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Profanar la Cultura I (crónica acerca de Tecnópolis)

Crédito foto: Área de Fotografía de la Unidad Bicentenario

Dos jóvenes gendarmes custodian la entrada del arco de piedra del ex Batallón de Arsenales del Ejército Argentino, en Villa Martelli, emblema del levantamiento carapintada que encabezó durante los primeros días de diciembre de 1988 el aquel entonces Coronel Mohamed Alí Seineldín. Él fuma un cigarrillo rubio, y es ella la que se acerca hasta el coche.

“Vengo a ver a Norberto Castañeda”, le digo. Me pide el documento, y en cuanto se lo doy, enciende un handy, transmite mis datos, y el motivo de mi visita.

Recuerdo las imágenes de la televisión de aquellos días. El verde oliva. Los fusiles. La enardecida manifestación civil en el lugar, las corridas, los disparos, los muertos. Recuerdo el pánico de mis diecisiete años. No el cielo, que debe haber cambiado durante aquella semana de tensión, pero que ahora, después de haber caído agua durante toda la noche, sigue encapotado. Por debajo, una hilera de nubes negras se mueve con la ayuda de una brisa bastante fresca.

La gendarme se inclina frente a la puerta del coche, me devuelve el documento y me indica cómo llegar al edificio “Más Escuelas”. Luego camina unos pasos, y eleva la barrera. Pongo primera, hago contacto visual con el fumador, luego con ella, le agradezco a ambos, y paso. 


Me siento especial porque es un privilegio pisar una Tecnópolis desierta. Inhalo el aire húmedo de la mañana, con orgullo. A mi izquierda adivino el espacio a cielo abierto en el que montaba sus propuestas la secretaría de Deportes, y enseguida recuerdo una preciosa canchita de fútbol, con arcos, y redes. Con mi hijo siempre terminábamos el día de paseo allí, cuando ya empezaba a bajar el sol. Todas las veces que fuimos lo hicimos con una pelota debajo del brazo.

En el 2012 nos tuvieron que invitar que a nos fuésemos, minutos antes de las diez de la noche. Entre los chicos que se sumaron a jugar había uno con la camiseta de Quilmes, espigado, de movimientos lentos, que a pesar de tener una pierna más corta que la otra, tiró dos caños exquisitos. Santino lo nombró durante varios días. Por sus virtudes como futbolista, pero también porque tenía las zapatillas destrozadas, y andaba solo, sin sus padres.

Ahora, detrás de una hilera de arbolitos, a mi izquierda, emerge una de las paredes blancas del colosal Pabellón Bicentenario, un espacio montado en el 2013, en el que se organizan espectáculos para más de quince mil almas, como el musical de Zamba, o la entrega, de parte de Cristina Fernández, de la computadora número tres millones del Plan Conectar Igualdad.

Unos metros más adelante bordeo el Skate Park, en el que ahora no suenan pistas electrónicas, ni hay intrépidos saltarines dibujando piruetas en el aire. Cruzo la vía del tren, y dejo atrás la extensa playa de estacionamiento en el que se acomodan los micros escolares. Frente a la trompa del coche –en el que ya entró el aroma húmedo de la tierra-, más allá de la Plaza de las Banderas, asoma el cuello de un dinosaurio.

Luego de estacionar, me meto en el edificio de una planta “Más escuelas”. El pasillo está oscuro, y húmedo, pero luego de unos segundos distingo los rostros de los muñecos de dos metros de altura que se recortan entre las sombras. Son Roberto Fontanarrosa y Arturo Jauretche. Dos marionetas que nunca pudieron ser usadas en el gran corso porteño que la Unidad Ejecutora del Bicentenario había organizado para el carnaval de febrero de 2012, en la Avenida de Mayo, ya que unas horas antes una formación del ferrocarril Sarmiento se estrellaba contra la contención de acero del andén, en Once, y provocaba la muerte de cincuenta y un compatriotas.

Norberto no está, pero un compañero suyo me hace pasar a su oficina, en el primer piso. Una tibia penumbra baña todo el ambiente. Contra la pared del fondo hay un plasma de cuarenta y ocho pulgadas, y a un metro de distancia, una mesa ratona de vidrio, y dos sillones de cuerina blanca, enfrentados. Intuyo que ahí debe haber resuelto o negociado unas cuantas urgencias. Del otro lado está su escritorio, con tres monitores. Uno, marca Apple, para la computadora, y los otros dos para transmitir las imágenes de las sesenta cámaras de seguridad que hay instaladas en los puntos estratégicos de las más de cincuenta hectáreas del predio.

Luego de algunos minutos, llega mi anfitrión. Me saluda, exultante, y su vozarrón rebota contra las blancas paredes de la oficina. Mide más de un metro ochenta, y calza por lo menos cuarenta y cuatro. Tiene una sombra de barba, y el pelo desordenado.

El hombre que ahora tengo enfrente y cuya figura se recorta contra la luz que se filtra por la ventan, fue maestro mío en un establecimiento educativo que dependía de la Asociación Filantrópica Argentina. Un muy buen tipo, que nos dio las primeras herramientas para que empezásemos a crecer. Siempre lo respeté, y le tuve mucho aprecio, porque junto a los directores, y un puñado de colegas, acompañaron mi dolor, silencio, y desorientación, en noviembre del 76, cuando el Ejército Argentino asesinó a mi padre. Yo tenía cinco años.

Luego lo dejaría de ver, pero muchos años más tarde lo encontraría en las calles levantando las banderas del kirchnerismo. Yo ya sabía que era peronista y que había dedicado su vida a la educación. Él, en cambio, creo que no se asombró al verme defendiendo a los que venían enfrentando a los grupos de poder de nuestro bendito país.

Nos damos un abrazo, y palmadas en la espalda. Él está al frente de la Unidad Operativa de Tecnópolis, y yo vengo en calidad de cronista. Antes de sentarnos, le pide a uno de sus colaboradores que por favor le prepare un termo y un mate.

4 comentarios:

Vir dijo...

Como cada una de tus crónicas.....nos transportas al lugar y nos haces testigos de lo que allí ocurre.gracias xllevarme a tecno polos y ahora esperó ver como sigue la entrevista.

Kumpa dijo...

Viaje por la historia, gracias Nestor. gracias Cristina!!!
Gracias al cronista.

Anónimo dijo...

Cuánto amor en tu crónica.falta poco y vuelta a tecno polis.

Miri dijo...

Tecno polos arrasa aún,cuando los buitres sobrevuelan,y para Clarín no es noticia! Gracias kumpa por la cronica

Manu y Santino Dios

Manu y Santino Dios