“Como te cae Lanús campeón?”, le pregunté a mi amigo. “¿Te digo la verdad?”, si, hice con la cabeza, dale: “yo prefiero que siga saliendo campeón River o Boca”.
Mi amigo es un tipo que, aparte de gustarle el fútbol, los sábados va a un barrio de la zona sur de la capital a hacer trabajo social, en la semana trabaja en un Instituto de menores, les lee cuentos de matemática a los pibes presos, los contiene; es un tipo piola, sensible, con los pies sobre la tierra. Pero su respuesta me desilusionó.
Por la cara que le puse tuvo que fundamentar un poco más: “Ferro tiene dos campeonatos locales, Lanús, hasta el domingo pasado, ninguno: ahora tiene uno”. Mi amigo vive en Ramos Mejía pero creció en Caballito. “Ah… viene por ahí la mano”, dije, afirmando con la cabeza, los brazos cruzados sobre el pecho: “pero tenes una ciudad entera de fiesta, para muchos uno de los días más lindos de sus vidas, ¿eso no cuenta?”. "Eso no cuenta para nada", devolvió con la certeza de quien afirma que uno más uno es dos, "si no la podemos ganar nosotros que se la lleven los equipos grandes", y hace una pausa, el dedo indice en punta, las cejas levantadas, "pero nunca otro equipo chico”. “Pero pensá en la gente, loco, en su alegría, a vos te importa la gente”, insistí, quise sensibilizar, “no, papá, pienso en la gente cuando voy al barrio, pero el fútbol es otra cosa”.
Más allá de la anécdota que pinta a parte de nuestro folklore futbolero, a veces real, a veces algo exagerado, y a conciencia de quienes exageran, el grueso de la gente que consulte coincidió conmigo: genera satisfacción éste Lanús campeón del fútbol argentino. ¿Porque? Porque es un equipo chico(cuando se habla de chico o grande se lo hace en referencia a la cantidad de hinchas que tiene el club diseminados a lo largo del país), porque uno tiene debilidad por los los que tienen que remar el doble o el triple, los que la tienen más difícil, porque es un club que nunca antes había salido campeón, y, acá viene lo más importante, porque los tipos, llámese dirigencia, cuerpo técnico y jugadores, edificaron un proyecto con trabajo, coherencia, y sentido común, basado en un equipo que surgió, casi en su totalidad, de las inferiores del club, porque apostaron a ellos mismos, a su potencial, a sus ideas de juego, porque priorizaron el grupo, el colectivo.
Lanús es un ejemplo. La dirigencia tiene las cuentas del club al día, claras y transparentes; su técnico, Ramón Cabrero, un hombre muy humilde, de barrio, ante cada micrófono que le pusieron delante de la boca dijo: “estoy en el club desde los diez años, vivo en la ciudad de Lanús desde que nací, mi familia y mis amigos son todos de Lanús: ¿como querés que me sienta?". Estas características difieren, y mucho, de lo que vienen haciendo los clubes más importantes de nuestro fútbol. Por eso, el valor es agregado.
Llame a un par de amigos que son hinchas de Lanús. Todos me contaron que estaban sobrepasados por la emoción: una locura, inolvidable, no sabía como hacer para que mi viejo pare de llorar, ya está: me puedo morir tranquilo, por fin, papá, por fín se nos dio, gracias por llamar, loco.
Festejo el campeonato de Lanús porque demostraron que se puede, que la guita no lo es todo, que se pueden hacer las cosas bien, que se puede jugar un fútbol competitivo con los jugadores de las inferiores, que se le puede ganar a los poderosos, que los equipos chicos también pueden, que hay que darle.
Mi amigo es un tipo que, aparte de gustarle el fútbol, los sábados va a un barrio de la zona sur de la capital a hacer trabajo social, en la semana trabaja en un Instituto de menores, les lee cuentos de matemática a los pibes presos, los contiene; es un tipo piola, sensible, con los pies sobre la tierra. Pero su respuesta me desilusionó.
Por la cara que le puse tuvo que fundamentar un poco más: “Ferro tiene dos campeonatos locales, Lanús, hasta el domingo pasado, ninguno: ahora tiene uno”. Mi amigo vive en Ramos Mejía pero creció en Caballito. “Ah… viene por ahí la mano”, dije, afirmando con la cabeza, los brazos cruzados sobre el pecho: “pero tenes una ciudad entera de fiesta, para muchos uno de los días más lindos de sus vidas, ¿eso no cuenta?”. "Eso no cuenta para nada", devolvió con la certeza de quien afirma que uno más uno es dos, "si no la podemos ganar nosotros que se la lleven los equipos grandes", y hace una pausa, el dedo indice en punta, las cejas levantadas, "pero nunca otro equipo chico”. “Pero pensá en la gente, loco, en su alegría, a vos te importa la gente”, insistí, quise sensibilizar, “no, papá, pienso en la gente cuando voy al barrio, pero el fútbol es otra cosa”.
Más allá de la anécdota que pinta a parte de nuestro folklore futbolero, a veces real, a veces algo exagerado, y a conciencia de quienes exageran, el grueso de la gente que consulte coincidió conmigo: genera satisfacción éste Lanús campeón del fútbol argentino. ¿Porque? Porque es un equipo chico(cuando se habla de chico o grande se lo hace en referencia a la cantidad de hinchas que tiene el club diseminados a lo largo del país), porque uno tiene debilidad por los los que tienen que remar el doble o el triple, los que la tienen más difícil, porque es un club que nunca antes había salido campeón, y, acá viene lo más importante, porque los tipos, llámese dirigencia, cuerpo técnico y jugadores, edificaron un proyecto con trabajo, coherencia, y sentido común, basado en un equipo que surgió, casi en su totalidad, de las inferiores del club, porque apostaron a ellos mismos, a su potencial, a sus ideas de juego, porque priorizaron el grupo, el colectivo.
Lanús es un ejemplo. La dirigencia tiene las cuentas del club al día, claras y transparentes; su técnico, Ramón Cabrero, un hombre muy humilde, de barrio, ante cada micrófono que le pusieron delante de la boca dijo: “estoy en el club desde los diez años, vivo en la ciudad de Lanús desde que nací, mi familia y mis amigos son todos de Lanús: ¿como querés que me sienta?". Estas características difieren, y mucho, de lo que vienen haciendo los clubes más importantes de nuestro fútbol. Por eso, el valor es agregado.
Llame a un par de amigos que son hinchas de Lanús. Todos me contaron que estaban sobrepasados por la emoción: una locura, inolvidable, no sabía como hacer para que mi viejo pare de llorar, ya está: me puedo morir tranquilo, por fin, papá, por fín se nos dio, gracias por llamar, loco.
Festejo el campeonato de Lanús porque demostraron que se puede, que la guita no lo es todo, que se pueden hacer las cosas bien, que se puede jugar un fútbol competitivo con los jugadores de las inferiores, que se le puede ganar a los poderosos, que los equipos chicos también pueden, que hay que darle.
Soy hincha de River, eh, voy a la cancha y todo: pero me hace bien saber a toda una ciudad contenta, y todavía más, si esa alegría es fruto de un logro colectivo.
2 comentarios:
Què bueno!! No lo sabìa.. Aguante Lanùs!! Yo tambièn soy hincha de River pero la verdad dà gusto saber que un club chico gana el campeonato sobretodo porque es señal que no todo està arreglado.
Me gusta la metafora del chico que le gana al grande,como David y Goliat.señal deque no todo eta perdido.Aguante Lanus y todos los davides
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