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Esta vez en el Patria


Hacía casi un año que me había hecho cargo de la coordinación del ciclo de presentaciones editoriales del Instituto Patria. Sin experiencia en el tema pero confiado de que estaría a la altura de la exigencia. Mal no me fue. Siempre los martes, entre las 18 y las 20 horas, en el auditorio central de la casa, bautizado Néstor Kirchner. Lloviese, hiciese calor, frío, hubiese o no movilizaciones en la zona del Congreso, partidos de fútbol importantes en la televisión, imprevistos de cualquier tipo, por allí pasaron los editores y lectores de las revistas Kamchatka, Quiero Vale 4, La Negra del Sur, Harmartia y la Agencia Paco Urondo, aparte de autores de todo pelaje como Patricio Brodsky, Roberto Caballero, Fernando Cibeira, Sebastián Premici, Roberto Baschetti, Juan Fraschina, la cubana Nuria Barbosa León, el obrero naval del astillero Río Santiago, Raúl Corzo, y el hijo del fundador del Partido Comunista Congreso Extraordinario, Julio Pereyra. Con más o menos público, con nombres de mayor o menor peso en el panel, y siempre con la apertura a cargo de Oscar Parrilli, Teresa Parodi, Jorge Ferraresi o Tristán Bauer, logramos darle continuidad al ciclo casi de manera ininterrumpida, para consolidar el objetivo de que el Patria se instalase en la agenda de la política y la cultura, y mejor aún, para que en ese marco uno, diez, cien hombres o mujeres que pasasen por allí para escuchar la palabra de un autor, se volviesen a acercar a nuestro proyecto político, que en materia electoral ahora se llama Unidad Ciudadana, más aún teniendo en cuenta el daño que estaba -y sigue- haciendo el macrismo. Durante el transcurso de todas aquellas presentaciones, en casi todo momento saboreé en mi mente y corazón mi propia actividad, junto a algún dirigente, un periodista, alguna personalidad, muchos compañeros y mi familia, con el protagonista de la biografía a la que le faltaba poco para ser editada, impresa y publicada. Un texto de largo aliento sobre la vida y obra del Pitu Salvatierra. Y el futuro llegó. 

El acontecimiento se produjo el martes 18 de julio. La atención estuvo puesta en Alejandro, por supuesto. Mi trabajo está en el libro. Eso sí: conté que nuestras vidas están emparentadas por al menos tres coincidencias. Una trágica, otra dramática y la tercera, emotiva y estimulante. Ambos perdimos a nuestros padres de sangre por las balas de la fuerzas de seguridad. En mi caso, en 1976. En el de él, en el 2000, a manos de la Policía Bonaerense. Los dos fuimos adictos al consumo de drogas, más o menos en la misma época: la década del noventa. La última coincidencia, llena de luminosidad, tiene que ver con las convicciones y la militancia política. Fue en ese ámbito en el que cruzamos nuestros caminos. Fue de ese modo que pude primero desear y luego materializar el proyecto de escribir sobre su vida, su carrera como dirigente villero y los proyectos políticos que signaron los últimos treinta años de nuestro país.

Alejandro le habló sobre ese tema a los casi cien vecinos de la Ciudad Oculta que lo fueron a escuchar al Patria. “Todo bien con la iglesia evangélica”, les dijo. “Yo también abrazo esa fe, y fue vital para sostenerme en pie cuando estuve preso”, agregó. “Pero sepan que la realidad no la cambiar Dios sino la política, y que hoy la única que defiende nuestros intereses es Cristina Fernández de Kirchner”. Ahí se desató una de las cortinas de aplausos de la noche. Otra fue cuando asumió que está vivo gracias al amor de su madre, su esposa, sus hijos, sus compañeros de militancia y el kirchnerismo, “el único proyecto político que nos tuvo en cuenta”.

Nos acompañaron la periodista Julia Mengolini y el rector de la Universidad Nacional de Avellaneda, Jorge Calzoni. Ella, muy suelta y cálida, ponderó algunos pasajes del libro y se llenó la boca de elogios para el biografiado, del que se consideró su amiga y por el que juró sentir admiración desde el día que lo vio en la sala de prensa de la Casa Rosada, a finales de 2010, en el cierre del conflicto por la toma del tierras del Parque Indoamericano, con la camiseta azul de la selección argentina, la gorra, el puño apretado y una convicción estremecedora en el fondo de sus ojos negros. Él, en nombre de la casa de estudios del pueblo bonaerense, se mostró enaltecido por haber tenido la chance de publicar la historia de Alejandro y aseguró, como emoción, que su caso representa al de otros tantos millones que pudieron haber quedado en el camino y que fueron incluidos por el proyecto político de Néstor y Cristina, para de ese modo, construir sus propios proyectos de vida. El cuarto invitado era el "Cuervo" Larroque, pero no pudo asistir porque tenía una actividad de campaña. Envió una carta, escrita con esa prosa dura y sentida que lo caracteriza. Me hice cargo de su lectura. Más de una vez tuve que detenerme porque se me hacía un nudo en la garganta. La actividad fue abierta por una tierna militante de la casa: Teresa Parodi.

Sobre el cierre, fue muy divertido firmar libros junto a Alejandro. Las fotos son de mis hermanos Celeste y Ramiro Abrevaya.











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Más no puedo pedir


La jornada transcurrió tan rápido como todos los acontecimientos que sabemos únicos, irrepetibles. Alguna vez un escritor con el que estudié utilizó la expresión "momento epifánico". O un sueño. Junto a los tuyos, los incondicionales. Junto a los compañeros. Junto a hombres y mujeres que admirás. Y con la excusa de presentar un libro, yo, que hace no tantos años atrás era un barrilete que no tenía nada de cósmico; para colmo, un libro especial, intensamente deseado, como los otros dos que publiqué, más los que intentaré seguir publicando, pero con el valor extra de estar cocido con otro de los grandes condimentos de mi vida: las convicciones políticas. 

El futuro llegó y durante toda la mañana, el mediodía y la tarde no pude bajar a un papel ni dos ordenadores de la intervención que ofrecería frente a una platea probablemente llena. No hubo forma. En mi cabeza las ideas y escenarios posibles transcurrían como una película, pero de repente estábamos en el salón Juan Domingo Perón de la legislatura porteña, junto a Paula Penacca y Javier Andrade, compañeros y legisladores, y también Carlos Tomada, compañero, legislador y prócer de la Patria por la inmensa tarea que realizó en la cartera nacional de Trabajo. Y a mi izquierda, el biografiado, claro: Ale Salvatierra.

Aproveché una imagen que me dejó picando mi antecesora en el uso de la palabra, Paula, para hilar una serie de definiciones sobre la biografía. El resultado, pienso ahora, fue decoroso. Junto al resto de los oradores, coincidimos en el eje central del libro: hablar de la vida de Salvatierra es hablar de un hecho político y colectivo que nos atravesó a todos para siempre.

Luego habló el Pitu, y como cada vez que lo hace, logró conmover a los cien hombres y mujeres que estuvimos en la presentación. Incluidos los mozos y la locutora de la casa. Tiene el don de un encantador de serpientes, como me dijo una compañera. Por más que ya lo hayas escuchado hablar una, dos, varias veces, el tipo te sacude con una definición que ni Laclau pudo macerar, producto de una experiencia de vida signada por la exclusión y el roce con situaciones de vida extremas, y una mente lúcida que durante la larga noche neoliberal estuvo a merced de los estupefacientes y la adrenalina del delito, y algunos años más tarde, por medio del brazo protector del Estado inclusivo de la década ganada, se puso a disposición de los suyos, la práctica política y los intereses nacionales.

Más no puedo pedir. Encima, me di el gusto de mirar a los ojos a mi compañera, enternecerme con su mirada y sus ojos húmedos, y frente a mi hijo de 13, mis hermanos y mis padres, los compañeros, Carlos Tomada y los editores del libro, comentarle a todos los presentes, con el micrófono y el corazón en la boca, que en octubre vamos a ser padres de un varón.

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Manu y Santino Dios

Manu y Santino Dios