(Rivadavia y Albariño, Mataderos).
- Señora, ¿le dejo un material?
- ¿Qué es? -ladra, desconfiada, pero frena.
- Sobre las elecciones.
Frunce la cara, mete un gesto de fastidio con la mano y se va.
Esquivo la mesita que armamos en la esquina (termo, mate y el material impreso con un par de piedras encima para que no se vuelen), la alcanzo, y me pongo a caminar a su lado:
- Es importante la elección, señora.
Debe tener algo más de cincuenta años, y a pesar de estar caminando alrededor de la plaza (de pies a cabeza vestida con zapatillas, pantalón y buzo Adidas), no transpira, y mantiene un perfil cuidado.
- No me interesa, nene. Son todos iguales -mira para adelante y mueve los brazos como un soldado.
- No son todos iguales.
- Siempre la misma historia.
- Para nada, señora. El país mejoró mucho en los últimos años.
Frena y se me pone de frente.
- ¿Para quien trabajan?
- Apoyamos al gobierno. Y lo hacemos por convicción.
Sonríe sin ganas, con gesto burlón.
- ¿Le parece raro?
- Éstos son peores que los otros, mirá – y amaga con volver a su footing.
- Está muy equivocada, señora. Solo hace falta levantar la vista para darse cuenta.
- Está bien, nene –dice, y ahora sí arranca.
- Tome, señora –la alcanzo de nuevo, y le paso la boleta electoral que tiene de un lado el desastre de los 90/2001 y del otro los logros del 2003 para acá-, hágame el favor de pegarle una leída en casa.
Sin dejar de caminar la dobla en dos y se la mete en el bolsillo del jogging. La veo irse. El pelo recogido, el buzo celeste cielo, el movimiento de los brazos: para arriba, para abajo.
- Lo va a leer, vas a ver –me dice una compañera cuando llego a la esquina.
- Qué va leer la vieja esa.
(Rivadavia y Lisandro de la Torre, Liniers).
- Buen día, señora, le dejo un material.
Lo agarra, agradece, y camina unos pasos con la mirada puesta en la boleta. A los dos metros, frena, y da la vuelta.
- Yo los voy a votar –nos dice.
- ¿A quién?
- Al gobierno.
- Nosotros también.
Debe tener unos sesenta años. Es flaquita y tiene una vincha verde cubriéndole la frente. El sol le pega en la cara.
- Escucháme: soy jubilada. Y miráme: no me puedo quejar. Vengo de Yoga.
- Muy bien.
- ¿Son de por acá?
- Sí, de Mataderos. Tenemos un local sobre Larrazabal.
- ¿Tienen los padrones ya?
- Todavía no. Pero los puede consultar en internet.
- Ah bueno... cuando vaya a lo de mi hija miro en su computadora. El sábado seguro voy. Espero acordarme.
Se acomoda la vincha. Vuelve a pegarle una mirada a la boleta.
- ¿No me dan algunas boletas más que así le llevo a mi hija y a su marido?
- Por supuesto, señora. Es un placer.
- A él mucho no le va a gustar -y nos marca con los ojos la boleta-, pero que se joda.
- Hay que dar la discusión, doña. Es lo que estamos haciendo nosotros.
- Siempre fue un boludazo.
Un colectivo frena a un metro de distancia. Bajan algunos pasajeros.
- Gracias, chicos. Y mucha suerte –nos despide, y se va por Rivadavia.
- Suerte para vos también, amiga. Y aguante Cristina.
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