La idea se la tiró Nico a mi hermano una noche de copas en un bar de las cinco esquinas. La iniciativa prendió como un gajo en la tierra. Se trabajó durante tres meses para que la noche del sábado 26/04/2008, esté casi todo cerrado: un afiche que ya hizo historia, cuatro lectores -dos narradores y dos poetas-, otro que se ocupase de la imagen y el sonido del debút, una pintora -y el curador de la muestra que se ocupó de colgarlos a la vista de todos-, un músico invitado, dos chicas que se ocuparían de cocinar y atender la barra.
No sabíamos del todo cuanta gente vendría. La propuesta estaba abierta, los correos enviados a muchas bandejas de entrada, el aviso de boca en boca, los llamados de último momento. Al final fueron unas cincuenta, sesenta personas: familia, amigos, conocidos de diferentes espacios de nuestras vidas. A las once menos cuarto de la noche nos juntamos a un costado del living con un Nico que se comía las uñas: “arranquemos, loco: llegó la hora”. Con mucha soltura, y gracia, Nico pidió silencio y dio las palabras de bienvenida y agradecimiento. Sobre su cabeza, el logo de Más poesía Menos policía en movimiento: fondo blanco puro, un manifestante tirando un ramo de flores, de colores -el único color que tiene la imagen-, la consigna en letras negras, la fecha, el lugar.
La sinagoga del Rock lucía a pleno: el comedor a oscuras, la gente sentada en el suelo, banquitos, el sillón de fondo, gente en la cocina, acodada en la barra, charlando bajito, otros en el patio, espiando, fumando. En la parte de adelante del comedor, una mesa ratona de madera, vacía, misteriosa, alumbrada sólo por una lámpara de pié.
Leímos los hermanos Dios, los narradores. Dos o tres textos cada uno. Bien, tranquilos, acentuando las voces de los personajes, metiendo una pausa para generar clima y expectativa, levantando la vista una o dos veces, buscando la mirada de alguien, encontrando sonrisas. Lo más fuerte: hacer carne el texto, tomar conciencia de que cada palabra, cada frase, cada idea, volaba y se instalaba en el inconsciente del que estaba sentado ahí, a unos metros, comiendo el plato de chili con carne, tomando un fernet.
Después de los hermanos hubo una pausa. Música.
Vino el turno de los poetas. Primero Nico, despatarrado sobre la mesita ratona, a gusto, relajado. Fue el momento más agradable de la noche, con risas, alguna carcajada, clima distendido y comentarios de parte de la gente que se animaba a meter un bocado. Nico Invitó a un amigo a leer unos poemas de un escritor peruano: veloces, sarcásticos, geniales. Muchos aplausos, chiflidos.
Y para terminar el costado estrictamente literario de la noche, Martín Rodriguez, hasta ese momento acobachado junto a su mujer en la única mesita del patio. Se sentó, encorvó la espalda y, primero leyendo casi para adentro, después mucho más flojo, tiró seis o siete poemas de una profundidad escalofriante.
Otra pausa, más música con buen gusto. Besos, abrazos, palmeadas en la espalda. Tragos, más comida.
Y llegó el turno de Lucio, un músico amigo que se subió a la mesita ratona y con una frescura envidiable deleitó a la gente con varios temas propios, cálidos, personales, muy sentidos. Su presentación duró una media hora y no tuvo desperdicio.
Para terminar, la fiesta: íntima, veinte o treinta personas que se dedicaron a charlar, bailar, tomar algo. Así estuvimos un par de horas, llenos, satisfechos lo mires por donde lo mires.
“¿Cuando hacemos la que viene? Ya tengo un par de narradores y un músico”.
Una noche completa, armada de cero, original, complaciente. Eso fue Más poesía Menos policía. Comunión. El regreso de los amigos locos a pleno. La pintora vendió dos cuadros.
Hubo remeras negras con el logo blanco. Al otro día fui a una peña con la remera puesta.
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