- Se suspendió la fiesta del chorizo colorado, loco –le dice el Corto ni bien lo ve salir del auto. El Corto tiene anteojos para el sol con armazón de acero y cristales de vidrio. Está ancho, la remera apretándole los tubos.
- Nada, por el paro del campo –dice el Corto.
- Que se jodan por cortar rutas y no dejar pasar a los camiones –tira el Rulo, va hasta el auto y lo cierra.
Será que el Corto no le dio tiempo a nada, o que se hinchó las pelotas por la vez anterior, hace una semana, cuando discutieron por lo mismo, pero no lo pensó dos veces.
- Por ahora, papá –dice el Corto, atajándose-: en un mes vuelven a la carga.
El Rulo no puede ver los ojos de su amigo porque los lentes de policía anti narcóticos son puro reflejo.
- Si, me parece –afirma el Rulo-. Los tipos no pueden dejar sin morfi a la gente, parar las industrias, fábricas, comercios.
A Julio, el encargado, le chupa todo un huevo: sonríe como si se estuviese charlando de mujeres.
- Éste es un Kirchnerista –le dice el Corto al Julio, y el otro también se ríe.
- Los del campo la quieren todas: son insaciables –dice el Rulo, remera de manga larga, jean, zapatillas.
Julio saluda a un gordo que pasa por enfrente con un nene en brazos. Le dice que noche la de anoche, el otro levanta el brazo libre: se cagan de la risa. Pasan un par de autos por la calle, meten ruido.
- El gobierno sacó medidas para los pequeños productores.
- Pero agacharon la cabeza y cedieron –dice el Rulo, y saca un pucho del pantalón.
- Dejá, loco –lo sobra con la mano el Corto.
El Corto mete las manos en el bolsillo, se da vuelta, patea una piedrita hacia la calle, y se sienta sobre el capo del auto del Rulo.
Por la esquina aparece una flaca de pantalón blanco y tacos: camina hacia los chicos con paso decididamente femenino. Pasan corriendo dos chicos de delantal blanco: en la espalda llevan unas mochilas casi tan grandes como ellos.
- Fueron todos por el chori, papá: son todos monchos –dice el Rulo desde el auto.
- Yo estuve en la plaza y no me pagó nadie –vuelve a la carga el Rulo. Pita, tira el humo.
El Corto tiene la cabeza torcida hacia su derecha, en dirección al culo blanco que se mueve con la elasticidad de una cinta de esas que se usan en la gimnasia artística.
- ¿Quién te contó eso, loco? – salta el Rulo.
- Nadie, papá: se ve por la tele.
El Rulo se da vuelta, tira la colilla hacia un costado. “¿Cómo puede ser que este pibe tenga un discurso tan básico?, piensa. “¿Será la prima policía con la que tan bien se lleva, derecha como un mástil de la escuela de instrucción?, ¿vendrá por ahí la mano?, ¿o será la tele, formadora de opinión por excelencia, tacto y sentido común por sobre todas las cosas?”.
- ¿Y D’elia? –salta el Corto.
- ¿Ese no es el problema? –dice el Corto, y se levanta del auto-:- ¿y quien lo mandó, entonces?
- De las madres es la plaza, Corto –repite el Colo-, no de las viejas conchetas de Recoleta que le gritan puta a Cristina por venir del peronismo de los setenta.
- No sé, loco, no sé –dice el Corto.
Julio cruza y lo encara al Corto:
- ¿Se calentó el Rulo?
- Es un boludo –dice en tono amistoso el Corto-: no sé porqué se mete en política, si son todos iguales.
El andén está casi vacío, a la parte de atrás le da el sol. En cuanto el Rulo se prende su segundo pucho de la mañana, le suena el celular: es la madre de su nene que le pregunta si puso en la mochila la remerita de manga larga, la azul marino.
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Necedad
Subido por
Mariano Abrevaya Dios
on martes, 15 de abril de 2008
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