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Hora pico


En este momento no se está hablando del tema, pero cuando salte algún fusible que pueda salir a venderse como reflejo del humor social generalizado, la problemática será parte de la agenda mediática una vez más.

El transporte público está colapsado. Es cierto. Cualquiera de nosotros puede comprobarlo. Entre las seis y la siete de la tarde de cualquier día de la semana, uno encara, por ejemplo, hacia una estación de la línea C de subterráneos, desciende unos cuarenta escalones, compra boleto, sigue denscendiendo algunos metros más, y se quiere subir a una formación que va hacia Constitución, y ya. Ahí está todo.

Diagonal Norte, la estación que está debajo del obelisco, es, sin dudas, de toda la red de subterráneos de la ciudad, por la que mayor cantidad de pasajeros transita todos los días. Se llena de punta a punta si el subte tarda más de tres minutos en aparecer. Cuando los focos del primer vagón de la formación aparece en la curva del fondo, y aminora la velocidad, mete la trompa, llega, y abre las puertas, una maza compacta de laburantes, de los dos sexos, de entre veinte y cuarenta años, en su mayoría de la zona sur de la provincia de Buenos Aires, se mete dentro del vagón llevándose todo por delante, y ocupa cada centímetro que pueda llegar a existir dentro del vagón.

La gran mayoría de estos trabajadores que vuelven a sus casas después de cumplir turnos de ocho, nueve, diez horas, son los que hacen las tareas de limpieza, mantenimiento, o seguridad, en los tantos edificios públicos y empresas privadas que pueblan el centro y micro centro porteño, los que laburan en las tantas casas de comida, bares, restaurantes, o estacionamientos, los vendedores ambulantes, los hombres-carteles, los que reparten volantes; en definitiva, la mano de obra especializada que necesitan aquellos que brindan los diferentes servicios que se dan en la ciudad. Son muchos los que vienen desde sus pagos, bien temprano, y se vuelven a sus casas cuando la actividad de las oficinas afloja. Muchos de verdad. Una vez adentro de la formación, uno queda pegado al de al lado, las mochilas en la espalda, la transpiración en la frente, y la mirada fija en algún punto del vagón. No te podes mover. Son tres o cuatro estaciones que no se puede estar. Después afloja un poquito porque algunos se van bajando. Y el grueso termina su viaje en Constitución. Molinetes, escalera, hall central de la línea Roca, otro andén, pero al aire libre, tren, de nuevo apretados, y después de un rato más de viaje, finalmente, casita (aunque algunos se tienen que tomar un bondi para que, ahora sí, lleguen a su casa).

Hace unos días, un tachero de la zona de Gerli, sur de la provincia, me contaba, mientras me llevaba de un lugar a otro en el centro, y mirándome por el espejito retrovisor, que su hija, en los noventa, tomaba el colectivo sobre la avenida Mitre y viajaba sentada hasta su trabajo. "Ahora", marcó con el dedo en dirección al suelo, "desde las ocho, y hasta las diez de la mañana, los colectivos no paran porque no entra más nadie".

Viajamos mal, sí. Es cierto. Pero no perdamos de vista algunas cuestiones, más que nada, o sobre todo, cuando son de peso, e incuestionables.

La mayoría de gente que revienta los colectivos, subtes y trenes, en especial los que vienen de la provincia, son, en definitiva, los cuatro millones de personas que ingresaron al mercado laboral durante los últimos dos, tres años. No hay vuelta. Es producto de una serie de medidas del gobierno anterior, y también de éste, y por más que las voces de la eterna discordia digan que las condiciones internacionales favorecieron aquella coyuntura, la decisión política fue apostar a la producción y al consumo. Y por eso se agotan todos los pasajes a los principales puntos turísticos del país ni bien hay un fin de semana largo.

Ahora, parece, hay que apretarse un poco, parar la maquinaria. "No podes crecer quince años de manera ininterrumpida", dijo hace poco un amigo, ya con la crisis financiera internacional haciendo estragos en todo el planeta. Y es cierto. Los índices ya están aflojando. Se habla de reducciones, adelantos de vacaciones y hasta despidos.

Pero cuando quieran ver a los miles de pibes que hasta hacía unos años estaban al margen, por fuera del sistema, y ahora sí, están dentro, con sus botineras, los lentes para el sol sobre la cabeza, ropa de fútbol, gorra con viscera, los brazos tatuados, los ojos cansados, y algún que otro celular del que suena cumbia villera, toménse un bondi, un subte, un tren, que vaya o venga del conurbano, y ya está. Los números, desde hace un tiempo, y a pesar del Indec, no mienten.

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Paul Auster: Un hombre en la oscuridad



Leo a Paul Auster hace muchos años. Creo que es un autor para leer desde los 20 a los 30 aunque ya tengo casi 32 y sigo leyendo sus libros y cuando los termino se los paso a mi mamá, que también le interesan. Auster es un narrador extraordinario, de eso no me cabe duda. Pero hasta ahí llego en los elogios. Me interesaría criticarlo. Es decir, escribo este post porque quiero poder describir sus defectos y no sus aciertos. Leí varias novelas de él y en general me gustaron, algunas más que otras, tiene una brutal capacidad para inventar historias y eso es la rueda de cualquier escritor. Siempre pensé que era un groso. Acá en Argentina sus libros se exponen en la primera fila de las librerías. Y se hacen notas sobre sus lanzamientos. Se levantan entrevistas de diarios extranjeros donde Paul opina sobre la actualidad norteamericana. Pero me pasó algo curioso. En el transcurso del último año conocí dos mujeres neoyorquinas de mi edad, por separado y en distintos momentos, y abierta la charla sobre el tema literatura, tiré el nombre de Paul Auster. Las dos veces pasó lo mismo: ante la cara de desconocimiento que ponían, pensé que lo estaba pronunciando mal y lo dije de mil maneras. Pero no, no lo conocían. Auster escribe sobre Nueva York todo el tiempo, les dije. Pero no. Y estas jóvenes de las que estoy hablando sabían mucho sobre literatura. Incluso una de ellas había estudiado literatura inglesa en la universidad. Pero bueno, eso que dije nada dice sobre los libros de Paul. Quizás nos diga algo sobre el mercado, sobre el mercado editorial iberoamericano. En general a Auster lo edita Anagrama y las traducciones son al español de España. Con “ostías”, “os habeis dado cuenta” y “chorrerias”. No es bueno vivir en Buenos Aires con Macri y tampoco es bueno leer literatura traducida al español de España. Pero bueno, sigo sin hablar de la literatura de Paul. Quiero decir que su último libro me pareció, en español, una chorrada (¿grasada? ¿ berreta? ¿pobre?). Hay una explicación extraordinaria sobre las imágenes de algunas películas. Pero si le sacamos eso y algunas estrellas más sueltas por ahí, las doscientas páginas del último libro me decepcionaron. Auster se cae en lugares comunes (y eso, en principio, es mala palabra en literatura) y en descripciones triviales, como si escribiera un adolescente: cuando el personaje principal describe como conoció a su mujer Auster se me cayó al suelo: no deja grasada por mencionar y su relato es tan poco original y tan inverosímil que uno puede pensar que este tipo tenía una historia y para llegar a las 200 páginas tuvo que agregarle alguna otra y recurrió a sus borradores de cuando tenia 17 años. El libro cuenta dos historias, la del protagonista narrador en primera persona con su familia y una historia que este personaje narrador se inventa a la noche cuando no puede dormir (un hombre en la oscuridad: el título es bueno, acertado). Andan diciendo por ahí que esta segunda historia es una metáfora o una anticipación del futuro de EEUU. Creo que después de 1984 y Un Mundo Feliz hay que tener mucho cuidado para meterse en algo así sin quedar a mitad de camino o rozar un papelón. ¿Algo más? Sí, seguro que hay más, pero esto se está haciendo demasiado largo. Y es tarde.

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Despenalización

Una parejita de no más de veinte años se mima bajo el sol, acostados boca arriba sobre el pasto de una de las plazas que están frente a la terminal de ómnibus de Retiro. Mientras la zona colapsa por el tráfico y la gente que camina una encima de la otra, ellos, entre risas y besos, se fuman uno.
Un agente de la policía federal, también joven, ancho de espaldas, encara, a paso rápido, en dirección a los chicos. Un pibe con la remera de Huracán, desde una parada de colectivo, se aviva, y le pega un chiflido al chico que se revuelca sobre los muslos de la novia con el porro en la boca. El novio, al tercer silbido, levanta el cogote, individualiza al loco que le hace señas, se da vuelta, ve venir al policía de uniforme y, de un solo movimiento, se pone de pié, y tira del brazo de su novia para que ella también se levante. La abraza y, detrás de su espalda, apaga el faso con un salivazo que pone entre el dedo gordo y el pulgar. Con el policía a unos diez metros de distancia, el chico descarta el porro sobre un arbusto.

- Quedate quieto, flaco. Abrí las piernas y poné las manos detrás de la cabeza.
- ¿Qué pasa, oficial?
- Te dije que te quedes quieto –le pone una mano en el pecho-, las manos detrás de la cabeza, dale –y le da un par de patadas en las piernas para que las abra-.
El flaco abre las piernas y se lleva las manos a la cabeza. Ella se queda dura, con los brazos pegados al cuerpo.
- Estaban fumando. ¿Dónde está? –el agente, sin sacarle la vista de encima, se agacha y le revisa los tobillos, las piernas, la cintura, las axilas y el pelo de la cabeza -, ¿vos también fumas porrito? –le dice a ella.
- No estábamos haciendo nada, oficial –dice él.
- Callate la boca y dame tus documentos.
El chico le pasa los documentos. Ella también, sin que se lo pida. El agente mira las fotos y después los observa a ellos. Ella le baja la mirada enseguida. El novio tarda un poquito más.
- Vaciá los bolsillos ahí -le marca una zona de pasto que tienen al lado-, y sacate las zapatillas.
- Pero oficial...
- Callate la boca.
El novio saca monedas, llaves, un paquete de cigarrillos, algunos papeles y se los pasa. El agente le marca el césped con el mano –sigue hojeando los documentos-, y el chico deja sus cosas en el pasto junto a la billetera de lona que acaba de sacar del bolsillo de atrás de su pantalón.
- No tengo nada, oficial. Ya nos íbamos.
- Las zapatillas.
El flaco se sienta, se saca las zapatillas, las da vuelta en el aire. El policía se las saca de la mano, les saca las plantillas, y tira todo sobre el pasto.
- ¿Vos tampoco tenes nada? -le pregunta a la flaca. Ella niega con la cabeza.
- Segura, ¿no? –el agente es tosco y su tono de voz es de cuartel-, después que no me entere que la tenías en tu ropa.
- No tengo nada, oficial.
El chico se pone de pié. El agente le dice que levante las manos y sin perdelo de vista se acerca hasta el arbusto, mete la mano, agarra el tucón, y lo mete en el paquete de cigarrillos del chico (Philip Morris diez).
- ¿Qué están haciendo acá? – ahora revisa los papelitos, los mira, los da vuelta, lee.
- Nada, oficial, paramos un ratito a tomar sol.
- A drogarse –corrige el agente, y les clava los ojos: - ustedes son dos faloperos.
- Disculpe, oficial, pero nos tenemos que ir a la facultad –dice ella, trabándose.
- ¿Qué estudian?
- Sociología -contesta él, mientras le acaricia la mano a la novia por lo bajo.
El agente hace un bollo con los papelitos y los tira al pasto. Se agacha y revisa entre las monedas, olfatea las llaves.
A unos veinte metros, en las paradas, algunas personas se entretienen con la escena. El hincha de Huracan sigue ahí, firme, camuflado por el gorro Nike con visera.
- ¿Saben lo que vamos a hacer?
Dicen que no con la cabeza. Él sigue con las manos en la nuca y las piernas abiertas.
- Voy a llamar al comando y los voy a llevar presos.
- Por favor, oficial -dice él-, ella es chica, se le va a armar quilombo en la casa.
- Es problema de ustedes, lo hubieran pensado antes –ahora el tono del joven oficial de la Policía Federal, rapado, con el uniforme ajustado al pecho, es sobrador.
- No somos delincuentes, señor, ¿por qué nos va a llevar presos?
- Porque están cometiendo un delito. Si choreas un auto, o te fumas un porro, para mi es lo mismo.
El chico se toma el permiso de tocarle el brazo al agente, pero el otro se lo saca de encima con un brusco movimiento del brazo:
- Quedate quieto, guacho. No me toques.

El agente saca la radio del cinto, se pone la radio en la oreja, aprieta un botón colorado, y entabla contacto con el comando. Le preguntan cual es la situación. Cuenta que enganchó a dos personas con droga. Masculino o femenino. Uno y uno. Qué sustancia. Marihunana. Cuanto. Medio cigarrillo. La comunicación se silencia (queda una fritura flotando en el aire), hasta que a los pocos segundos, el que está del otro lado le dice: "Maidana, sos un gil. No nos rompas las pelotas con huevadas". Risas. Fin de la comunicación (con las risas de fondo).

El color de la cara del agente cambia en pocos segundos. Los cachetes se le ponen colorados y una fina capa de gotitas de transpiración le moja la frente. Aprieta con fuerza la radio, y su respiración se agita y acelara. Los chicos no mueven un sólo músculo de la cara. Guarda la radio, se saca la gorra de la cabeza y se pasa la palma de la mano por el pelo. Respira hondo. Vuelve a mirar hacia los costados.
- Que miras, puto -le dice al novio cuando le engancha la mirada. Se lo dice a muy corta distancia y con la boca casi cerrada, los dientes apretados. Con muchísimo cuidado, es ella quien ahora toma los dedos de la mano de su novio.
- ¿De qué te reís, putito? -el chico no hace ni dice nada, le esquiva la mirada-, ¿te pareció divertido que me deliren?
- No.
El agente Maidana mira de nuevo hacia los costados, por encima de la cabeza de los dos chicos:
- Aparte de puto y drogon, ¿también sos rocho?
- No.
- Tenés cara de rocho. Andan choreando en esta plaza –marca con el índice la zona -, no seras vos con algunos amigos, ¿no? –le pasa el índice por la cara, hace presión sobre la frente.
El chico, la pera pegada al pecho, niega con la cabeza. Se le infla y desinfla el pecho, abre y cierra las manos que tiene sobre su propia cabeza.
- ¿Qué pasa? ¿Me querés boxear? - el agente tiene la mano sobre la culata de la pistola. Vuelve a mirar hacia sus costados. Algunas de las personas, cuando se ven observadas por el agente, miran para otro lado. Otros directamente se van.
- Sos un cagón -le dice -, puto y cagón. Los pendejos como vos son una lacra. Te rompería todo –al agente le tiembla la mandíbula y se le escapa saliva cuando habla.
- Bajá los brazos –le ordena.
Nada.
- Bajá los brazos, te dije –y con su propio brazo hace fuerza hasta que el otro los baja y deja pegados al cuerpo.
- Dejános ir, por favor -irrumpe ella con un hilo de voz.
- Calláte la boca -el oficial le clava los ojos y ella retrocede unos centímetros para atrás.
Del grupo de gente que se juntó a unos pocos metros, se desprende otro agente de la policía federal, que avanza hacia ellos.
Maidana lo ve venir. Duda uno, dos segundos, y retrocede medio metro. Se acomoda la ropa, la gorra, se limpia la transpiración de la frente.
Los chicos lo miran. También al agente que se acerca.
El agente retoma la compostura de un policía Federal hecho y derecho, mira de nuevo hacia la gente que observa con una mezcla de morbo y curiosidad, se pone la gorra, se acerca al novio y, al oído, casi sin abrir la boca, le dice:
- Tómenselas.
El chico levanta la cabeza y lo mira con desconfianza. Ella le tira de la mano y lo arrastra hasta el pasto. Él agarra sus pertenencias, las
guarda en el bolsillo, todas juntas. Levanta las plantillas, el calzado, y arrancan en dirección a Libertador.
- Algún problema, oficial –dice el recién llegado, con la gorra en la mano.
- No, los chicos ya se iban. No creo que los volvamos a ver por acá.
El chico, a unos quince metros, se pone las zapatillas mientras camina, con la mano apoyada en el brazo de ella. No se dan vuelta ni una sola vez. Al rato se los pierde de vista entre la gente que atraviesa la plaza llena de sol.

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Testimonio


Los tribunales de Comodoro Py son frios, sombríos y ajenos a cualquiera que no venga del mundo judicial (ya sea por cuestiones de laburo, o por tener problemas con la ley).
Las escalinatas de la entrada, los largos pasillos, las escaleras de mármol, las puertas de los juzgados, los crucifijos, las flacas y rubias secretarias provenientes de la UCA, los hombres engominados con lentes para el sol, trajes de seda y zapatos de cuatro cientos pesos, los agentes de la Policia Federal y del Servicio Penitenciario Federal, todo ese combo de imágenes y sensaciones, convergen en una sola idea, física y racional: los hombres y mujeres que conforman la corporación judicial, tienen la facultad de cambiarte la vida. Y entre ellos se cuidan el culo. Viven en su propio mundo y no se dejan atropellar ni siquiera por cuestiones de Estado.

Para entrar a la sala de audiencias donde se lleva a cabo del juicio de Mansión Seré, hay que anotarse en la mesa de entradas del TOF 5 (Tribunal Oral y Federal Nro. 5), en el sexto piso. Documento, aclaración para saber si venís de parte de la querella o de la defensa (ya que los primeros van a la planta baja de la sala y los segundos a la planta alta), un chico de traje, peinado y afeitado, seguramente su primer trabajo en un tribunal, te da la autorización, volves a la planta baja, y te dirigis a la sala, al fondo de un pasillo y un piso para abajo por escalera. Antes de entrar, hay que pasar por un control policial que, según el humor de los uniformados, puede significar un trámite, o convertirse en un momento dominado por la incomodidad.

Guillermo Fernandez es un sobreviviente del centro clandestino de detención Mansión Seré, uno de los cuatro secuestrados que se escaparon la noche del 24 de marzo de 1978 de la casa donde estaban detenidos hacía varios meses. Fuimos a escuchar su relato, una historia única que fue llevada al cine por Israel Caetano (Crónica de una fuga), a acompañarlo, a estar cerca cuando terminase de dar su testimonio.

El tipo entró, cruzó la sala y tomó asiento. Uno de los tres jueces del tribunal, impecable, la espalda derecha, la voz clara y severa, le recordó que falsear un testimonio está penado por la ley. Guillermo, pantalón, camisa, saco, el pelo atado con una colita y los lentes sobre la cabeza, dijo que sí, que juraba decir la verdad y nada más que la verdad.

Del lado de la querella, separados de la sala por un ventanal de acrílico, acompañando a Guillermo, y a otros que declararían por la tarde, somos unas treinta personas las que estamos sentadas en las cuatro o cinco hileras de sillas azules de tipo oficina. Junto a nosotros, uno por lado, dos policías de la Federal, las manos detrás de la cintura, la vista perdida en la pared alfombrada de enfrente. Dentro de la sala, a la izquierda, la fiscalía, la querella, y Guillermo. En el medio, del otro lado de una tarima de mas de un metro de altura, los jueces que imparten la ley (el TOF 5 no permite el ingreso de la televisión ni los pañuelos y fotos de los desaparecidos que las Madres de Plaza de Mayo, y otros organismos, llevan consigo desde hace más de treinta años). A la derecha, la defensa. El piso y las paredes estan cubiertas por una alfombra rosada, el mismo color de las pesadas cortinas que caen por detrás de los jueces del tribunal. Hay dos plasmas de tv, una de cada lado, un circuito de audio, y mucha solemnidad.

Durante más de una hora y media Guillermo hace un minucioso relato de su secuestro, cautiverio y fuga de Mansión Seré, una casa de dos plantas, camino de tierra y jardín, de la zona oeste del conurbano bonaerense, perteneciente a la Fuerza Aérea Argentina. Una y otra vez, mientras da nombres, fechas, hechos, insiste con la idea de que una vez adentro de la casa, el que no se adaptaba a la lógica interna de la patota y las guardias, perdía. La mayoría perdió igual, hiciese o no el esfuerzo de sobrevivir, pero Guillermo tuvo una suerte aparte. "Estábamos en manos de una banda de locos desquiciados. Ahí adentro no importaba la política, ni de dónde venías ni cuan grande la tenías", le cuenta al tribunal, los tres echados sobre sus sillones de cuerina negra, con las laptops abiertas sobre el escritorio.

Guillermo es actor. Y se le nota. Mueve sus manos y gesticula con la cara. Por momentos ironiza y nunca pierde la calma. A medida que avanza su relato, las observaciones y descripciones que comparte, confluyen, inevitablemente, en el descelance al que todos queremos llegar: la fuga. Uno se retuerce en el asiento de felpa azul. Ya sabemos cómo operaban los grupos de tarea, su sadismo, el grado de locura y morbo que tenían, pero escuchar, y ver, a un tipo, que estuvo ahí, y que ahora, en este momento, se conecta con aquellos hechos que le dejaron marcas de por vida, es muy diferente. "Cuando vas a los juicios, no salís igual que como entraste", dijo uno una vez. Algunos de los que estan al lado nuestro, por nervios, o por la razón que sea, rien cuando Guillermo tira algún bocado con cierto atisbo de humor. Se tapan la boca por pudor, o se codean. Yo quiero explotar en mil pedazos. Tanta mierda acumulada en años, haciendo presión, desde las uñas de los pies hasta los pelos de la cabeza. Cuanta locura. Cuanta gente esperó estos juicios por tantos años. Ahora son una realidad. Acá está Guillermo, a pocos metros, contando una historia de película.

Por suerte, la historia de Guillermo es épica. De las tres o cuatro que hay dando vueltas. Esa fuga de Mansión Sere, una en Campo de Mayo, otra en la ex Esma.

La fuga que él mismo planea, junto a otro detenido, Claudio Tamburrini, ex arquero de la primera de Almagro, es histórica, y de película. Con dos o tres elementos (es fundamental un tornillo que cae del camastro donde lo tenían encadenado día y noche), una fuerza que nace en las tripas, producto de una situación extrema de vida y muerte, pelotas de acero, y mucha pero mucha suerte, los cuatro pibes (tenían todos veinte años), hechos mierda, desnudos, y en manos del destino, atan unos trapos a una ventana que habían podido abrir, se cuelgan, y se deslizan hasta la puerta de entrada de la casa. En la película llueve como la última vez. Guillermo no hace referencia a ese detalle. Pero salen, se escapan, en pelotas, piden ayuda en algunas casas, y, increiblemente, zafan.

Guillermo se va del país al otro día.

Despues de las preguntas que le hace la Fiscalía, el juez da por terminado el testimonio y pasa a cuarto intermedio. Nosotros, los treinta que estamos sentados del otro lado del vidrio, nos paramos y escupimos un aplauso generalizado que rompe con el silencio tortuoso que flotaba en el aire desde hacía dos horas. Una explosión natural, un reconocimiento para uno de los tantos testigos que, a pesar del costo personal que debe implicar remover la pesadilla más profunda de su vida, decide declarar, y poner sobre la mesa las pruebas que hacen falta para meter presos a los genocidas (Barda/Mariani0Comes, los tres de mas de ochenta años). Nos rompemos las manos y también gritamos. El juez, un dinosaurio que vive enfrascado en un inframundo de privilegios e impunidad, corporativo, amenaza con hacernos hechar si seguimos con esa actitud. Aplaudimos más fuerte que antes (Tomá, la concha de tu madre). Guillermo, mientras tanto, abre la puerta que separa la pecera de la sala y se abraza con los que tiene más cerca. "Silencio, por favor", llega del otro lado, cada vez más tenue, más lejano. "Bien, loco, bien, que groso tu testimonio: felicitaciones".

www.mesajuicios.com.ar

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Primavera en la pileta


El domingo a las 9.50 de la mañana Pablo Bertín llama al celular: “Riki, no conseguí micro, cargá a los pibes en un par de remises, nosotros los pagamos”. Camila sonríe. Luis y Manuel afianzan su amistad en el asiento de atrás del Corsa. En la bajada de Escalada hay una cola de autos que jamás vi ahí, y son todos autos grandes, nuevos, caros: está por empezar la última jornada de la Copa Davis y cientos de argentinos descubren por primera vez la zona sur de la ciudad, con la Filcar en la mano. Paramos en una remisería, Camila consigue un auto, le dijo que había que ir a buscar unos chicos a Parque Roca, no dijo la palabra asentamiento, no sabíamos todavía que el remisero tenía más onda que John William Cook. Son las 10, Camila la llama a Mabel, Mabel está durmiendo, me hizo efecto la pastilla, dice. El remisero nos sigue por los caminos sinuosos que conducen al asentamiento. Llegamos al comedor de Mabel a las 10.15, parecían las 6.30, no había nadie despierto, sólo dos perros que se pusieron a jugar al fútbol con Luis y Manu. Otra vez la llamamos a Mabel: llegamos.

Cuarenta minutos después (los píes embarrados por el fútbol, el remisero que ya se leyó todos los carteles pegados en las paredes externas del comedor La Misión, Pablo Bertín que llama por tercera vez diciendo que tienen todo listo) subimos a los dos autos, éramos 16, 8 en cada auto: 12 menores, Camila, Riki, Mabel y el remisero.

En el club, pasamos por los vestuarios, las chicas con las chicas y los chicos con los chicos. Malla y toalla. Subimos un piso, pasamos otro vestuario, abrimos una puerta y… la pileta, imponente, las caras de los chicos le dan toda la luz al día de la primavera. Veintitrés metros de largo, no se cuantos de ancho. Roberto, dueño del club, les da las indicaciones, todos se callan, todos miran. Al agua.

Una hora que parece una mañana entera. Chapoteos, picardías, desafíos a las reglas establecidas, juegos, muchas sonrisas. En el medio llega Viki, con dos horas de sueño, sonríe ella también. Mabel tiene ganas de tirarse pero no trajo la malla. Camila, lo mismo. Roberto y Pablo (Presidente y vice de la Asociación de Ex Combatientes de Malvinas de la Ciudad de Buenos Aires, compañeros simpatizantes de GEN) observan y controlan todo desde los costados. Riki aprovecha y se nada unos largos, se cansa enseguida. Las pibas y los pibes disfrutan cada segundo en ese lugar.

A la salida de la pileta, Pablo invita a todos a comer a Mc Donalds. Quedamos en repetir la movida, en llevar a la pileta a pibes de otros barrios, en hacerlo periódicamente. Cuando estamos regresando al asentamiento, Javier, de 8 años, dice: la próxima vamos a un tenedor libre, por la misma plata comemos mucho más.

Nos despedimos. Las nenas se me acercan de a una y me saludan con un beso. Volviendo, manejando el Corsa, me llevo todas estas imágenes. Y me emociono mucho.

Riki

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Oral y Público


Otra vez en Página 12. Estoy contento. Vamos todos a los juicios, esa es la consigna.

Riki



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La muerte del último abuelo

Cuando se llora una muerte, se lloran varias. Se aprovecha. No es a propósito, o sí: es el ablande, el arrastre. El viejo murió en Israel donde se fue hace más de 25 años para nunca más volver. La muerte de mi abuelo materno es el final de una generación familiar que nos podía contar desde lo alto de la edad qué fue los que nos pasó. En castellano o en hebreo.

Primero se llevaron a mi papá, a mis dos tíos (hermanos de mi mamá) y al papá de mi hermana. Pocos años después mi abuelo paterno (que no conocí) no aguantó y se murió. En el año 1992, recién entrada en la tercera edad, mi abuela materna, Linda, murió también; era joven y se ponía el pañuelo blanco en la cabeza todos los jueves. Hace 7 años se fue mi abuelita, la mamá de mi papá, los ojos y la voz de mi papá. Con la muerte de mi abuelo Moisés, en Israel, murieron todos otra vez.

Yo estaba en las cataratas cuando eso pasó. Esa agua que cae es irrefutable: como la muerte, nadie la puede parar. Pero pensaba: no se trata de construir un dique para lo inevitable, se trata de reflexionar sobre el techo del tiempo, el límite del cuerpo (aunque no del alma). Y de recordar siempre la injusticia de aquellas otras muertes y desapariciones, que ahora, otra vez, caen como un elefante sobre nuestro cuerpo. La muerte del abuelo es lo más natural del mundo, pero su muerte nos clava en el corazón la injusta muerte de sus hijos, de nuestros padres y la pronta muerte de nuestras abuelas.

Moisés desde lo lejos, y desde su particular hermetismo, parecía no tener inlfuencia en mí vida diaria. Pero tan solo su voz, desde el teléfono, en la oreja de mi mamá, cada día, pintaba nuestra realidad de una sensación de compañía, de resistencia.

La ausencia de su cuerpo y de su voz nos marca el final de una etapa familiar. A él le tocaba. Pero su partida nos reafirma que allá lejos no había sido el turno de sus hijos y que sí o sí hoy es el turno de la justicia.

Pienso también que no es soledad lo que se siente, la soledad es otra cosa.

Riki

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Cristina y Vos

¿Se acuerdan de esta campaña? http://www.cristinacobosyvos.com
Nosotros somos los que seguimos. Hay que seguir militando, laburando y debatiendo. Hay que seguir en los barrios, en esos lugares donde casi nadie pone el ojo ni la palabra ni las excusas. Es ahí donde hay que encontrar al otro que se sume a un proyecto nacional y popular, de redistribución, de justicia social, de dignidad. Ahí está el “Vos”. Cobos estaba en el medio, entre Cristina y Vos, muchos Cobos hay en el medio. Hay que trabajar en la formación de actores leales, convencidos, que aten los cabos entre Cristina y vos, que sientan propio el proyecto porque defiende sus intereses. Difícil será siempre esta batalla si los soldados siguen pensando en el concepto de padre de familia burguesa para decidir en política. Es otro el actor que nos tiene que condicionar, con su vulnerabilidad, con su desintegración familiar, con el paco en el bolsillo. Esa es la tarea más difícil, la de concientización, de la comprensión.
Tenemos nuestra crítica sobre los errores del gobierno en estos últimos cuatro meses, nos sirve hacer diagnósticos porque de ahí intentamos generar estrategias validas. Pero hay que avanzar encima de eso. Podemos, y lo hacemos, escribir y decir lo que el gobierno debería hacer para no perder protagonismo: abrir el juego, sumar a figuras comprometidas que están esperando que abran la puerta, trasparentar los objetivos políticos previamente, refrescar el gabinete y muchos etcéteras. Pero nuestra tarea, compleja, es generar actores intermedios, que sostengan un proyecto, que vinculen. Nuestra generación tiene ese protagonismo. Tenemos la obligación generacional de hacerlo, retomando banderas históricas de lucha pero con el desafío de generar lecturas propias, nuestras, de esta época. El kirchnerismo hay que leerlo como un fenómeno histórico pero fundamentalmente como un fenómeno del presente y analizarlo desde acá, para poder expandirlo, ocuparlo y llenarlo de contenido. Eso se hace con política permanente. En las calles, en los barrios y en las oficinas. Se hace con imaginación. No hay que subestimar ningún espacio. Tenemos que pensar en grande pero haciendo desde lo chico. Coyunturalmente, en el marco general, sufrimos un golpe tremendo del cual todavía no conocemos las consecuencias. Pero como sea, tenemos mucho para aportar al proyecto nacional y popular. Por lo menos, ser quien ate las cuerdas entre Cristina y Vos.

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Militancia

Lo que más me duele es la amargura y desilusión de toda la militancia que bancó durante los últimos dos meses, en la calle, el proyecto de país que impulsa el gobierno. Y cuando digo militancia me refiero a, los chicos y chicas de todo el arco del movimiento social Kirchnerista que sin ninguna otra motivación que las convicciones, sin otro motor que la sensibilidad por las diferencias sociales, se la juegan todo por el todo. Me duele la frustración que nos comimos las tres mil personas que ayer estuvimos hasta las cuatro y media de la mañana siguiendo de pie, unos pegados a los otros, como si fuese la final de la copa del mundo, la sesión del parlamento. El clima, salvo durante los cuarenta minutos que duró la pobrísima intervención del vicepresidente, fue de fiesta. Me duele porque la militancia es genuina, sale de las vísceras, no pide nada a cambio, está ligada a nuestra historia, que es la misma que la de nuestros viejos –que también vienen bancando al gobierno, y a las instituciones-, una mirada colectiva, solidaria, inclusiva. Me duele porque tenemos confianza en la gestión de Cristina, en el liderazgo de un tipo como Nestor Kirchner, una bestia política que conmueve y genera una profunda admiración. Nos duele porque ayer perdimos una pelea contra los grandes poderes concentrados de nuestro país, contra lo peor, lo insostenible, lo de siempre, las banderas de la intolerancia, la xenofobia, la mezquindad, la insensibilidad, la extorsión, los medios, la iglesia, la pata recalcitrante del PJ, la miseria de la oposición, la chatura de la clase media, la oligarquía que muestra los colmillos cuando se pretender profundizar, aunque sea un poquito, cambios estructurales en nuestro país. Me duele porque ahora, que la mano se puso muy espesa, que las aguas se dividieron, que está a la vista de todos quien es quien, en el último milímetro de la disputa, un impresentable como Cobos, un incapaz, tibio, seco de responsabilidad y grandeza, nos deja lagrimeando en la puerta del Congreso, después de dos meses de estar en la calle sin respiro, aguantando de todas las maneras posibles los golpes que nos tiran, de manera desmesurada, y desigual, desde los cuatro costados. Me duele porque esta misma militancia es la que no claudica, la que no traiciona, la que sabe lo que quiere y anhela, la que intenta construir puentes con la sociedad, la que no concilia el sueño cuando de desigualdades se trata.

La trompada en la mandíbula de ayer nos dejó tontos. Es el resultado de varios factores, propios, y ajenos. Pero vamos a seguir, vamos a bancar hasta el final. Esto recién empieza, amigos.

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Karpas

La primera y segunda noche se durmió ahí, tirados sobre una bolsa de dormir, tapados por una frazada, o a un costado sobre uno de los bancos de la plaza que, así, bajo techo, parecía propio, que lo hubiésemos traído de casa –al igual que un cartel verde, municipal, clavado al fondo, de dos metros de altura, que rezaba, en lo alto, Plaza los dos Congresos-. Se consiguió unas sesenta sillas de plástico blanco que, según la necesidad, se pusieron en filas para las charlas, debates, videos, mirando al frente, o en circulo para tomar mate, comer lentejas o discutir coyuntura, o apiladas contra las paredes. Al fondo de la carpa se pusieron dos tablones sobre unos caballetes: un panel, o mesa, donde se sentó la gente que vino para a compartir, contar, o comunicar, por ejemplo acerca de la nueva derecha, o la nueva ley de radio difusión, en el marco de una charla, o actividad. Teníamos una teve y un sonido desde el que sonaba cumbia, rock y folklore. También una turbina que escupía calor por la noche. En las paredes había pegados afiches de todos los tamaños y color, pancartas, fotos, consignas, flameadoras, algún trapo. También tenemos una olla de aluminio inmensa, donde una tarde hicimos chocolatada y una noche helada un guiso de lentejas memorable.
Afuera de la carpa hubo mucho agite, el incansable ir y venir de la gente que se acercaba, sacaba fotos, quería firmar las planillas –algunos lo hacían sin siquiera preguntar, ni mirar lo que firmaban-, llevarse material, preguntar donde nos juntábamos, cuando, como podían hacer para colaborar, o para contarnos que les hacíamos acordar a otras épocas, cuando ellos también le ponían el pecho a la coyuntura, nos decían que no aflojáramos, que los grandes cambios son así, generan resistencia en los sectores a los cuales les tocas los intereses, que tocarle el culo a los que cortaron la pizza toda la vida es, tiene un costo, que la pelea la íbamos a ganar. Los que se acercaban podían ser de cualquier parte: Tucumán, Mar del Plata, Pergamino, Moreno, Berazategui, pero también del colegio de la vuelta, de la panadería de Rivadavia, que yo tengo un hermano que tiene algunas hectáreas en Victoria, Entre Ríos, pero que apoyo las medidas del gobierno, que hay que redistribuir la riqueza, que la justicia Social, que Evita, los pobres, los excluidos, que es hermoso que la juventud peronista esté de nuevo en la escena política nacional.

Te ponías detrás de la mesa, en la puerta de la carpa, media hora, paradito, no mucho más, dando una mano para colgar una bandera, yendo a comprar cigarros, o pan, o atendiendo a un grupo de gente suelta, o de una organización que venía a pedir, o comunicar, algo, una adhesión, una propuesta, a simplemente charlar con uno que también quería ser, aunque sea por un rato, protagonista. En cualquiera de las estas situaciones, o la mixtura de todas juntas, lo que pasaba, por dentro, es que la sangre te corría por las venas a una velocidad poco común. Y cuando mirabas para los costados, y veías que tus compañeros estaban en la misma, hablando como un loro, gesticulando con los dos brazos, atendiendo el celular, escribiendo un mensaje, encontrándote con alguien, llamando a alguien a los gritos, caías en la cuenta de el aire frío que corrió por la zona del congreso estaba totalmente absorbido por una situación única, comparable con muy pocas otras experiencias, histórica. Chicos, grandes, abuelos, vecinos con los perros, trabajadores, desocupados, indigentes, todos los programas de televisión, gente amiga, compañeros y compañeras, familia, dirigentes. Nadie estuvo exento del clima político que se vivió en la zona de las carpas K durante los doce días.
Los grandes medios, en concordancia con el partido que vienen jugando desde que arrancó el conflicto con el campo, hablaron, sin ponerse colorados, de un circo. Banalizaron, y minimizaron, una situación nunca antes vista. Hablaban de la plata que salía montarlas, del costo para la ciudad, de la suciedad, de lo complicado que se hacía transitar por la zona. Pero los que estuvimos ahí desde las nueve de la mañana hasta la una del otro día, en turnos, sabemos que en todas las carpas, por lo menos las carpas kirchneristas, lo que se respiró fue política, ideas, valores, convicciones, historia, presente, futuro, nada menos que un proyecto de país en juego. Tanto nosotros, como el río de gente que transitó la zona, estuvimos atravesados por una adrenalina sumamente contagiosa, alegre, convincente, que te comía los tobillos, la panza, la espalda y los cachetes de la cara. Nunca antes se había respirado tanto revoloteo cívico en la plaza de los dos congresos. Nunca antes se había instalado una carpa a favor de las políticas de Estado de un gobierno. Hay que salir a decir estas cosas: nunca antes se había instalado una carpa, varias carpas, a favor de un proyecto de país. Nos guste o no, es así.
Nosotros, los hermanos Dios, estuvimos ahí, enmarcados en las actividades del GEN y la JP, porque formamos parte de de un proceso político que ya hizo historia. Nos motoriza la idea de construir un país más soberano, justo y solidario. Nos gusta la política porque es con esa herramienta que podemos generar los cambios sociales por los que el campo popular de nuestro país viene peleando hace décadas. Estuvimos en la carpa de la juventud, muchos de nuestros compañeros sin respiro, durante más de diez días, porque entendemos que las retenciones a la exportación de granos es una medida justa, constitucional, que apunta a sacar donde sobra y poner donde falta. No hay mucho misterio.

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Abrazo


Finalmente el viernes pasado pudimos concretar la conferencia de prensa anunciando la apertura del Registro en la Ciudad de Buenos Aires de Denuncias de Ex Combatientes de Malvinas sobre violaciones a los derechos humanos durante la Guerra de Malvinas. Alicia Pierini y Juan Cabandié con sus discursos ajustados, precisos. Charly y yo, propulsores de esto en la ciudad, mirando, contentos. Hablaron también ex combatientes. Y terminó la conferencia Pablo, el primero que declaró, ante mi, en la Defensoría, el primer testimonio del Registro. En la conferencia, en 30 segundos explicó el maltrato y los abusos que había sufrido por parte de su superior durante la guerra. Estaba emocionado. Veintiséis años en la garganta. Esta tortura sólo la había comentado con sus compañeros ex soldados de la guerra y con su mujer. Terminó la conferencia. Pablo caminó unos pasos. En dos segundos tuve que definir si me levantaba para saludarlo o no. Es un gesto típico de funcionario ese de saludar al orador y palmearle la espalda. No quería eso. No me interesaba eso. No sabía realmente qué hacer. Pero yo también estaba muy emocionado. Me levanté de la silla y lo saludé. Pablo abrió los brazos y me dio un abrazo fortísimo, sentido, enorme. Gracias, me dijo, gracias, estuve veintiséis años esperando esto, gracias. Sus brazos me apretaban. Lloré sin lagrimas.

Por estas cosas me gusta la política y la gestión pública.

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Sábado 28 de junio


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La pura realidad


“El pasado no está muerto ni enterrado, ni siquiera es pasado”
William Faulkner

En el marco de nuestra militancia en GEN, todos los sábados participo de una asesoría jurídica en Parque Roca, en un complejo habitacional de emergencia, precario, con familias que siguen esperando que la realidad se les modifique alguna vez: siempre les tocó estar en el margen de de la historia. Estamos organizando una actividad para repudiar el Mundial 78 y queremos hacerla ahí, en el asentamiento, con torneos de fútbol, actividades recreativas, charlas y homenajes.

Es sábado, estoy conversando con dos hombres sobre sus problemas de vivienda en el asentamiento, las pésimas condiciones en la que viven ahí en Parque Roca, las faltas de respuestas. Pensamos juntos alguna estrategia de intervención. La charla es amena. Uno de los hombres, el más gordo, tiene alrededor de 50 años; el otro, más joven, un poco más de 30. La conversación se está agotando, se me ocurre hablarles de la jornada del Mundial, para ponerlos al tanto, para que el barrio lo sepa, para que sus pibes vengan a jugar a la pelota. No se cómo encarar el tema del mundial. Temo bajarle línea de repudio a un mundial exitoso futbolísticamente, qué pensarán, les habló de la pantalla que significó el mundial en 1978, de las cosas que pasaban alrededor, de las torturas, de las desapariciones, enmarco la jornada. Veo que sus caras son de absoluto entendimiento, me cortan el discurso. El hombre más grande se toca la barba y dice: “yo estuve preso en la dictadura, por delitos comunes, pero recuerdo muy bien cómo torturaban a los extremistas, los maltrataban y los llevaban hacía no se donde”. Me explica con absoluto conocimiento, y desde una manifiesta posición de repudio, las acciones del gobierno genocida. El otro hombre, o muchacho, escucha todo atentamente y de su cara se advierte que está nadando en aguas conocidas. “Yo tengo a mis dos viejos desaparecidos”, dispara. Cuenta que un abogado lo estafó haciéndole firmar dos pagares en blanco y que nunca vio un peso de la indemnización que le corresponde por las desapariciones de sus padres.

Es lunes, estoy en Casa Rosada con compañeros de GEN. Habla Cristina. Dice que no va a decir que la casa está en orden, ni feliz día de la bandera. La aplaudo fuerte. Recuerdo semana santa de 1987, agarrado a mi mamá en Plaza de Mayo. Felices Pascuas y mi mamá secándose la mejilla. Impunidad.

Es martes, estoy en la audiencia del juicio por la masacre de Fatima (21 años después de la casa impunemente ordenada). Es el alegato de la querella. Otra vez el relato del horror. Los ojos rojos, el cuerpo vació, la impotencia y el dolor. Me distraigo, quiero distraerme. Pienso en escribir este texto, pienso en el título, en el libro de Hugo Correa Luna que se llama así: La pura realidad. Pienso en Casa de Letras, donde soy alumno y Hugo es profesor. A los pocos minutos escucho la puerta de la sala, alguien entra. Es una mujer, es una compañera de Casa de Letras, se sienta al otro extremo. Nunca imaginé que pudiera interesarle el Juicio de Fatima.

Es miércoles. Se presenta la revista Generac10n. En la tapa está Estela Carlotto.

Me pregunto si es real esa división entre los derechos humanos del pasado y los del presente, división que hacemos a veces en nuestros trabajos y en nuestra militancia, y que sobre todo la hacen otros con distintas intenciones y diferentes intereses.

Me contesto que no es real esa división. La realidad me lo está diciendo. Es la pura realidad.

Riki

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Acá está: ésta es.

Despues de muchas horas de planificación y trabajo, el culo en la silla, la angustía de no poder arrancar o los dedos paralizados por la propia desconfianza, y en especial, después de mucho deseo, sacamos la revista. La hicimos con un grupo de chicos y chicas con quienes comparto un ámbito de militancia política llamado GEN (Generación por la Emancipación Nacional). Militamos porque queremos ser parte del proceso de cambio que está sufriendo la Argentina. Y en ese marco, el político, la militancia, las ideas, la construcción, nos dimos el lujo de sacar una revista que tiene el foco puesto en la cuestión social, cultural, y hasta literaria. En lo personal pude pensar una nota, investigar, imprimir, leer, tomarme un colectivo con un grabador de periodista guardado en la mochila, entrevistar cara a cara a alguien a quien admiro, desgrabar, escribir, re escribir, editar, leer, re leer.
El número uno de Generac10n tiene un diseño y un tipo de relato que éra el que nos propusimos cuando dijimos que teníamos que sacar una revista: propio, generacional y comprometido.
En eso estamos, amigos. Dando la pelea. Interna, y colectiva también.
Dejo, de regalo, el copete de una nota que cuenta por qué Evo Morales salió a darle pelea a la Federación de fútbol mundial (FIFA):

"La FIFA decide y las confederaciones de fútbol obedecen. Salvo algunas excepciones, claro. La historia de este conflicto ya tiene varios meses. Política internacional, fútbol, cultura y resistencia. Un ida y vuelta tan picante como la chicha".

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Golpe a golpe



El país transcurre una situación preocupante. La ofensiva en contra del gobierno y de las instituciones es terrible. Y las mentiras enormes. Esas instituciones que sin llenarlas de contenido sirvieron, sólo como palabra, para criticar el gobierno de Néstor Kirchner. La famosa institucionalidad. Hoy no dicen nada de las instituciones, no hace falta, no les importan. El campo no es una institución, es otra palabra más, que no hace falta rellenar. Es un símbolo.

Tenemos una tarea militante, amigas y amigos. Sencillamente tenemos que hablar, hablar con todos los que tenemos alrededor, en todos los ámbitos. No se trata de defender al gobierno. Se trata de tener cordura, sentido común y ser responsable. Quieren hacernos creer que se viene otro corralito, ya lo escuché en la calle y circulan mails. Los empresarios están aumentando los precios todos los días y retienen la mercadería para generar incertidumbre y crisis. Los medios suben la apuesta todos los días. Clarín se apropió de la derecha, y quiere apropiarse del discurso y de toda la renta. Hay que decir lo que todos sabemos: eso sólo. Y no necesitamos hablar de K o no K, de la JP o no JP. Hay que decir que hay muchas reservas en el Banco Central, muchas, que no hay manera que se caiga el sistema. Hay que decir que la movida golpista es lanzada por los grupos económicos concentrados porque justamente temen que se use ese dinero para distribuir. Ante eso, se reacciona diciendo que no hay plata. Eso es golpista, no es un debate democrático. La democracia les sirve en tanto sigan sosteniendo sus intereses. Hoy vamos a escuchar en todos lados que usan la palabra democracia pero sólo usan la palabra. Y no me digan que no es golpista este ataque, no me jodan más: mentirle al lector, al oyente y al televidente todos los días a toda hora es golpista. Convocar a golpear la cacerola, como lo hace Clarín, es golpista. Una cosa es tener ideas diferentes, entender el país de distintas maneras, los impuestos, la justicia, la corrupción, los precios, una cosa es discutir políticas públicas, opinar sobre el beneficio o el error de ciertas medidas, elogiar, criticar, ofrecer propuestas diferentes; pero otra cosa es deformar la realidad, promover el temor, silenciar voces, poner el foco en un solo lugar. La libertad de expresión tiene dos caras de la misma moneda: derecho a expresarse libremente y derecho a recibir libremente la información. Hace mucho tiempo que en la Argentina falla la segunda.

Hoy que no hay Ejército ni un Estado quebrado, saben que en la comunicación tienen el poder.

Hay que decir lo que hay, ni más ni menos. Que tenemos muchos menos desocupados. Que los datos (más allá del INDEC) son sustancialmente distintos a los de 2001. Es increíble y angustiante tener que salir a explicar esto. Se cae de maduro. Pero la gente parece que lo necesita. Los medios no lo van a decir. Hay que llevar tranquilidad.

Siempre digo que hay que correr al kirchnerismo por izquierda. Hasta parece que el mismo matrimonio lo reclama. Pero una izquierda concreta, no como Buzzi que habla de Evo Morales sentado al lado de Llambias y Miguens; o Tenembaun que habla de la tarea de gobernar como si fuera de la misma envergadura que el problema que tiene en su familia cuando todos juntos hablan en la cena.

No voy a caer en el facilismo de decir que el gobierno se equivoca acá y allá. Es evidente que se equivoca. Pero es lo más fácil decir donde se equivocó, sentado acá en mi casa escribiendo esto. Prefiero decir que lo que me da profunda tristeza no es ni Clarín ni el campo ni los errores del gobierno, lo que me destroza es saber que este país, la sociedad que ocupa este país, o mejor dicho los sectores de la sociedad que disputan poder en este país, no tienen la menor intención de mejorar las condiciones de vida de todos los habitantes: sólo defienden sus intereses. Y el gobierno, en este mapa, es el que queda mejor parado. En nuestro país hay más de 5 millones de personas que son pobres: no tienen diarios, ni tienen blogs, no mandan mails. Aunque sea en el discurso, el único actor que los menciona es el gobierno. La posición que asumen los demás actores visibles hoy en la Argentina es de derecha, irresponsable o irrealizable.

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Madres de la Plaza, el pueblo las abraza

"Que lindo es verlos así", me dice Carlitos, una butaca a mi izquierda. "No la pueden creer", agrega Lola, una fila de asientos más abajo.
La sala es solemne, cortinas pesadas, techo alto, circuito de audio y video, laptops, los tres jueces, la querella, la defensa.
El hombre de la foto, treinta años despues, no tan entero, ni recto, ni estirado, bastón, trajeado y engominado, casi sin orgullo, caído, sollozando, suplicando, en el banquillo de los acusados. El ex policía intenta desplegar una coartada por momentos ridícula, de mal gusto, con una watt de la ciudad de Mar del Plata, un Fiat 600 robado, y un cantor de tangos. Antes y después de cada párrafo, levantando la cabeza en direccion al juez que comanda el tribunal, acongojado, dice: "señor presidente".
Llega el turno de las víctimas: un hermano, un padre, y dos madres. Todos familiares de los chicos asesinados con un tiro en la nuca, y despues dinamitados, durante la madrugada del 20/08/1976, en la localidad de Fátima, partido de Pilar.
La querella le pregunta por la famosa foto a dos testígos directos de aquella tarde: las dos madres de Plaza de Mayo -sin el pañuelo blanco porque el tribunal no se los permite-. Una dice: "el cana la abrazó ni bien se dio cuenta de que lo estaban apuntando con la cámara de fotos. En cuanto escuchó el clic de la camára, sacó la mano". La otra duda de la existencia de la madre que se deja abrazar por Carlos Gallone: "nadie supo jamas quien era esa madre".
"Que lacra, ¿no?", digo, "en la foto te das cuenta de que el tipo abraza con resignación, como obligado". Carlitos no dice nada. Se saca el buzo y se acomoda en el asiento. Lola tiene puesta la mirada en el frente. Llegan un par de amigos más. Apagan los celulares, se sientan a los costados.

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Llegar a Página


Ya es martes, son las dos de la mañana y sigo encendido. Excitado. Como un niño estimulado por muchos juguetes juntos. Publicaron una nota mía en Página 12 y entonces estoy contento. Sandra Russo me pidió una nota hace un tiempo y desde entonces estoy contento. Sandra es mi maestra y Página 12 mi diario. Decir que se cumplió el sueño del pibe es caer en un lugar común, pero es un lugar tan común como ajustado. Publicar en Página 12 es conquistar a una de las mujeres más lindas, sobre todo para nosotros, jóvenes, con ganas, que queremos escribir, que la vemos desde abajo, que estamos aprendiendo, que somos felices aprendiendo y aprendiendo.

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Arrancó el ciclo


La idea se la tiró Nico a mi hermano una noche de copas en un bar de las cinco esquinas. La iniciativa prendió como un gajo en la tierra. Se trabajó durante tres meses para que la noche del sábado 26/04/2008, esté casi todo cerrado: un afiche que ya hizo historia, cuatro lectores -dos narradores y dos poetas-, otro que se ocupase de la imagen y el sonido del debút, una pintora -y el curador de la muestra que se ocupó de colgarlos a la vista de todos-, un músico invitado, dos chicas que se ocuparían de cocinar y atender la barra.

No sabíamos del todo cuanta gente vendría. La propuesta estaba abierta, los correos enviados a muchas bandejas de entrada, el aviso de boca en boca, los llamados de último momento. Al final fueron unas cincuenta, sesenta personas: familia, amigos, conocidos de diferentes espacios de nuestras vidas. A las once menos cuarto de la noche nos juntamos a un costado del living con un Nico que se comía las uñas: “arranquemos, loco: llegó la hora”. Con mucha soltura, y gracia, Nico pidió silencio y dio las palabras de bienvenida y agradecimiento. Sobre su cabeza, el logo de Más poesía Menos policía en movimiento: fondo blanco puro, un manifestante tirando un ramo de flores, de colores -el único color que tiene la imagen-, la consigna en letras negras, la fecha, el lugar.

La sinagoga del Rock lucía a pleno: el comedor a oscuras, la gente sentada en el suelo, banquitos, el sillón de fondo, gente en la cocina, acodada en la barra, charlando bajito, otros en el patio, espiando, fumando. En la parte de adelante del comedor, una mesa ratona de madera, vacía, misteriosa, alumbrada sólo por una lámpara de pié.

Leímos los hermanos Dios, los narradores. Dos o tres textos cada uno. Bien, tranquilos, acentuando las voces de los personajes, metiendo una pausa para generar clima y expectativa, levantando la vista una o dos veces, buscando la mirada de alguien, encontrando sonrisas. Lo más fuerte: hacer carne el texto, tomar conciencia de que cada palabra, cada frase, cada idea, volaba y se instalaba en el inconsciente del que estaba sentado ahí, a unos metros, comiendo el plato de chili con carne, tomando un fernet.

Después de los hermanos hubo una pausa. Música.

Vino el turno de los poetas. Primero Nico, despatarrado sobre la mesita ratona, a gusto, relajado. Fue el momento más agradable de la noche, con risas, alguna carcajada, clima distendido y comentarios de parte de la gente que se animaba a meter un bocado. Nico Invitó a un amigo a leer unos poemas de un escritor peruano: veloces, sarcásticos, geniales. Muchos aplausos, chiflidos.

Y para terminar el costado estrictamente literario de la noche, Martín Rodriguez, hasta ese momento acobachado junto a su mujer en la única mesita del patio. Se sentó, encorvó la espalda y, primero leyendo casi para adentro, después mucho más flojo, tiró seis o siete poemas de una profundidad escalofriante.

Otra pausa, más música con buen gusto. Besos, abrazos, palmeadas en la espalda. Tragos, más comida.

Y llegó el turno de Lucio, un músico amigo que se subió a la mesita ratona y con una frescura envidiable deleitó a la gente con varios temas propios, cálidos, personales, muy sentidos. Su presentación duró una media hora y no tuvo desperdicio.

Para terminar, la fiesta: íntima, veinte o treinta personas que se dedicaron a charlar, bailar, tomar algo. Así estuvimos un par de horas, llenos, satisfechos lo mires por donde lo mires.

“¿Cuando hacemos la que viene? Ya tengo un par de narradores y un músico”.

Una noche completa, armada de cero, original, complaciente. Eso fue Más poesía Menos policía. Comunión. El regreso de los amigos locos a pleno. La pintora vendió dos cuadros.

Hubo remeras negras con el logo blanco. Al otro día fui a una peña con la remera puesta.

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El viaje Redondo

Para Marce y Wen (por orden de antigüedad)


1) Ficciones

Queríamos hacer una encuesta a todas las minas que había en MDM (Madame en el lenguaje rosarino): ¿Por qué iban a este boliche? Unos amigos nos contaron que los fines de semana van a MDM alrededor de 3000 personas. ¿1500 mujeres? No sabemos la cantidad exacta, lo que sabemos -porque lo vimos- es que el 90% están buenísimas. Rosario tiene eso, además del río, el monumento y los amigos: un promedio descomunal de chicas lindas. Lo cierto es que ninguno de nosotros, porteños de ley, tuvimos nunca la oportunidad de darle ni siquiera un pico a una rosarina, y eso que vamos periódicamente a la Chicago argentina hace más de 15 años.

Queríamos preguntarle eso: ¿Por qué? Porque nosotros, hay que decirlo, en Rosario vamos a un tipo de discotecas que jamás iríamos en Buenos Aires, pero vamos porque queremos verlas y, sin saber cómo, queremos llevarlas aunque sea hasta el auto. Pero, insistimos: ¿Por qué van ellas? ¿Qué buscan? Calculamos que casi todos los hombres, salvo uno que otro que va con la novia, van a MDM a buscar una mina para hacer algo más que hablar. ¿Y ellas? Ellas bailan, caminan, toman, hablan, gritan. Van de pista en pista, a la de afuera a la de adentro. No miran, no escuchan. Y se van solas. A las 6 de la mañana el amanecer en la calle se llena de chicas solas.

2) Realidades

Cuarenta mil personas invaden pacíficamente un lugar acostumbrado a treinta mil: Jesús María. El viaje es largo y siempre divertido. Hay una liberación de algo que ya está liberado. Al llegar con el Corsa gris, ya es de noche, los siete kilómetros de la caravana de autos aceleran el revoloteo de esas mariposas que de tanto en tanto aparecen en la panza de los seres humanos, por amor, por desamor, por miedo; generalmente antes de que pase algo especial. Cortazar decía que eran arañas.

Estamos en un lugar que es nuestro hace más de 15 años, desde Obras o desde Racing. Tenemos 31, 32 años. Acá somos absolutamente jóvenes. La calle es nuestra. El vino y la cerveza también. Sólo caminar las últimas cuadras antes de entrar al estadio, hacer sólo eso, paga todo el viaje. Lo demás es música. Las dos cosas juntas es rock.

El clima que se vive en la previa de los recitales de los Redondos, ahora del Indio, es la máxima expresión del sentimiento ricotero: es una comunión, es el beso antes del sexo, es enterarse del sabor del vino, no hay foto, no hay crónica; hay humo, cientos de pies con el mismo destino, alegría contenida, ebriedad solidaria, fiesta callejera. Si supiéramos de poesía, esto sería poesía pura.


3) Ficciones

En Jesús María no conocimos a Jesús pero sí a dos Marías. Viven del campo pero odian a sus dueños (grandes, medianos y chicos). Odian también a la presidenta de la Nación. Por nuestro cansancio y nuestras segundas intenciones eludimos la problemática y entramos en confianza. Tres a dos puede ser un partidazo si todos aceptan las mismas reglas. No era el caso. Ellas se suben a nuestro auto y nos llevan a pasear a la montaña que sólo sentimos y escuchamos porque la noche es cerrada y la luna chiquita. Ellas quieren –después lo analizamos- padres para sus hijos, nosotros poder contar algo más cuando volvemos.


4) Realidades

Tres amigos que manejan su vida de manera diferente pero absolutamente juntos. Cuarenta y ocho horas de pura intensidad, de mucha ruta, pocas horas durmiendo, siempre soñando. Tres amigos que, con tanta caminata, eligen demostrar su cariño proponiendo el chiste más gracioso. Gracias.


Riki

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Necedad


- Se suspendió la fiesta del chorizo colorado, loco –le dice el Corto ni bien lo ve salir del auto. El Corto tiene anteojos para el sol con armazón de acero y cristales de vidrio. Está ancho, la remera apretándole los tubos.
- ¿Qué pasó? –le da un beso Rulo.
- Nada, por el paro del campo –dice el Corto. Y el Rulo saluda a Julio, el encargado del edificio donde vivió más de quince años con sus viejos.
La mañana está hermosa: cielo azul, sol, temperatura justa. El Rulo dejó a su nene en el jardín hace cinco minutos. Se está yendo a trabajar. Venía silbado, tarareando una canción de la Bersuit.
- Que se jodan por cortar rutas y no dejar pasar a los camiones –tira el Rulo, va hasta el auto y lo cierra.
Será que el Corto no le dio tiempo a nada, o que se hinchó las pelotas por la vez anterior, hace una semana, cuando discutieron por lo mismo, pero no lo pensó dos veces.
- Por ahora, papá –dice el Corto, atajándose-: en un mes vuelven a la carga.
- El gobierno quedó mejor parado que el campo –dice el Rulo.
- ¿Te parece? –se burla el Corto.
El Rulo no puede ver los ojos de su amigo porque los lentes de policía anti narcóticos son puro reflejo.
- Si, me parece –afirma el Rulo-. Los tipos no pueden dejar sin morfi a la gente, parar las industrias, fábricas, comercios.
A Julio, el encargado, le chupa todo un huevo: sonríe como si se estuviese charlando de mujeres.
- Éste es un Kirchnerista –le dice el Corto al Julio, y el otro también se ríe.
- Los del campo la quieren todas: son insaciables –dice el Rulo, remera de manga larga, jean, zapatillas.
Julio saluda a un gordo que pasa por enfrente con un nene en brazos. Le dice que noche la de anoche, el otro levanta el brazo libre: se cagan de la risa. Pasan un par de autos por la calle, meten ruido.
- A los grandes si hay que sacarle, pero ustedes le roban a los medianos y a los chicos –le tira el Corto al Rulo.
- El gobierno sacó medidas para los pequeños productores.
- Si, pero recién ahora –el Corto abre los brazos, habla en voz alta.
- Pero agacharon la cabeza y cedieron –dice el Rulo, y saca un pucho del pantalón. Casi nunca fuma a la mañana.
- Dejá, loco –lo sobra con la mano el Corto.
El Rulo se distrae con un vecino que sale del edificio. Piensa que es mejor hablar de Racing, el fantasma del descenso, la quiebra: ahí si que se van a entender.
El Corto mete las manos en el bolsillo, se da vuelta, patea una piedrita hacia la calle, y se sienta sobre el capo del auto del Rulo.
Por la esquina aparece una flaca de pantalón blanco y tacos: camina hacia los chicos con paso decididamente femenino. Pasan corriendo dos chicos de delantal blanco: en la espalda llevan unas mochilas casi tan grandes como ellos.
- ¿Sabés hace cuantos años que no se llenaba la plaza para apoyar un gobierno? – dice el Rulo, y pita. Ya no silba.
- Fueron todos por el chori, papá: son todos monchos –dice el Rulo desde el auto.
Pasa la flaca. Muy fina: nariz, boca y piel. Aroma a limpio, recién bañada. Mira para adelante seria como un caballo.
- Yo estuve en la plaza y no me pagó nadie –vuelve a la carga el Rulo. Pita, tira el humo.
El Corto tiene la cabeza torcida hacia su derecha, en dirección al culo blanco que se mueve con la elasticidad de una cinta de esas que se usan en la gimnasia artística.
- Van todos por el paty y la coca, papá –contesta el Corto.
- ¿Quién te contó eso, loco? – salta el Rulo.
- Nadie, papá: se ve por la tele.
El Rulo se da vuelta, tira la colilla hacia un costado. “¿Cómo puede ser que este pibe tenga un discurso tan básico?, piensa. “¿Será la prima policía con la que tan bien se lleva, derecha como un mástil de la escuela de instrucción?, ¿vendrá por ahí la mano?, ¿o será la tele, formadora de opinión por excelencia, tacto y sentido común por sobre todas las cosas?”.
- ¿Y D’elia? –salta el Corto.
- Ese no es el problema, loco, es un poquito más profundo –el Rulo habla en voz alta, el pelo desprolijo, la boca seca. El Corto sabe que el otro lo puede dar vuelta, pero quiere decir lo suyo. “¿A quien se comió éste?”, piensa.
- ¿Ese no es el problema? –dice el Corto, y se levanta del auto-:- ¿y quien lo mandó, entonces?
“Nunca saltaste por nada, Corto, ni por nadie, la concha de tu hermana”, piensa el Rulo, se come las uñas. Lo mira, lo tiene al lado, no lo quiere herir. “Y ahora, justo ahora que la mano anda mejor, te llenas la boca de pelotudeces”.
- Kirchner lo mandó, loco.
Pasa una señora con dos bolsas del chino de la esquina. Arrastra los pies. Saluda a los chicos.
- La plaza es de los que luchan –dice el Rulo, seco.
El Corto no dice nada pero sonríe. Tiene los brazos en la cintura. Sabe el otro acaba de meter un tema con el que no se puede joder mucho
- De las madres es la plaza, Corto –repite el Colo-, no de las viejas conchetas de Recoleta que le gritan puta a Cristina por venir del peronismo de los setenta.

Silencio de nuevo. Pasa un micro escolar, naranja. Un par de chicos gritan cosas por la ventana. El Rulo los mira pero no los saluda. El Corto tampoco.
- No sé, loco, no sé –dice el Corto.
- Mas bien que no sabés –dice el Rulo, y se va.
La flaca del culo blanco debe estar llegando a Retiro. Por la vereda de enfrente aparece Julio, una caja de herramientas en la mano. El Rulo lo ve pero no se hace cargo. En la esquina, un perro mea sobre una bolsa de consorcio negra que tiene mitad de su cuerpo sobre el cordón de la vereda, y el resto sobre la calle.
El Rulo sube el puente colorado.
Julio cruza y lo encara al Corto:
- ¿Se calentó el Rulo?
- Es un boludo –dice en tono amistoso el Corto-: no sé porqué se mete en política, si son todos iguales.
El andén está casi vacío, a la parte de atrás le da el sol. En cuanto el Rulo se prende su segundo pucho de la mañana, le suena el celular: es la madre de su nene que le pregunta si puso en la mochila la remerita de manga larga, la azul marino.

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Estuvimos en la plaza las tres noches. También en parque norte. Creemos fervientemente en el proyecto de país que impulsa el gobierno. Apostamos a la inclusión social y a la distribución del ingreso. Queremos un país justo y soberano. Apostamos al sentido común.

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Crecer desde la memoria


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Milanesa con papas fritas

Hace dos o tres noches, con mi hermano, parados frente a la mesa del comedor de su casa, mirabamos fotos de hacía unos cuarenta y pico de años, leíamos unas cartas del año '83, suspirábamos ante un carnet de River de los años setenta -esos cuadernitos de cuerina, gruesos, de color marrón oscuro-, nos reíamos con un par de papeles, diplomas, y otros recuerdos de esos que se amontonan en el cajón de la mesita de luz.
Todos esos objetos pertenecían a nuestra abuela -la abuelita-. Las fotos, los diplomas y el carnet de River eran de su hijo Ricardo, nuestro padre. Las cartas las había escrito yo desde Israel, donde viví desde el '82 hasta el '84, y estaban dirigidas a la abuelita.
Con mi hermano acabábamos de volver de un viaje histórico, con nuestros hijos, Santino y Manuel. Hacía sólo unas horas que estabamos en Buenos Aires, despues de pasar seis días en el Palmar de Entre Rios, los cuatro varones, la mitad del tiempo en una estancia campo adentro y el resto en un camping a la orilla del rio Uruguay.
Todavía excitados por nuestro viaje, una experiencia asociada a lo más lindo de la paternidad, inédita, sorprendente, incrustada en la piel como un raspón de esos que te traes de un campamento, con las fotos y las cartas en nuestras manos -mirá lo que es ésta foto, mirá las cosas que decías a los trece años-, nos miramos, uno de los dos se mordió el labio y, no me acuerdo si se le puso palabras o no, pero fue tan claro como el agua: la vida es, entre otras cosas, transmisión y herencia de experiencias.
"Ya falta poco para que vuelva. Vamos a poder ir a comer milanesas con papas fritas, que tanto nos gusta", le avisaba a la abuelita, a través de las palabras escritas desde el otro lado del mundo. Nuestro padre era de River, un tipo sensible, querible. A Santino y a Manuel les gusta tirar piedras al rio.

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Yupanqui x 100


Hoy cumpliría cien años - un montón de años -, y a pesar de que las citas, en general, no le sirven más que a uno mismo - y mucho más si al que citas ya no está -, dedico un pequeño tributo a este hombre de campo adentro que supo dejar una huella de peso en nuestra cultura.

Entre otras cosas, alguna vez, y en alguna parte, dijo: “Para rezar en la noche, la guitarra. Para un recuerdo querido, la guitarra. Para la Patria lejana, la guitarra. Para quemarme por dentro, la guitarra.”

Aguante.

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Buenos Aires Mood

Fuimos a ver a Dancing Mood. Tocaban en Niceto. Jueves 17 de enero, pleno verano. La Costa explota, Bariloche es record, Brasil se llena de argentinos. Buenos Aires también las tres cosas: explota, es record y está llena de argentinos. Pregunto a mi alrededor si la gente no se va de vacaciones porque no tiene guita, si somos muchos, si son todos turistas. Pregunto y debiera preguntar más para escribir algo serio al respecto. Ahora me voy a tomar el subte de las 18 horas y voy a ir apretado, como todo el año. No me molesta, sólo que hay algo que no entiendo. El año pasado, por estas fechas, Clarín publicó una nota doble página comentando que Buenos Aires estaba vacía. En la foto de la nota aparecía Joaquín, un amigo, un socio, uno de los tipos más graciosos de la Argentina. Lo sorprendieron a la salida del subte. Su testimonio: “Todos los días me tomo el Subte B, siempre voy parado y el subte lleno, hoy me senté: esto es ciencia ficción”.

Dancing Mood toca muy bien, el escenario está cargado de músicos, la mayoría con instrumentos de vientos, la banda no tiene cantante pero tiene un líder con pantalones de gimnasia. La banda no tiene cantante pero invitan a otros a cantar, a otros que lo hacen muy bien y que derraman color. La gente agita, yo no me puedo mover sin pisar cincuenta y siete píes. Niceto tiene aire acondicionado o turbo o algo que larga kilos de aire, entonces la noche se disfruta.

Ahora bien, sólo quería dejar constancia que Buenos Aires me encanta. Buenos Aires es una ciudad cultural, musical, que no duerme, que no se toma vacaciones. Y hay que cuidarla. Tenemos que cuidarla entre todos. Y alguna vez sería interesante gobernarla, estirarla, coparla, integrarla, ampliarla.

Riki

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Manu y Santino Dios

Manu y Santino Dios