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Dos años sin Luciano


Mientras se sigue discutiendo lo que otros ponen sobre la mesa, Luciano Arruga sigue desaparecido. El pedido de verdad y justicia por Luciano es también la necesidad urgente de cambiar el foco de la intervención política (y periodística) sobre la responsabilidad penal juvenil. Muchos de los niños, adolescentes y jóvenes que cometen algún delito lo hacen como último eslabón de la cadena de producción de ese delito; quien sostiene esa cadena y golpea todos los días los cuerpos de los más vulnerables es la policía en sociedad con otros adultos. Cuando algún adolescente se rebela contra esa práctica, lo eliminan. Hay que resolver adentro para encontrar respuestas afuera: no hay otra. Todo lo demás roza la complicidad.


La política de seguridad de Scioli es totalmente antagonica a la política de seguridad que propone Cristina con Garre. Ahí hay un serio problema político. Pero eso no es lo más preocupante. Lo más grave es que esas decisiones políticas que se discuten en la tele, en diarios y en blogs, lo que producen son muertes y desapariciones como la de Luciano.

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Homenaje a Martí en la Cuba cruda y libre


Jesus es el cubano que nos recibió en su casa de Santiago de Cuba durante nuestra estadía en esa ciudad, cuando viajamos para los cincuenta años de la revolución. Médico de profesión, y fiel servidor de los servicios secretos cubanos durante varios años, el hombre se ocupó de nosotros con la calidez de un padre. Más castrista que Fidel, vivía en un rancho tan modesto como la ropa que usaba y los alimentos que servía sobre la mesa. Austero y deliberadamente solidario, nos dejó una marca indeleble en el cuerpo.

Una de sus devociones, aparte de la poesía, es su pequeña hija, Irenita.

Adjuntamos un texto de su autoría, tan crudo y contundente como sus convicciones.

ESTA NIÑITA DEL CENTRO TIENE LOS ZAPATOS AZULES, REALMENTE NO SON ZAPATOS, ES UN CARTON PINTADO, ELLA NO LOS TENIA PARA IR AL DESFILE Y SU MADRE, UNA TRABAJADORA CUBANA, DIGNA Y HONRADA, RESOLVIO DE ESA FORMA TAN BRILLANTE.
LOS TAMBORES DE LOS NIÑOS ERAN ENVASES DE COMIDA CON UNA TAPA RRIBA Y ABIERTOS ABAJO, SUS PADRES LOS PINTARON Y SONABAN IGUAL, LA BATUTA DE IRENITA ES DEL PALO DEL RECOGEDOR DE BASURA DE MI CASA QUE ENTRE MIRLAY Y SU MADRE LE DIERON ESA FORMA QUE PARECE, DE ESA MANERA TODOS LOS NIÑOS CON MIL TRABAJO LOGRARON HONRAR A MARTI.
CON GENTE COMO ESATA NUESTRO PUEBLO ES INVENCIBLE, ES LO QUE EL APOSTOL, MARTI, NOS ENSEÑO DESDE LA CUNA.
SOLO UN DETALLE DE COMO LUCHA NUESTRA GENTE CADA DIA, POR NOSOTROS Y POR TODOS USTEDES, NO IMPORTA DONDE ESTEN, MIENTRAS EXISTA CUBA Y SU REVOLUCION USTEDES SERAN MAS LIBRES.

http://laislaylaespina.blogspot.com

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Termómetro social I

Sábado a las ocho de la noche. Supermercado chino de la avenida Crisólogo Larralde y Estomba, barrio de Saavedra. Los clientes hacen fila en las dos cajas. El verdulero, a la izquierda de la puerta de entrada, embolsa frutas a dos manos. En el salón, una docena de personas recorren las góndolas. Una cumbia pegajosa irrumpe desde los parlantes. Al fondo, en la fiambrería y carnicería, también hay un par de clientes haciendo fila.

Cuando le llega el turno, Luciano M. pide un kilo de nalga para hacer milanesas.
- ¿Finitas o gruesas?
- Finitas.
El hombre, de delantal, atiende junto a su hijo, un chico de unos diez años, que se ocupa de cobrar y anotar el importe en un cuaderno.
Luciano M. no resiste la tentación de sacar el termómetro social.
- ¿Se vende carne, maestro?
- Por suerte sí, amigo.
El hombre es casi tan ancho como la puerta de aluminio empotrada a la pared, detrás suyo, donde las medias reses cuelgan de un gancho, aguardando su destino final. Tiene unos cincuenta años y los dedos de sus manos parecen morcillas.
- ¿Cómo te fue en el 2010?
- Más o menos, y para colmo el 24 de diciembre perdí 30.000 pesos por los cortes de luz.
- Y en el 2009 peor, entonces.
- ¿Sabés que no? -dice, y levanta las cejas, y curva los labios, formando una sonrisa.
- ¿2008, 2007? -sigue escarbando Luciano M.
- Impresionante. Todos estos años trabajé muy bien. Yo no entiendo de qué se queja la gente, hermano. Mirá cómo está la costa. Hasta las pelotas.
- Los que sí se pueden quejar son los que no tiene nada -dice Luciano M.
- Sí, esos sí, pero seguro que los mismos que ahora están de vacaciones, después vienen, se paran acá y empiezan a decir pelotudeces.
Luciano M. mira por sobre su hombro, como si le hiciese falta reconocer a muchos de los que conforman ese porteño medio pelo que repite las ganzadas de TN, Clarín y radio Mitre, aún cuando la realidad, por lo menos, muestra otra foto.
- Mirá -retoma el hombre-, estos tipos gobiernan para la gente. ¿Hacía cuánto tiempo que a los jubilados no les daban quinientos pesos para la navidad?
- Aparte del más de quinientos por ciento de aumento que recibieron estos años, ¿no? -dijo Luciano M., para robustecer la idea.
- Yo tengo cinco hijos. En el 2000 perdí todo.
- ¿Siempre te dedicaste a la carne?
- Toda la vida -afirmó, y se dipuso a cortar las últmimas tres milanesas del corte que yacía innerte sobre la tabla de trabajo -, mi familia tuvo que dormir durante tres meses en unos galpones de Constitución. ¡Yo no! -aclaró, punteándose el pecho-, porque soy cabezón y orgulloso -justificó.
- ¿Y cómo zafaron?
- Los primeros dos o tres años, con los justo. Y en el 2005, con Kirchner, que generó trabajo y volvieron a abrirse fábricas y la gente volvió a tener dignidad, mucho mejor. Ahora tenemos cuatro carnicerias.
- Hay que seguir empujando, entonces -reflexionó Luciano M., mientras el hombre embolsaba la carne y anunciaba el precio a pagar: 32 pesos.
- Más bien. ¿Te acordas lo que eran los que nos gobernaban en los noventa? No sólo nos hambreaban; también nos hacía pasar papelones en el exterior. Fijate lo que es nuestra presidenta ahora.
- Un lujo.
- Por favor... -exclamó el hombre de tonada tucumana, pelo ralo, y dedos de morcilla.
El nene, que durante toda la conversación había prestado una cansina atención, cobró, y entregó el vuelto.
Luciano M. los despidió con su mejor sonrisa. Ellos devolvieron un ruidoso saludo. El hombre saludó a la mujer que esperaba en la fila, y siguió con lo suyo.

Mientras Luciano M. caminaba por Crisólogo Larralde, se encontró silbando la cumbia que sonaba en el super Chino. Estaba contento. Y confiado.

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Blanco Nocturno o el placer de la literatura


Acabo de terminar de leer Blanco Nocturno, la última novela de Ricardo Piglia. Lo más hermoso que me pasó con esta impresionante y –me animo a decir- perfecta novela es la reconexión a los sentimientos que se prenden cuando uno lee buenos libros. En verano, al revés de lo que se dice en general, hay que aprovechar para leer lo robusto y no lo sencillo, porque hay tiempo, hay cabeza y cuerpo para asimilar y para ver todo desde alguna distancia, distancia de la oficina, de los recursos humanos, de la rosca. La literatura es un descanso. Es parar en la estación de servicio de la ruta a cargar nafta y tomar una coca. Hay que llegar, pero antes hay que parar.

La literatura (y no la crítica literaria) pega en lugares diferentes a la política y a los textos políticos. La literatura enriquece a la política más allá de las polémicas sobre si la sabe interpretar o no. Me gustaría leer más ensayos políticos o libros de historia pero cuando tengo que elegir, teniendo en cuenta los pocos momentos que se tienen para leer, elijo literatura. Y me lo agradezco.

Un libro como Blanco Nocturno es un romance, un asado con amigos, una fiesta íntima. El nivel de precisión, los personajes, la trama, su regocijo en el género policial. Después hay que seguir, claro, uno usa la literatura para después seguir, no para quedarse parado. El sueño de ser escritores es el mismo sueño aquel de ser futbolistas. Pero terminamos leyendo libros y yendo a la cancha los domingos. Lo que queda: laburar, militar, ser lo más felices posibles. Y tener hijos.

Acabo de ser papa de nuevo. Hay un cierto desinterés positivo de muchos temas cuando se desea y nace un hijo. Reaparece lo esencial, eso que, perdón por lo cursi, alimenta el alma. Estar en casa con la princesa y leer mientras duerme: momentos perfectos.

Por eso hay que permanecer con los libros. Muchos sueñan con vivir de los libros en el sentido económico. Yo sueño con vivir gran parte de mi vida encima de los libros. Y cuando leo algo así todo vuelve, es una nostalgia alegre, constructiva.

Había pensado en escribir algo así como una reseña o crítica pero no estoy para eso, en tal caso hay que pasar, por ejemplo, por acá, por acá, por acá, que es todo muy sabroso. Pero me permito una nota de color: los tiempos de Piglia: “Escribí esta novela de la misma manera que las otras, con un procedimiento que no recomiendo a nadie: escribo un primer borrador y lo dejo descansar dos años… Cuando el tiempo se incorpora al manuscrito, hay una inspiración que está en el propio material”. Respeto al tiempo.

Literatura y política. A veces la literatura ayuda a reinterpretar coyunturas políticas, a veces no. Blanco Nocturno es un gran libro y, como dice Piglia, es además su libro sobre el campo, que no es poca cosa, en estos días de mesas de enlaces que tienen nostalgia de una coyuntura ya agotada. Dice el libro, página 274: “Los que hablan de conciliación y de diálogo son siempre los que ya tienen la sartén por el mango y el asunto cocinado, esa es la verdad”. O esto, página 230: “populismo campesino que habla en criollo con las sentencias conservadoras”. O acá, página 115: “…pensaba que el campo era un lugar pacífico y aburrido, con paisanos con gorra de vasco, que sonríen como tarados y le dicen a todos que sí. Un mundo de gente campechana que se dedicaba a trabajar la tierra y eran leales a las tradiciones gauchas y a la amistad argentina. Ya se había dado cuenta de que todo eso era una farsa, en una tarde había escuchado mezquindades y violencias peores a las que podía imaginar”.

A leer que se acaba el mundo.

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Conversación con la madre de Camilo Blajaquis

Diez de la noche del sábado 15 de enero. Estacionamiento de un supermecado Día de Ciudadela, iluminado sólo por un puñado de lamparitas de bajo consumo que cuelgan de un cable. Terminaba una movida cultural organizada por el poeta Camilo Blajaquis, un pibito de veintiún años que en el 2005 cayó preso por un secuestro extorsivo y que ahora, en libertad hace un año, dirige la revista de cultura marginal ¿Todo Piola?, coordina los talleres literarios de la Secretaría de Cultura de la Municipalidad de Morón, escribe en la nueva revista Crisis, y está en boca de muchos de los tienen alguna relación con el planeta carcelario, la poesía, el periodismo y la política.

Camilo leyó, de manera intermitente, y con una cadencia y soltura muy contagiosa y seductora, poemas de su primer libro (La venganza del cordero atado). Entre poema y poema, fueron actuando los distintos invitados: los rabiosos chicos de Clan Oculto (Hip Hop del conurbano), los apaciguados Jamaicaderos (Reggae de Etiopia) y un payaso. Parece cerrar, se proyectaron un par de cortos de la revista ¿Todo piola?, muy bien logrados.

Mientras unos cuantos amigos y vecinos felicitaban a Camilo (Cesar Gonzales, en realidad) y otros le pedían una dedicatoria para el libro, Luciano M. encaró a la madre del joven poeta, que estaba a un costado:

- Soy Luciano M., periodista, entre otras cosas –se presentó, incómodo.
- Hola, ¿qué tal? –dijo ella, sonriendo.
Al hijo lo había tenido de chica porque era muy jóven. Estaba contenta, orgullosa. Terminaba otra gran noche.
- Me gustaría hacerte una entrevista, en algún momento.
- ¿A mí? –dijo ella, apuntándose el pecho con el dedo índice de la mano derecha.
- Sí. Todos quieren la nota con tu hijo –dijo Luciano M, y ladeó la cara hacia su izquierda, donde un tumulto bregaba por sacarle algo al poeta, muy pendejo, morocho, con gorra-, pero yo quiero hablar con vos, que sos la madre de la criatura.
- Bueno, dale, no hay problema –aceptó ella, ruborizada.
Mientras la mujer dictaba el número de teléfono de su casa, él tiró un dato que ya conocía:
- Tienen casa nueva, ¿no?
- Sí, ¿cómo sabés?
- Lo leí en una nota que le hicieron a César. Y aparte las conozco porque paso por ahí cada tanto.
- No lo podemos creer. Nos cambió la vida.
Ella y su hijo –y seguramente algún hermano más-, viven en el barrio Carlos Gardel, en El Palomar, zona oeste del conurbano, y en el segundo semestre del 2010 recibieron una de las tres mil quinientas viviendas populares que el gobierno nacional construyó en el barrio.
- Yo también escribo –compartió él-, y aparte soy kirchnerista.
- ¡Yo también, nene! –devolvió ella, exultante- ¿cómo no los voy a bancar?
Luciano M. le dio un beso y prometió llamarla pronto.

Hacía unos días atrás Luciano M. había leido que Camilo puteaba en varios idiomas por la desición de la presidenta de sacar la Gendarmería a la calle, en la provincia de Buenos Aires. Es lógico, pensó él, poniéndose en el lugar del poeta. Tan honesto e incontrastable como la realidad que le pasó por encima a la madre, con casa nueva.

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Pararse frente a los pibes de los colegios a hablarles de organización

Desde el Programa "Educación y Memoria" del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, con quienes asistí a un par de escuelas el año pasado para contar algunas experiencias pasadas y actuales, en relación a la militancia a favor de los derechos humanos, me invitaron a escribir algunas líneas, ya que Claudio Altamirano, va a sacar un libro contando su propia experiencia, al frente del Programa.

Pararme frente a decenas de chicos y chicas del primario y secundario siempre me despertó profundas emociones. Nudo en la garganta y lágrimas aguándome los ojos. Es inevitable. Mis tripas sobre la mesa y la atención respetuosa de los chicos se traduce, invariablemente, en una experiencia fuerte. También implica una responsabilidad. El primer cimbronazo llega de la mano de los nervios, a pocos minutos de la presentación, el paso al frente, y las primeras palabras. En general llevo un punteo con el que pienso repasar mi experiencia personal y colectiva en el marco de una organización, y aparte algunas ideas para que queden rebotando dentro del cuerpo de los chicos. No siempre logro respetar el punteo, claro, y cuando las emociones me ganan el pecho, las palabras salen solas, inmanejables.



Siempre nos pareció importante que los pibes escuchasen el relato directo de un hijo de desaparecidos, porque tanto nuestros padres como nosotros somos personas de carne y hueso, con muchas de las virtudes y miserias que en definitiva tiene cualquier persona. Uno de los objetivos que nos propusimos para nuestras presentaciones delante de los pibes fue humanizar esas siluetas, y ponerles nombre, apellido, barrio, profesión y cotidianeidad. Bajarlos a tierra. En definitiva, nosotros -los hijos de aquellos hombres y mujeres a quienes siempre reivindicamos como militantes populares, aparte de estudiantes, trabajadores, artistas, o lo que fuese-, convivimos con un drama no tan distinto al que cargan tantos otros sobre sus espaldas: la pérdida. No somos los únicos que perdieron a los suyos. La diferencia está en el pliegue político de la cuestión. Se los llevaron porque querían hacer una revolución. Les dieron con una saña inaudita porque existía la posibilidad cierta de modificar la matriz económica de un país históricamente desigual. Se hablaba del hombre nuevo y los cambios llegarían con las armas. Es a partir de esa distinción, irreparablemente dolorosa e indignante, que nosotros pudimos abordar, justamente, la cuestión de la política, esa herramienta con la que se puede mejorar la calidad de vida de nuestro pueblo, en especial la de aquellos que menos tienen.

El proceso político iniciado en mayo del 2003, nos modificó el paradigma, y pasamos de la trinchera y la resistencia, a reivindicar las políticas públicas a favor de la Memoria, la Verdad y la Justicia.

Nuestro principal deseo, y objetivo, pensando en los chicos con los que charlamos a lo largo de los últimos años –hablo por mi experiencia en H.I.J.O.S. a fines de los noventa y también por el Observatorio de Derechos Humanos en la actualidad-, fue despertarles una inquietud en relación a la organización como parte de nuestros principios de vida. Poníamos el ejemplo de nuestros espacios, cuando pasamos de las primeras reuniones en la casa de un amigo a convertirnos en espacios de militancia concretos realizando acciones que lograban cierto rebote. Siempre quisimos dejar esa semilla en el aula, para que después sean los chicos quienes la rieguen, y dejen de lado las individualidades para edificar un colectivo, porque es de esa manera junto al otro, espalda contra espalda, que se comienzan a construir los primeros sueños compartidos, las lucha en la calle y, quizá, con el tiempo, las flores más preciadas, que son las conquistas.

Hoy, muchísimos pibes han vuelto a organizarse. Con la misma pasión que se pone en la tribuna de una cancha o el césped de un recital de rock. Festejo esta nueva coyuntura porque el día de mañana será mucho más complicado, para aquellos que operan desde las sombras defendiendo los intereses de los grupos concentrados y antipopulares, pasarnos por encima.

De eso se trata, me parece. Nuestra historia personal, nuestro legado –a su vez, en muchos de los casos, heredada de nuestros padres-, puesta en función de los que siguen, y un país más equitativo y con igualdad de oportunidades.

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María Elena Walsh


Me llamó mi hijo, me dijo que te fuiste.

Siempre nos acompañaste
Y lo vas a seguir haciendo.
Las cunas argentinas se mueven con tus canciones
Y se van a seguir meciendo.
Sos parte de la herencia
Y lo vas a seguir siendo.

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El caso Barreda y el 2 X 1


Hoy publicamos esta nota en Miradas al Sur. En la previa consultamos a Gustavo Arballo (@GustArballo), prestigioso abogado y bloguero, sobre los aspectos jurídicos del caso. Con mucha generosidad y despliegue nos contestó. Lamentablemente la consulta fue muy sobre la hora y la respuesta vía correo electrónico llegó después del cierre de la nota. Pero por suerte las argumentaciones y el análisis sobre el tema los subió a su blog y desde acá los invitamos a pasear por ahí.

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Termómetro social

Luciano M. se acodó en el mostrador de la Farola de Nuñez -Cabildo y Congreso-, y pidió tres empanadas para llevar. Hasta que se las entregaron, mantuvo el siguiente diálogo con la octogenaria señora que estaba detrás de la caja registradora:

- ¿Usted es la dueña?
- Sí, joven -contestó ella, maquillada en exceso y forzosamente amable-. Mi marido falleció hace ya algunos años y ahora la administro yo sola.
El local no era un lujo, pero andaba bien. Se notaba. No había que ser un experto. La esquina se pagaba sola, y había por lo menos cuatro mozos, y otros tres empleados en la cocina, la bacha y el mostrador. Cincuenta lugares para sentarse, la mitad ocupados. En las dos pantallas planas que había en los vértices del salón, TN. Y a pocos centímetros de la caja, dos ediciones del diario Clarín.
Una empleada joven, a su izquierda, escuchaba con curiosidad la conversación.
- Por acá debe haber visto desfilar los últimos cincuenta años de nuestro país -dijo él, asombrado por la hidalguía que presentaba la señora, de pié, y trabajando, un martes a las once de la noche.
- ¿Por qué lo dice?
- Por la edad.
- Nosotros fuimos la primera Farola de todas.
Ahora fue él quien dibujó una mueca de asombro en su cara. ¿Quién no se comió una pizza alguna vez en una Farola?

- ¿Y cómo están trabajando? - preguntó él, que nunca pierde la oportunidad de sacar el termómetro social.
Ella pareció no comprender la pregunta. Frunció la piel arrugada de la nariz y entrecerró los ojos.
- ¿Están trabajando bien? ¿Es un buen momento? En lo económico, digo -insistió él.
Ella meneó la cabeza, y dibujó una mueca escéptica en su cara de rasgos gallegos. No hacía falta la confirmación, pero de todas maneras, habló:
- Tuvimos mejores épocas.
La empleada pareció contrariar a la señora con un gesto burlón. Y estaba entretenida. Se le notaba por la leve sonrisa que se le dibujaba en la comisura de los labios y por el brillo de sus ojos marrones.

Apareció el cocinero, de blanco, y le pasó las empanadas. La empleada tiró del rollo de papel y cortó por lo menos cuarenta centímetros. En menos de diez segundos las había envuelto con una cinta colorada.

- ¿Y cuál fue la época que mejor le fue? -preguntó Luciano M.
La señora no lo dudó. La respuesta fue inmediata:
- Finales de los 70, comienzos de los 80.
Ahora fue él el que se tomó un par de segundos para volver a meter bocado.
- No fue la época más feliz para nuestro país, me parece -arriesgó él.
Ella no dijo nada. Pero se le notó cierta incomodidad detrás del maquillaje. Se puso a hacer unas cuentas en la caja registradora.
- De todas maneras durante los últimos años la cosa no viene nada mal, ¿no? -sugirió él.
La empleada estuvo de acuerdo, y lo transmitió con un movimiento de cabeza.
- Puede ser, pero usted me preguntó cuál había sido la mejor época -devolvió la señora.

Las empanadas ya estaban envueltas con moño y todo sobre el mostrador. Era hora de irse. Luciano M. pagó. Iba a decir algo más, pero decidió cerrar la boca. Le sonrió a la chica, que deseaba que la conversación siguiese, y también a la señora, que ya estaba en otra cosa.

Él se despidió deseándole, a las dos, un buen 2011. "Gracias", dijo la empleada, sonriendo. "Adios, querido", dijo la señora.

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Manu y Santino Dios

Manu y Santino Dios