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negocio inmobiliario

qué dirán los abuelos
que viven hace décadas en el barrio
ahora que la inversión en ladrillo
pica en punta
entre los codiciosos;
qué dirán
es una bestia insaciable
que vomita toneladas
de hormigón, acero y vidrio
que llenó el paisaje de máquinas perforadoras
que metió polvo hasta debajo de la cocina
que trajo cientos de obreros con mameluco
que chupan mate cuando todavía no aclaró;
qué dirán
ahora que el sol ya no se desparrama
sobre toda la cuadra de enfrente
por culpa de los departamentos con pileta
que construyeron al lado;
qué dirán
ahora que la manzana se llenó de desconocidos
que hay autos hasta en las ochavas
que los cortes de luz
te sorprenden en cualquier momento;
qué dirán
que en la esquina en la que vivió y murió Beatríz
¡inauguraron un restaurant!
qué dirán
ahora que los bordes de los paraísos
ya no se recortan contra el horizonte
que al canto caótico de los loros
se lo devora el ronquido del motor
de un ¡maldito colectivo!
qué dirán
que los impuestos por alumbrado y barrido
ya no se pueden pagar
y el jefe de gobierno
es amigo de los codiciosos;
qué dirán
que hasta construyeron un departamento de oficinas
a quién se le ocurre
acá en el barrio
en el que los vecinos
paseaban el perro sin correa
plantaban malvones
y ahora ni te saludan;
qué dirán
que el metro cuadrado en la cuadra
vale una fortuna

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Premio consuelo


Si hay un título que muy probablemente nadie nos pueda arrebatar a los argentinos y argentinas, a lo largo del tiempo, es el de Campeones de la Tribuna. Con respecto al fútbol tenemos mucho que revisar, sí. Y mejorar. Pero en las canchas somos los que más y mejor alentamos. Sobran las pruebas. Revisen los archivos que van por lo menos desde Alemania 2006 hasta acá. Es tan evidente nuestra ventaja por sobre el resto de las parcialidades que, hace pocos días, y por medio de las redes sociales, pudimos ver que un grupo de argentinos, conscientes de la atención -y admiración- que despierta nuestro folclore futbolero, montaron en la Plaza Roja de Moscú un número callejero para el turista tenga la posibilidad de experimentar, junto a una docena de hinchas, el éxtasis que nos inflama las venas cuando saltamos y cantamos algún tema del cancionero de cancha argentino. Para profundizar la experiencia, el turista podía subirse a los hombros de alguno de los fanáticos.

Van algunas categorías para una posible competencia. Color en las Tribunas, por ejemplo. No nos gana nadie. Muchas parcialidades pintan parte de las cabeceras y plateas de los magníficos estadios mundialistas con el color de la remera de su selección. Algún cartel hecho a mano. Un hombre-pájaro. Un disfraz de súper héroe. Un hombre-vikingo, en el caso de los países nórdicos. Hasta los japoneses pintan con su azul marino algún sector de una platea. Nosotros también tenemos esa virtud –y con los dos colores del albiceleste-, pero aparte sumamos un detalle que ninguna otra hinchada tiene: nuestras banderas –de todo tipo de tamaños-, tienen inscripciones, dibujos o gráficos. La identidad de nuestros “trapos” es inusual para el campeonato mundial que organiza la FIFA. La imagen de las tribunas copadas por nuestra parcialidad rompe con el orden visual que impulsa y propone la organización del torneo. Allí se estampan desde nombres propios de un grupo de amigos, hasta menciones de provincias, ciudades o pueblos. Qué otra hinchada cita en una bandera la frase de un grupo de rock o folclore local, el rostro de sus ídolos o los escudos de los clubes de nuestro futbol doméstico. Pocos, o ninguno. Incluso se puede apreciar más de una referencia política, acorde al tiempo que corre.

Para la categoría Cancionero tampoco tenemos rival. A diferencia de las otras parcialidades, la nuestra entona más de media docena de canciones distintas por partido, que aparte se vociferan a tono con el desarrollo y las emociones del juego y que tienen su inspiración en el cancionero popular de nuestro país. Es difícil encontrar tanta entrega y entusiasmo en otros partidos. Esto es el salto permanente sobre los asientos, aparte de movimiento de brazos –con o sin una remera en la mano- y la mirada puesta en el cielo o techo del estadio. Lo mismo corre para una posible categoría Aliento: se canta durante todo el partido. Se empuja si el resultado no acompaña y se celebra en caso de ir arriba en el tanteador. Nadie puede hacerse el distraído. El aliento es ensordecedor, e incluye escenarios y momentos del día que no tienen que ver con la instancia del partido. Se canta y salta antes del juego, en el medio de transporte que toque viajar, o en las afueras del estadio, y luego, en los bares, plazas y calles. Qué otra parcialidad despliega sus banderas entre los árboles o coches de un campamento de viajeros al costado de una ruta, como si se tratase de una misa del Indio-Solari. Quién es el Indio Solari, preguntaría un europeo.

En esta columna no vamos a discutir la composición socio-económica de las tribunas argentinas en los mundiales, porque si bien es cierto que en las ediciones como la Rusa abundan los Pico Mónaco y Pampitas, también es cierto que hay pibes que ahorraron durante dos o tres años para poder estar ahí. Son estos últimos, justamente, los que garantizan que en las tribunas el foclore futbolero argentino goce de buena salud. 


Ser los campeones de la tribuna es mucho más que un premio consuelo. Sé que muchos y muchas estarán de acuerdo.

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Manu y Santino Dios

Manu y Santino Dios