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La primera de la izquierda


A Luciano M. le quedaron grabadas las dos directivas que Pedro Lanteri, el director de la Radio AM 530 “La voz de las Madres”, les había transmitido. En relación a lo político, un límite: sacar al aire declaraciones de un dirigente de la izquierda trotskista nacional. Y en relación a lo estético, un piso: que un locutor grabase los textos y que un operador trabajase la artística de los micros.

Luciano M. no tenía experiencia en radio. Sí en prensa y difusión gráfica, la trinchera comunicacional desde la que aportaba militancia en el ODH. Con su compañera de área, Marisa L. –que sí conocía el paño -, coincidieron que no alcanzaba con un sitio en la Internet, gacetillas, boletines e impresión de volantes y afiches. Decidieron, entonces, producir un micro semanal de tres minutos para que lo levanten las radios compañeras, u otras.


Lanteri los recibió en la radio que las Madres alquilaban sobre la calle Cerrito, en el centro porteño. Al fondo de un pasillo, atravesando una puerta de doble hoja de madera añejada, estaba el departamento, donde también funcionaba –y lo sigue haciendo- la radio Cooperativa. La oficina del director medía un metro cuadrado y Luciano M. tuvo que estirar el brazo por sobre la cabeza de un asistente para estrecharle la mano. En aquellas instalaciones sombrías y estrechas, las Madres emitieron su programación durante más de dos años.

Una semana después Luciano M. se tomó el subte A y se bajó a metros del Congreso Nacional. En el bolsillo llevaba el texto –redactado con el formato de un “informativo” y no como un relato que narrase los hechos- del micro número uno del Observatorio de DDHH. Pasó por la puerta de la Universidad de las Madres y –unos metros más adelante- por las oficinas espejadas de la Fundación Sueños Compartidos –con este proyecto Hebe de Bonafini y compañía están construyendo viviendas en todo el país-. Dobló a la derecha por Sáenz Peña y en la otra esquina, sobre Alsina, vio el impactante cartel en azul con el pañuelo blanco y la consigna principal de la radio: “la primera a la izquierda”.

“Las Madres”, pensó Luciano M. –a quienes admiró desde siempre- “están copando la zona”.

El edificio, hecho a nuevo, y de dos pisos, ocupaba toda la esquina. En la recepción lo atendió un hombre con el mameluco de trabajo de los obradores de la zona sur de la Ciudad. “Vengo al estudio de grabación”, le dijo, algo intimidado. “Segundo piso por la escalera”, le indicó el muchacho.

Al pie de la escalera estaba el casillero para cada uno de los programas de la emisora. Los escalones estaban cubiertos por un piso de goma y las paredes y puertas despedían olor a nuevo. Cada oficina tenía una pequeña placa indicativa con el color azul de la Asociación y el pañuelo blanco.

Golpeó la puerta del estudio, pasó, y lo recibió el operador. El Oso, un compañero que tenía tan clara y profunda la voz como las convicciones políticas, ya estaba ahí. El piso estaba alfombrado y los ventanales daban a la calle. Enfrente, en diagonal, sentados en las mesas de un bar, un puñado de oficinistas charlaba con movimientos de manos.

La oficina del operador era amplia y estaba bañada de luz natural. Sobre la pared tenía montada una biblioteca llena de discos. Había dos computadoras conectadas a Internet y la consola de la que nacían los cables que terminaban en el estudio. Del otro lado de un vidrio, la pecera, el estudio en el que se graban las artísticas institucionales de la radio.

Cuando Luciano M. cerró la pesada puerta se le taparon los oídos. Se sentó junto al locutor. Las paredes de la sala estaban cubiertas de material aislante, y frente a ellos se apreciaba, sobre la mesa, un enorme micrófono de aire. “¿Viste lo que es esto, Oso?”. “Infernal, hermano. Las viejas van por todo”, contestó, y en seguida se concentró en lo suyo. Leyó el texto, una, dos veces, metiendo pausas y estirando los músculos de la boca. Se revolvía en la silla y en la frente le nacieron las primeras perlas de transpiración. “Hace mucho que no grabo”, se atajó. Moduló y corrigió algunos pasajes con un lápiz negro que sacó del bolsillo de la campera verde oliva, para favorecer la cadencia y ritmo de las palabras. El operador, del otro lado del vidrio, esperaba la señal para grabar, mientras charlaba con Marina L., que acababa de llegar, apurada, como siempre.

“Estamos listos, cumpa”, indicó el Oso con un movimiento de brazo.

En diez minutos tenían grabada la locución del primer micro informativo del ODH. Todavía tenían que ocuparse de la artística, que incluía una apertura y un cierre –por esa única vez-. Luciano L. coordinaría el trabajo con el conductor de un programa de esa misma radio, que sería el primero en emitir al aire los micros de la ONG.

El Oso se secó la transpiración con el antebrazo y a los pocos minutos se retiró con Marina L. Luciano le preguntó al operador, de unos treinta años, “cómo venía el laburo en la radio nueva”. “Diez puntos, che”, devolvió el otro, que en apariencia parecía un seco pero que enseguida se animó con la conversación. “Yo operé programas en la Rock & Pop, la Uno, la 100, y algunas más, y ésta” –marcó con el índice el piso-, “no tiene nada que envidiarle a las demás. Nos pagan en blanco y trascartón, yo que no entiendo nada de política, desde que estalló el conflicto con el campo, estoy cazando cómo viene la mano con muchas cosas”.

La conversación duró varios minutos. El flaco habló de los problemas que tenía con sus amigos cada vez que defendía a Hebe, y aunque no era un militante, sabía muy bien dónde estaba parado en relación a la coyuntura.

A Luciano L. le gustaba sacar el termómetro y captar la temperatura social de la gente con la que se cruzaba en distintos ambientes. Le surgía de manera innata. Vivía del comercio pero alguna vez había estudiado antropología y ahora estaba enloquecido con la comunicación.

A la semana volvería a escribir el texto de un nuevo micro. Y a la siguiente lo mismo, pensado, siempre, en el oyente, así como lo hacía en relación al lector cuando escribía una gacetilla de prensa. Acompañó al Oso todas las semanas al estudio porque disfrutaba del clima radial en el que se sumergían durante esos diez minutos. Y en ningún momento, a pesar de que saludaba al muchacho de la recepción con soltura, y se sentía en confianza, le aflojó la emoción por ver materializado el avance de la organización de derechos humanos que mejor supo interpretar los sueños y consignas políticas de sus hijos.

6 comentarios:

cohetanea dijo...

Copado el relato!!!
Aguante Luciano y adelante cumpa que hay que ir por todo!!!

Victor Taricco dijo...

Eh muy buena la nota y muy bueno el Blog. Soy Victor de Villa Crespo y bueno nada, un beso grande para todos, aguante River y saludos a todos los que me conocen.

Mariano Abrevaya Dios dijo...

Aguante Luciano M, claro que sí Cohetanea.

Muy bueno lo del "saludos para todos los que me conocen", Victor. Bienvenido. Y aguante River en las buenas y en las malas.

Vir dijo...

Hermoso relato.
Queremos más!

pimpollo dijo...

Dan ganas de ir a una radio.
Que florezcan miles de radios como la primera de la izquierda, ahora que según la UIA nos parecemos a Cuba.
Felicitaciones a los autores.

Mariano Abrevaya Dios dijo...

Bienvenida, Pimpollo. Cuando puedas, sí, meté la nariz en una radio.

Vir, siempre presente.

Manu y Santino Dios

Manu y Santino Dios