo el día la arena de la playa. Los pocos valientes y tercos turistas que decidieron quedarse en la arena se protegieron con sombrillas, carpas de nylon y hasta kayaks dados vuelta. Pero un rato antes de que comience el acto, no solo paró el viento sino que el cielo comenzó a limpiarse de nubes. 







Sabbatella, orador principal del encuentro, arrancó su intervención con una fuerte defensa de la identidad colectiva de millones de empoderados. Recordó que “nos une el proyecto nacional que fundó Néstor Kirchner en el 2003, cuando nació un nuevo momento histórico”, subrayó que el kirchnerismo “es el representante de los intereses de las mayorías” y que “nació para quedarse”. Afirmó que “no hay nada más transformador que un kirchnerista” y avisó que “estamos más vivos que nunca”.

Luego de celebrar los encuentros que miles de vecinos están realizando en espacios públicos de todo el país, realizó una férrea defensa de la ley de medios de la democracia que lo tuvo siempre como artífice principal de su implementación, en especial, desde la gestión del AFSCA. Con respecto a la intervención del organismo que ordenase el Poder Ejecutivo, aseguró que “lo que están haciendo es pagarle favores a los grupos exportadores y a Clarín”, y que “lo que buscan con sus decretos de necesidad y urgencia, de espaldas al pueblo, es que Magnetto vuelva a tener la hegemonía de la palabra”.

También recordó que “hay una parte del Partido Judicial que opera contra la democracia junto a los grupos concentrados”. 






Entre los médanos había banderas y remeras de agrupaciones como Nuevo Encuentro y La Cámpora. También de la Confederación de Trabajadores de la Argentina (CTA). Y en especial, la que se recortaba contra el mar argentino era la celeste y blanca. Los turistas, en la playa, que durante las últimas horas llegaron al balneario de a decenas de miles, caminaban de la mano por la orilla, le pegaban a una pelota, barrenaban una ola.

“Lo que nos une son los doce años de gobierno de kirchnerismo porque no entendemos la felicidad sino la compartimos con el otro”, dijo Sabbatella, ya para cerrar, porque como “como dijo Cristina, la Patria es el Otro”. Los empoderados se rompían las manos. La cortina de aplausos ya estaba tapando el precario pero fiel sonido que había montado la organización del acto. “No vamos a permitir que nos quiten la esperanza ni el futuro”, avisó, ya a los gritos. “Nos comprometemos desde Villa Gesell a no bajar los brazos”.

Luego de que desde el escenario mencionase la presencia de la diputada nacional Nilda Garré, el abogado y periodista Pablo Llonto, y se agradeciese el aporte del intendente electo de la villa, Gustavo Barreda (del FPV), llegó el turno de la entonación del himno nacional.

Se trató de un momento de profunda emotividad colectiva. En la playa. Con lágrimas en los ojos. Abrazados a los hijos. Con la nostalgia por los años felices en el nudo de la garganta, pero también con la férrea decisión de defender lo conquistado en las lágrimas que caían de los ojos, en una tarde ya definitivamente limpia y soleada.

El grito colectivo emergió solo y se desparramó por la playa para el que quisiese oir, mientras un churrero de la villa se tocaba el corazón con la mano derecha y la izquierda se elevaba hacia el cielo con los dedos en V. “Oh, vamos a volver”.


Las fotos son de Natalia Bordesio.

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Manu y Santino Dios

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