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Pico y pala



De repente, los secundarios se encendieron como una mecha humedecida en nafta. Alcanzó con que uno de ellos entonara la primera palabra de la canción para que el resto se sumase al estrepitoso agite militante:

vengo bancando este proyecto
proyecto nacional y popular
te juro que en los malos momentos
los pibes siempre vamos a estar
porque Néstor no se fue
lo llevo en el corazón
con la Jefa los solados de Perón


Así empezaba a cerrarse la jornada solidaria en el barrio Obrero. Dentro de un comedor popular y peronista. A puro canto y expresividad. Con los brazos en alto. Con anchas sonrisas y el reconocimiento cómplice reflejado en las pupilas del de enfrente.

Durante todo el día tanto los secundarios como los militantes del barrio empuñaron picos, palas y carretillas para poner en valor una placita vecinal que está detrás del Correo, en la parte sudeste de la villa. A la mañana, antes de que empezase la jornada, el terreno era un baldío. Ahora, mientras almuerzan, es un potrero pelado al que sólo resta ponerle las hamacas, los subibajas, los pasamamos y los postes de luz.

Son las cuatro de la tarde. Los secundarios están exhaustos, llenos de tierra, polvo y grasa, pero sacrifican la poca vitalidad que les queda en el repaso, a viva voz, de cada uno de los temas del cancionero oficialista. Pareciera que todo el esfuerzo físico del día se realizó para coronar la jornada así, reproduciendo, una vez más, aquello que en la militancia se conoce como mística.

Raquel es una histórica y corpulenta referente social de la villa. Tiene puesta una enorme remera de Unidos y Organizados. Atiende el comedor en el que ahora comen los secundarios y en el que durante la semana merienden, todos los días, decenas de vecinos. Las paredes están pintadas de un pesado azul sintético. Por la humedad, los pisos están mojados.

Con la ayuda de dos chicas adolescentes que tienen el pelo teñido de rubio y pequeños aros fosforescentes debajo de sus labios, Raquel sirve una segunda tanda de bandejas con unas enormes y esponjosas porciones de pizza con salsa de tomate y cebolla. Los militantes del barrio Obrero, los secundarios y también varios vecinos, comen con voracidad. 


Los más chicos, cuando quieren algo, se lo piden a los secundarios.
- Me sirve Sprite, ¿Profe?
- Puedo sacar una foto, ¿Seño? – le dice una nena a la secundaria que tuvo la responsabilidad de registrar la actividad con su cámara de fotos.

El hambre se va apaciguando pero las consignas siguen viciando el aire frío del comedor. La mesa es un instrumento de percusión. Y los dos pibes con la remera de River siguen tirando lujos, a un costado, con una pelota de cuero gastado.

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Ay, 24 de marzo

ay, qué implosión desconocida me detonó el 24 de marzo del 77.
poco tiempo antes mi madre se arrodillaba frente a mis cuatro años
para balbucear con amor una tragedia indecible;
el ejército argentino había asesinado a mi padre.

ay, qué confusión el 24 de marzo del 82.
faltaban días para que en la escuela jugásemos a la guerra
y mi madre y mi nuevo padre metiesen nuestras vidas en las valijas del exilio;
en la escalera mecánica de ezeiza
tamborileé mis dedos en dirección a los nuestros
pero ellos sonrieron con las muecas de la derrota.

ay, qué indignación el 24 de marzo del 88.
miles de almas nunca preparadas para la vejación
reventamos de rabia y dolor las calles y las plazas
porque el desamparo ante tanta indiferencia civil y traición institucional
no cabía en ninguna partícula del tiempo ni del espacio;
de todas maneras, maduraba la organización
y ya flameaban algunas banderas, consignas y pañuelos.

ay, qué tóxico el 24 de marzo del 93.
cuánta violencia tan temida como contenida
cuánta soledad
cuánto extravío
cuánto daño
cuánto riesgo

cuánta perdida de tiempo.

ay, qué fuerza emergió el 24 de marzo del 99.
la realidad todavía nos cacheteaba
en todos los frentes
pero éramos algo más que insolentes;
los hijos de los cuatro orígenes
y algunos seducidos más
habíamos individualizado al enemigo: el Estado nacional.

ay, qué virulencia el 24 de marzo del 2002.
las piedras, los gases, los caballos, los muertos y el helicóptero
se habían llevado puesto al modelo de la entrega
pero se avecinaba un nuevo baño de sangre institucional en el puente;
el desconcierto me acechaba como si fuese una 
maldición.

ay, qué conmoción el 24 de marzo del 2004.
habíamos sido padres y mi heredero algún día
conocería la historia de sus abuelos revolucionarios;
también mi propio legado
que por el momento sólo contaba 

con algunas pequeñas hazañas y travesuras
y no tantos proyectos.

ay, qué esperanza la del 24 de marzo del 2007.
ya no eramos hijos sino hijos k

compartiendo plenarios con otros centenares de k; la militancia de nuestros padres
se reproducía en nuestra propia construcción
de la mano del relato, los hechos y la conducción
de un matrimonio pinguino y presidencial que por primera vez en la vida
nos conquistaba la conciencia y el corazón.

ay, qué combativo el 24 de marzo del 2008.
faltaban horas para que jugásemos nuestra primera batalla
a favor del ideario que ahora se materializaba
en un Estado inclusivo.

ay, cómo lloré el 24 de marzo del 2009.
ella estaba en la columna compañera, al frente

desentendida del abismo que se abría debajo de nuestro pies
por habernos soltado la mano
saltando sobre el pavimento
coreando consignas
como si sólo importasen los desaparecidos
la memoria, la verdad y la justicia.

ay, cómo lloré ese mismo 24 de marzo del 2009
porque en el nudo y el llanto engendrados por el fin de la relación circunstancial
también estallaba en mil puntadas
el duelo que nunca me había animado a transitar
por haberme separado de la madre de mi hijo
.

ay, cuánta fuerza sentimos el 24 de marzo del 2013.

cuánta libertad
cuánta alegría
cuánta mística
cuánta confianza
cuánta esperanza
cuántos proyectos;
ay, sí, falta mucho
seguramente siempre sea así
o a lo sumo cada vez faltará menos,
pero los genocidas están presos
y tenemos asignación por hijo
y el fútbol para todos
y la patria grande
y mi hijo juega lindo a la pelota
y cuando me despide por teléfono 
hace sonar un beso.

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Tilinguería regional

La tilinguería trastorna la sensibilidad de muchos ciudadanos argentinos. Pero también de los países vecinos. Incluidos los venezolanos, por supuesto. Unos y otros repiten como loros la información viciada que los medios de comunicación del odio transmiten, acá y allá,  durante las veinticuatro horas, y por medio de todos sus soportes.

Hace tres días que muchos de nosotros, miles, estamos tristes. Duele la muerte. Siempre duele. Asusta. Como si fuese un punzón presionado con saña dentro del pecho, se nos agudiza la conciencia en relación a la finitud de nuestra propia vida. El corazón se nos achicharra aún más cuando se trata de un ser querido. Un familiar, un amigo, o un Jefe de Estado que condujo un proceso político transformador con el que simpatizamos. Al que adherimos no por conveniencia propia, sino porque a través de la herramienta de la política y con el aval del voto popular, estos hombres y mujeres que bofetean la historia se animan a darle pelea a los sectores de poder que desde siempre han condenado a la pobreza, el analfabetismo y la miseria a las grandes mayorías de los pueblos de la región.

Ayer estaba con una amiga en su modesta galería de arte, en una zona poco concurrida del barrio de Palermo. Hablábamos de música, de literatura, de proyectos personales. De repente una silueta se asomó por la puerta.

“Disculpen. Estoy viajando por América del Sur en moto. Soy fotógrafo. Y me gustaría exponer mi trabajo. ¿Ustedes podrían indicarme uno o dos lugares que podrían llegar a interesarse?”.

Fue mi amiga la que tomó la posta. Le hizo un par de preguntas. Intentó develar para ella misma qué nivel de profesionalidad poseía el visitante. Intercambiaron algunas palabras. El acento del fotógrafo era muy seductor. Caribeño. Ella le pidió que anotase dos teléfonos. Le pasó nombres. Él no tendría más de treinta años. Vestía zapatillas de lona, jean y una remera de mangas cortas de color verde oliva.

Cuando se produjo un silencio, le pregunté de dónde era. “Venezuela”, contestó, sonriendo. “No estabas en tu país cuando murió tu presidente”, dije. El tono que usé no fue neutro. No desparramaba lamento pero sí tuvo una pizca de pesadumbre. Se tomó un segundo para contestar. En su mirada se percibió la duda. “Mejor”, fue todo lo que dijo. “¿Estás contento?”, avancé yo. “Contento no, pero ahora sí Venezuela tiene la oportunidad de mejorar”, dijo, atajándose. “¿Por qué?”. “Porque el gobierno ya no va a poder comprar los votos con las misiones sociales, comida o armas. Los medios de comunicación van a volver a informar con libertad”.

Me paré y caminé hacia la vereda. Me apoyé contra el capó de un auto y prendí un cigarrillo. A través del ventanal de la galería fijé mi mirada en el intercambio de papeles y biromes que mi amiga hacía con el venezolano. A ella no le afectó el comentario del viajero. Y está bien. No la juzgo. Era yo el que sentía el peso de la muerte de Hugo Chávez. Estaba empapado de las imágenes de la marea roja despidiendo a su líder. A nosotros nos había pasado lo mismo el 27 de octubre del 2010.

El intrépido motoquero que venía recorriendo los caminos polvorientos de Sudamérica, salió de la galería. Ni me miró. Tendría vergüenza, o sería un mal educado. No sé. Pero mal informado, seguro. Deduje, antes de entrar de nuevo a la galería, que sería un pibe de extracción socio económica acomodada que nunca jamás, en toda su vida, tendrá en cuenta los derechos de las mayorías ni las reglas de juego del sistema democrático. Seguirá desinformándose con las operaciones de los medios malditos.


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Manu y Santino Dios

Manu y Santino Dios