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El bondiolero de Saavedra

El hombre apareció sin que lo llamen. Modesto en su forma de vestir, en su modo de mirar, hasta en su postura corporal. De piel morena, tonada provinciana, manos curtidas, un fresco día de sol, a media mañana, se instaló bajo el toldo de una humilde verdulería, justo en el cruce de las calles Manzanares y Plaza, en Saavedra y comenzó a ofrecer sus productos.

Hace casi un año que por esa esquina no hay tránsito vehicular. Tampoco del otro lado de la vías, ni mucho menos en la avenida Balbín, a cien metros. La obra del túnel transformó el pulso del barrio. Grúas, camiones y palas mecánicas, camiones con acoplados, un frío y enorme vallado de chapas amarillas alrededor de la avenida, comercios cerrados, tierra, polvo y más polvo, y muchos muchachos de mameluco naranja y casco de la UOCRA. 


Son ellos, justamente, los clientes del protagonista de este relato. Aparecen con las manos en los bolsillos, de a tres o de cuatro, antes de las doce del mediodía. Traen los pantalones y los zapatos de trabajo llenos de tierra o barro, si es que llovió en las últimas horas. Sonríen, gritan al hablar, hacen fila sobre una línea invisible, a un metro de distancia de la parrilla de tipo tambor del vendedor, para comprar una tortilla, una bondiola o un choripán.

El modesto puesto de comida está ubicado frente al único ingreso del andén provisorio de la estación Saavedra de la línea Mitre de los Ferrocarriles Argentinos. Bajo el toldo de la verdulería. Sobre unos canteros en los que alguien plantó, hace cincuenta años, unos majestuosos gomeros que dan mucho más que sombra, los obreros, ferroviarios, trabajadores de talleres mecánicos, algún encargado de edificio o sereno de un garaje, hacen otra fila frente a una tabla colocada sobre un mesa improvisada, en la que pueden agregarle al sándwich algún condimento o unas cucharaditas de ensalada criolla.

Por la tarde, cuando el sol ya comienza a perfilar su caída, el hombre le pega una barrida a la esquina prestada, limpia la parrila con una manguera también prestada, y luego de ponerle candado a la cadena que anuda el artefacto a un parante del toldo, se despide del boletero de la estación, o el viejo policía que allí hace consigna, y desaparece por el mismo lugar que aparecerá al otro día, para ganarse el mango.

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Manu y Santino Dios

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