El domingo a las 9.50 de la mañana Pablo Bertín llama al celular: “Riki, no conseguí micro, cargá a los pibes en un par de remises, nosotros los pagamos”. Camila sonríe. Luis y Manuel afianzan su amistad en el asiento de atrás del Corsa. En la bajada de Escalada hay una cola de autos que jamás vi ahí, y son todos autos grandes, nuevos, caros: está por empezar la última jornada de la Copa Davis y cientos de argentinos descubren por primera vez la zona sur de la ciudad, con la Filcar en la mano. Paramos en una remisería, Camila consigue un auto, le dijo que había que ir a buscar unos chicos a Parque Roca, no dijo la palabra asentamiento, no sabíamos todavía que el remisero tenía más onda que John William Cook. Son las 10, Camila la llama a Mabel, Mabel está durmiendo, me hizo efecto la pastilla, dice. El remisero nos sigue por los caminos sinuosos que conducen al asentamiento. Llegamos al comedor de Mabel a las 10.15, parecían las 6.30, no había nadie despierto, sólo dos perros que se pusieron a jugar al fútbol con Luis y Manu. Otra vez la llamamos a Mabel: llegamos.
Cuarenta minutos después (los píes embarrados por el fútbol, el remisero que ya se leyó todos los carteles pegados en las paredes externas del comedor La Misión, Pablo Bertín que llama por tercera vez diciendo que tienen todo listo) subimos a los dos autos, éramos 16, 8 en cada auto: 12 menores, Camila, Riki, Mabel y el remisero.
En el club, pasamos por los vestuarios, las chicas con las chicas y los chicos con los chicos. Malla y toalla. Subimos un piso, pasamos otro vestuario, abrimos una puerta y… la pileta, imponente, las caras de los chicos le dan toda la luz al día de la primavera. Veintitrés metros de largo, no se cuantos de ancho. Roberto, dueño del club, les da las indicaciones, todos se callan, todos miran. Al agua.
Una hora que parece una mañana entera. Chapoteos, picardías, desafíos a las reglas establecidas, juegos, muchas sonrisas. En el medio llega Viki, con dos horas de sueño, sonríe ella también. Mabel tiene ganas de tirarse pero no trajo la malla. Camila, lo mismo. Roberto y Pablo (Presidente y vice de la Asociación de Ex Combatientes de Malvinas de la Ciudad de Buenos Aires, compañeros simpatizantes de GEN) observan y controlan todo desde los costados. Riki aprovecha y se nada unos largos, se cansa enseguida. Las pibas y los pibes disfrutan cada segundo en ese lugar.
A la salida de la pileta, Pablo invita a todos a comer a Mc Donalds. Quedamos en repetir la movida, en llevar a la pileta a pibes de otros barrios, en hacerlo periódicamente. Cuando estamos regresando al asentamiento, Javier, de 8 años, dice: la próxima vamos a un tenedor libre, por la misma plata comemos mucho más.
Nos despedimos. Las nenas se me acercan de a una y me saludan con un beso. Volviendo, manejando el Corsa, me llevo todas estas imágenes. Y me emociono mucho.
Riki
Cuarenta minutos después (los píes embarrados por el fútbol, el remisero que ya se leyó todos los carteles pegados en las paredes externas del comedor La Misión, Pablo Bertín que llama por tercera vez diciendo que tienen todo listo) subimos a los dos autos, éramos 16, 8 en cada auto: 12 menores, Camila, Riki, Mabel y el remisero.
En el club, pasamos por los vestuarios, las chicas con las chicas y los chicos con los chicos. Malla y toalla. Subimos un piso, pasamos otro vestuario, abrimos una puerta y… la pileta, imponente, las caras de los chicos le dan toda la luz al día de la primavera. Veintitrés metros de largo, no se cuantos de ancho. Roberto, dueño del club, les da las indicaciones, todos se callan, todos miran. Al agua.
Una hora que parece una mañana entera. Chapoteos, picardías, desafíos a las reglas establecidas, juegos, muchas sonrisas. En el medio llega Viki, con dos horas de sueño, sonríe ella también. Mabel tiene ganas de tirarse pero no trajo la malla. Camila, lo mismo. Roberto y Pablo (Presidente y vice de la Asociación de Ex Combatientes de Malvinas de la Ciudad de Buenos Aires, compañeros simpatizantes de GEN) observan y controlan todo desde los costados. Riki aprovecha y se nada unos largos, se cansa enseguida. Las pibas y los pibes disfrutan cada segundo en ese lugar.
A la salida de la pileta, Pablo invita a todos a comer a Mc Donalds. Quedamos en repetir la movida, en llevar a la pileta a pibes de otros barrios, en hacerlo periódicamente. Cuando estamos regresando al asentamiento, Javier, de 8 años, dice: la próxima vamos a un tenedor libre, por la misma plata comemos mucho más.
Nos despedimos. Las nenas se me acercan de a una y me saludan con un beso. Volviendo, manejando el Corsa, me llevo todas estas imágenes. Y me emociono mucho.
Riki
2 comentarios:
Grande Riki!! La alegrìa de los pibes te calienta el corazòn y te da energìa. Por favor seguì organizando cosas de este tipo. Fuerza. Un abrazo. Mariela
Gracias, flaca. Hay que seguir en este camino. Un abrazo. Riki
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