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Por quién doblan las campanas

Las proyecciones de cine clásico al aire libre se hacen en el patio trasero del Espacio Cultural Nuestros Hijos (ECuNHi), dentro del Espacio para la Memoria (Ex ESMA). Durante todo el verano, los miércoles y jueves, y a la hora que anochece. Si llueve, como el miércoles 16 de enero pasado, se utiliza el micro cine del edificio. Tiene cincuenta butacas, buen sonido, y hasta pequeñas luminarias en los escalones para no tropezarse. Esa noche de tormenta vimos “Por quién doblan las campanas”, dirigida por Sam Wood (basada en la novela homónima de Ernest Hemingway).

La sala estaba casi completa. En su mayoría, jóvenes. El aire acondicionado andaba a media máquina, pero no importó. Alguien desparramaba un hondo olor a transpiración, y tampoco importó. La película duró casi tres horas. La historia principal que se narra gira alrededor de la guerra civil española. Y el llamado sub texto, o historia secundaria, tiene que ver con una intensa atracción entre Roberto y María (Gary Cooper e Ingrid Bergman).

En una de las escenas, un puñado de ásperos combatientes republicanos le preguntan al protagonista -dentro de la cueva donde estaban escondidos-, qué hace luchando allí, en la montaña, por una causa ajena. Roberto ("El Inglés"), un dinamitero con porte y voz de mando, duro y honrado, les contesta que la causa le pertenece a todas aquellas naciones que defienden la democracia y que estén dispuestos a frenar el avance del fascismo. Sobre el final de la película -trágico, doloroso, literario-, el protagonista despide, herido de muerte, a la rubia que ha conocido en la cueva –sus padres fueron asesinados por los nacionalistas de Franco- y con quien se han jurado amor eterno. Le dice: “Yo soy tú y tú eres yo. Tú eres todo lo que quedará de mí”.

Filmada en 1943, la película es deficiente en cuántos a algunos recursos cinematográficos, por supuesto. Pero los papeles de los cuatro personajes principales son notables. Valentía, envidia, lealtad, pasión, miedo, traición, muerte. Sentimientos y rasgos humanos puestos en contradicción de manera constante. Cuánto sabía sobre estos tópicos el autor del texto.

Juan Diego Incardona, organizador del ciclo de proyecciones, apagó el proyector, también el reproductor de devedé, y cerró el microcine. Salimos a disfrutar del aire fresco. Se podía apreciar el color ocre del cielo, todavía tomado por la tormenta. Prendí un cigarrillo. Conversamos acerca de la perturbadora belleza de los 19 años de Bergman y del compromiso de Hemingway con los hechos históricos de su época. De repente, dos supuestas paltas, una detrás de la otra, y con diferencia de unos diez segundos, cayeron sobre el tinglado del techo del edificio. Nos sobresaltamos. Bajamos por la explanada de cemento y dimos una vuelta alrededor de las mesitas del bar que funciona durante el día. El viento sacudía la copa de los árboles. Nos asomamos por detrás de unas ligustrinas que bordean los límites de aquella zona norte del predio.

Fue ahí que pensé en los fantásticos -y heróicos- personajes que Juan había construido en su novela “El campito” (2008). Y también en la implicancia política que tiene la novela en relación a la disputa de poder entre el peronismo y gorilismo, tan latente y en carne viva en la actualidad. Pero no le dije nada. Salimos del edificio en silencio. En la puerta no había un alma. Supuse que los más de cuarenta espectadores con las que habíamos visto la película ya estarían volviendo a sus casas hablando de las cuestiones domésticas de la vida.

2 comentarios:

norma kisel dijo...

Que gran autor Hemingway !
Ese día nos la perdimos.Llovía y estabamos cansados, pero tu crónica me hace lamentar el no haberme quedado.
Son esas obras enormes que dejan marcas en el corazón.

Crear Empresa en Colombia dijo...

Excelente articulo. Un gusto visitarte.

Manu y Santino Dios

Manu y Santino Dios