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Festeja Panini


La esquina de Monroe y Ciudad de la Paz, en el barrio de Belgrano, está colmada de gente. Hay adultos, pero la mayoría son chicos, que están vestidos con camisetas y pantalones de fútbol. También hay muchos adolescentes. Algo intercambian, en grupos de tres, cuatro personas. Tapan por completo la fachada de una inmobiliaria, una joyería, un Cromy Club, y una librería. También el umbral de dos departamentos, en el que uno de los encargados charla, animado, con una señora. Los automovilistas estiran el cuello, curiosos. Hacen tronar las bocinas. Si uno se acerca, y recuerda que faltan menos de cuarenta días para que comience la Copa del Mundo, se descifra el enigma: todos y todas están cambiando las figuritas del álbum de Brasil 2014.

El Cromy Club original del barrio está sobre Ciudad de la Paz, a pocos metros donde ahora se amontonan los coleccionistas. Pero ahora se dedica sólo a la venta mayorista. El nuevo, abierto para al público, está sobre Monroe, en el ojo de la tormenta. En la puerta, desde hace muchos sábados atrás, chicos y grandes se juntan a cambiar figuritas del álbum del momento. En general, de fútbol. Pero hay otros, menos populares. Cada tanto explota un fenómeno de ventas como Violeta –a la que el oportunista de Mauricio Macri le organizó un multitudinario show en el Monumento de los Españoles, y lo pescaron, en una foto, con una mueca poco feliz-, que hace emerger de debajo de las baldosas a decenas de nenas, que invaden la zona con sus colitas y sus zapatillas con luces de colores.

La Copa del Mundo, se sabe, se juega cada cuatro años. Y la compañía multinacional Panini, dueña de la licencia que le permite comercializar la imagen de cada uno de los dieciocho jugadores, de las treinta y dos selecciones clasificadas, dos meses antes del comienzo de la competencia, lanzó el nuevo producto, no sólo en nuestro país, sino también en varios, de más de un continente.

El diario La Nación, por medio de un acuerdo comercial, desde hace unas semanas regala el álbum junto a sus ediciones impresas. Algunas escuelas lo reparten gratis entre los alumnos. Lo venden por dos pesos en las cajas de los supermercados. Todos lo tienen, y por eso, varones y nenas por igual se devoran los paquetes de los kioscos. La demanda es altísima. Una fiebre. Y el negocio, redondo. Alcanza con hacer un sondeo entre los amigos o compañeros de un hijo, sobrino, nieto, para comprobar que casi nadie se queda afuera. Por futbolero, o porque no se quiere quedar afuera de una moda pasajera.

Los paquetes de Panini valen cinco pesos. Cincuenta por ciento más caras que lo que costaban las del último torneo de fútbol local, en el segundo semestre del año pasado. O sea, un peso cada figurita, que no mide más de cinco centímetros por lado, y cuyo peso es tan liviano que una brisa te la escupe por la ventana. Nada que ver con la calidad de las figuritas de la década del ochenta, por ejemplo.

“Es un tema de costos”, justifica uno de los encargados del Cromy Club mayorista, mientras se toma un respiro, y fuma un cigarrillo negro. Relativiza el aluvión de padres y chicos que invaden la zona, como si le diese lo mismo que seamos diez, o cien. “Somos un punto de reunión hace mucho tiempo, y sí, algunos comerciantes nos putean”, admite. En especial, los de la joyería, que son “gente grande”, y que fabulan que les van a entrar a robar, o que les rayen de manera intencional la vidriera.

Las figuritas que juntábamos cuando éramos chicos eran de cartón, se pegaban con plasticola, y en muchos casos, eran ilustraciones de los jugadores, sus muecas, sus movimientos, y no fotos montadas, o mejoradas con un software. También había figuritas redondas, de metal, que brillaban con una fuerza mágica si uno las ponía debajo del rayo del sol, en el patio de la escuela. Aparte de coleccionarlas, y cambiarlas con los amigos, las poníamos en juego en el recreo, por medio de varias competencias. Hoy casi ningún chico juega a ver quién deja la figurita más cerca de la pared, o al “Chupi”, con la que había que dar vuelta dos figuritas, por medio de la succión que produce la palma de la mano, como si fuese una sopapa.

El encargado del Cromy Club, que está en pantalones cortos, como los chicos, cuenta que comprar la licencia para imprimir las figuritas del Mundial sale doscientos mil dólares, y que “el arreglo lo tenés que cerrar con la FIFA”, ya que “no alcanza con Julio Grondona”.

Le mencioné un álbum que había salido hacía dos años atrás, que no era de Panini, un poco más precario, pero mucho más barato, “que en la contratapa tenía una ilustración de Néstor Kirchner, al que los jugadores contrarios –Carrió, De Narvaez, Ricardo Alfonsín, Macri-, no podían parar, ni agarrándole la camiseta, ni tirándole patadas a los tobillos”. “Ése fue uno que se mandó por las suyas. Lo deben haber denunciado por fraude”, explicó. La experiencia fue corta, pero esperanzadora.

Mientras, Panini festeja. Levanta la plata con palas. Ojalá que el monopolio de la comercialización de las figuritas se democratice pronto. Y que los pibes vuelvan a jugar a darlas vuelta, con un precioso movimiento de muñeca, en un rincón del patio, sin que les importe que el guardapolvo recién lavado se les esté llenando de mugre.

3 comentarios:

Gerardo Fernández dijo...

Busqué y busqué pero no enconctré la esquina de Monroe y Blanco Encalada...

Mariano Abrevaya Dios dijo...

Gracias por el aviso, Gerardo.

Anónimo dijo...

Es Monroe y Ciudad de la Paz. Abrazo!

Manu y Santino Dios

Manu y Santino Dios