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Historias de cuarentena (13)

Por Mariano Abrevaya Dios

Ya habían pasado cuarenta minutos de penumbra y el más absoluto de los silencios cuando Brian atinó a levantar su cuerpo de la sillita de pino. Fue un movimiento mínimo, casi imperceptible, pero alcanzó para que la pata de la silla raspase el suelo de cemento alisado. El nene, entonces, se revolvió sobre la sábana, y debajo también se arrugó la fina pero ruidosa carpeta de plástico que impermeabiliza el colchón. La señal era muy clara, a pesar de tener dos años y monedas: no estoy dormido. El padre, de veintiocho años, masticó bronca. Mucha. Apretó los puños, maldijo al nene, a la madre y al universo. Al estirar las piernas pateó un coche de metal que estaba en el suelo. El ruido los sobresaltó a los dos. El nene dijo papá. El papá puteó. Dormite. Tenía los gemelos entumecidos por haber pasado tanto tiempo en la misma posición, sin relajarse ni un segundo, para que el nene se duerma. Le había leído media docena de cuentos, le había cantado dos canciones, había silbado y susurrado otras melodías –infantiles pero también de canciones de cancha y de Los Redondos-; durante todo ese tiempo interminable le había hecho caricias en la espalda, cabeza, cintura y piernas, y el nene, poco a poco, fue dejado atrás ese hormigueo que lo tiene durante casi todo el día -salvo cuando duerme siesta, un momento del día que también se está poniendo muy difícil-, en un estado de euforia permanente. Hasta que escuchó que le había cambiado la respiración, la llave que abre la posibilidad de dedicarte un rato a vos, luego de haber estado todo el puto día atrás del nene. Pero no.

La concha de Dios, tengo solo un rato por día para fumarme un pucho en el fondo, ver un poco de tele, mirar la compu, y este conchudo no se duerme más, por qué, qué carajo le pasa, con Romina dijimos de no pelearnos delante de él, y lo venimos haciendo, pero a dónde nos vamos a meter si vivimos en este cuchitril, se escucha todo por más que nos metamos debajo de la cama o nos encerremos en la heladera. Tiene que ser la edad. Está a pleno, lo desborda la energía, pobre cabezón, te quiero matar, hermano, te odio, por favor dormite, déjame un rato, no doy más, y lo peor es que dentro de un par de horas, cuando esté profundamente dormido, vas a pedir por mamá, vas a llorar, y ese llanto, en este silencio de la noche, te perfora los tímpanos, y te voy a venir a decir, con las pelotas por el piso, por qué mierda llorás, si está todo bien, todo el día jugamos con vos, un rato ella, otro yo, te hacemos de morfar lo que te gusta, te cambiamos los pañales ni bien los llenas de mierda, te dejamos bañar con los autos y muñecos, y hasta te trajimos caramelos del Chino y mirás un buen rato por día el celular. Basta, por favor, dormite, que mañana empieza todo otra vez, y faltan como diez días para el 13.

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