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Frente al cajón


La idea me abrazó durante la madrugada del jueves. Yo estaba liquidado, desvanecido en la cama, prendido a la televisión. Empecé a buscar la alternativa justa, que contuviese las palabras exactas, que le rindiese homenaje a él y que le transmitiese cariño a ella. Pero en algún momento me perdí en el sueño pesado de una jornada espantosa. Diez horas después -había caído rendido como la noche de noviembre de 1976 que mi vieja me contó que a mi papá lo había asesinado el ejército-, abrí los ojos y volví a encender el aparato. No lo podía largar, como si fuese la más letal de las adicciones. Ahí estaba ella, la viuda de negro, con su familia, el gobierno nacional completo, las Madres y Abuelas, Diego Maradona, funcionarios de todos los ministerios, legisladores y gobernadores, los gremios, la Cultura, y en especial, los que andan a pie, que llegaban desde los barrios y el interior de nuestro país, manifestando su dolor. Con la habitación a oscuras, y en calzones, quedé imantado ante la imagen histórica, trascendental e inverosímil. Estaba roto, quebrado, con una pesadumbre en el pecho que me asfixiaba con la intensidad de las heridas más profundas de una vida. Alguna vez –en un asado, y con tono jocoso- habíamos insinuado qué pasaría si se nos iba. El futuro llegó. Con cada grito que se pegaba en el salón de los Patriotas Latinoamericanos, yo me rompía. A la tercera convulsión, me puse algo de ropa y fui para allá.


Caminando por los pasillos de la Casa Rosada seguía con dudas. Sabía, sí, que iba a plantarme y desterrar mi padecimiento, pero me faltaba la letra. El silencio del luto institucional del edificio me aceleró el corazón. Los pocos que hablaban lo hacían en voz muy baja. Faltaban, quizá, dos o tres minutos para estar delante del cajón, y la presidenta. Estaba con mi hermano, Juli -que es su pareja y compañera, y que lleva a Carmen dentro de su panza- y Gise, tres de las personas con quienes comparto los mismos espacios desde que volví a la más hermosa y comprometida militancia, a comienzos del 2007. Me iluminé en el momento justo, cuando ya estábamos perfilando para el salón, unos segundos antes que una chica de Presidencia nos dijese que no se podían sacar fotos. Ellos estuvieron de acuerdo. El grito de guerra venía de los homenajes que se le dedica desde hace muchos años a los treinta mil desaparecidos.

Hicimos diez pasos por un pasillo y ante nosotros se abrió una de las fotos más fuertes de nuestras vidas. El silencio era atroz y las figuras estacadas al suelo parecían ángeles negros. Antes de que me venciese el peso de la historia, pegué el primer grito -que si hubiese sido escupido en una iglesia habría hecho revolotear con desesperación a la bandada de palomas que descansaba en la cúpula-:

- ¡Compañero Néstor Kircher!
- ¡Presente! –sonó al apoyo de mis compañeros.
- ¡¡Compañero Néstor Kirchner!!
- ¡¡Presente!! –gritamos los cuatro y unos cuantos de los funcionarios.
Yo miraba pero no veía.
- ¡¡¡Compañero Néstor Kirchner!!!
- ¡¡¡Presente!!! –gritaron, ahora sí, casi todos los funcionarios y
demás personalidades, alzando las manos con los dedos en V.
- ¡¡¡¡Ahora!!!! –grité con todas mis fuerzas.
- ¡¡¡¡Y Siempre!!!! –estalló.
- ¡¡¡¡¡Ahora!!!!! –repetí.
- ¡¡¡¡¡Y Siempre!!!!!
- ¡¡¡¡¡¡Ahora!!!!!! –dejé salir todo lo que tenía adentro.
- ¡¡¡¡¡¡¡Y Siempre!!!!!!


Quebramos en llanto y a partir de ahí, por el lapso de ¿cinco, diez? segundos eternos, le gritamos a Cristina que tenga fuerza. Ella, sentada, se tocaba el corazón y con un gesto de la mano nos decía que sí, que nos vayamos tranquilos. Qué lloremos todo lo que haga falta. Le temblaban los pómulos de la cara y parte del cuerpo.

El aplauso cerrado que tronó dentro del salón de los Patriotas –por una y mil veces a lo largo de las más de veinticuatro horas que duró el velatorio-, se fue apagando, mientras nosotros salíamos fundidos en un abrazo, en dirección a la luz que llegaba de la Plaza.

En la explanada que nos dejaría en la calle, frenamos unos segundos para ponerle una palabra a lo que acababa de suceder. No la encontramos. Me prendí un cigarro y descansé la mirada en las cientos de coronas que inundaban uno de los frentes de la Casa de Gobierno. El más concreto símbolo de la muerte y el adiós –después del cajón y los lentes y trajes negros-, se hacía carne. En el teléfono empezaron a caer llamadas. Muchas. Frente a la televisión, al parecer, había unos cuantos que, estacados a la imagen, no podían hacer otra cosa que mirar el transcurrir de uno de los sucesos más conmovedores que nos haya tocado vivir en todas nuestras vidas.

14 comentarios:

Pablo dijo...

Ahora y siempre!!!!
abrazo hermano!!!
Roche

Vir dijo...

Un grito de corazón, tan enorme que llegó al cielo!!!!!

Nati B dijo...

Gracias Matu por compartir ese momento tan historico...el jueves lo vi todo el dia por tele, sin poder despegarme... y la noche me fui a la plaza, donde se me cayeron las lagrimas...volvi y prendi la tele, yo tampoco me podia despegar, me desperte al dia siguiente con la llegada de Cristina.
Fueron imagenes muy tremendas, muy dolorosas, pero al mismo tiempo sentia que se me inflaba el pecho y se me llenaba de angustia y orgullo por ver al pueblo ahi, apoyando a la Presidenta...
Te mando un abrazo fuerte Matu!

Anónimo dijo...

Un gran post. Intimo, certero. Gracias por Compartir.
Leo P

Anónimo dijo...

Mucho silencio. Desolación. Miradas sin mirar. Un hueco (otro más) que se empoza en el estómago. Y la seguridad de que no existe justicia en el mundo ya que se lleva un hombre como éste y nos deja basuras humanas. Amargura infinita me deja la muerte de Néstor.
Y por otro lado, la esperanza de su lucha en los que vienen, que son muchos y no se callan nada.

Riki Dios dijo...

Gracias hermano por esta belleza. La fuerza de la escritura nos abraza otra vez. Es un texto abrumador, totalizador. Una escena vale más que mil análisis. La leí dos veces en distintos momentos y lloré cada vez. La energía que había en ese lugar ahora también está en este texto eterno.
Riki

Mariano Abrevaya Dios dijo...

Es un momento de profunda congoja y quiebre para todos. Después de llorar y despedir al más grande que nos tocó vivir en carne propia, nos toca seguir empujando el carro. No estamos solos. Somos miles los que se sienten interpelados en relación al destino de nuestra patria.

Gracias a todos por compartir sus emociones.

Maru Rive dijo...

Gracias por la dignidad y el amor
Estoy muy triste. Fue un golpe muy duro la muerte de Nestor. El funeral fue impresionante. Es la única palabra que le cabe. No, le sumo otra: emotivo. Sin exagerar, el sentimiento que reinaba, además de tristeza, era amor. Sí, amor. Por supuesto que entré a despedirme. Entré sola, a las 12:30 del mediodía del jueves (poco más de 2 horas después de abierta la puerta) y en mi cabeza pensaba, "Le digo algo a Cristina. No, no me voy a animar" Cuando puse un pie en el salón de los Patriotas (el lugar donde se merece tener su homenaje, no casualmente fue velado ahí) sentí una energía increíble. Y sin pensarlo le grité: "Fuerza Cristina!" y le tiré un beso con la mano. Ella posó su mano sobre su corazón y yo rompí en llanto. Los que venían detrás de mí sumaron sus voces: fuerza Cristina, te queremos. Salí llorando, buscando abrazar a alguien, sentirme contenida. Pero más allá de lo físico, me sentí abrazada por el amor que se respiraba en la plaza y sus alrededores.
Ahora más que nunca: gracias Nestor, fuerza Cristina!

Leopoldo dijo...

Gracias hermano!

Unknown dijo...

Yo no lloro.
No lloré a mis abuelos (en distintos momento se fueron y aún con mucha pena igual no lloré). No lloré a mi Tio que murio asesinado por reclamarle a un patrón que le pagara.
No lloré a Nestor. Hasta aguanté no pudiendome despegar de la tele las imagenes de esas viejas llorandolo como a sus hijos, de los mozos llorandolo como si fueran hermanos... pero vi a Eduardo Galeano recitar el poema de los fueguitos y se me llenaron los ojos de lágrimas. Mi mujer me miraba extrañada. Le dije, "sabes que?, entonces si, entonces tenemos razón nosotros, todos esos nosotros"... y ya me pude despegar de la tele.

Un abrazo

Mariano Abrevaya Dios dijo...

Abrazo fuerte, Leo.

Tenemos razón, Magyar, claro que sí. Al principio parecía que daba calor decirlo publicamente. Pero desde el principio, nosotros, y muchos más, sabíamos con certeza que los apoyábamos porque teníamos confianza en ellos.

Daniel Riera dijo...

Hermoso post. Pura dignidad. Ayuda a creer que, como dijo Cristina, el momento es "doloroso, pero no difícil." En otras palabras, que no vamos a dejar que nos abrochen así como así. Abrazo grande.

Mariano Abrevaya Dios dijo...

Bienvenido a Hermanos Dios, Dani.

Ustedes, desde la Barcelona, han sabido leer parte del tufo que desde algunos sectores ahora quedó más en evidencia que nunca.

Gracias por compartir tus palabras.

Julieta Rodríguez dijo...

Gracias, Matu, por este hermoso texto que refleja ese momento mágico que vivimos juntos. Un día de gran dolor, pero que fue compartido. Un día de irrupción de lo popular, y que nosotros -afortunadamente- transitamos con vos para que le pongas palabras a esa presencia que queríamos gritar y dejar, para siempre, en ese santuario popular que se reunió esos días.
Parece que el dolor -al ser tan compartido, tan multitudinario- nos permite buscar la disponibilidad necesaria para redoblar los esfuerzos y estar juntos y generar nuevos aportes.
Abrazos,
Julieta

Manu y Santino Dios

Manu y Santino Dios