Es viernes. Asueto para algunos. Oscurece. Todo está en calma, canta Dexler. Y es mentira. En el barrio de Flores todo explota. Se corta la soga: la estiraron demasiado. Gustavo Vera, referente de La Alameda, es agredido brutalmente por cientos de “talleristas” comandados por Alfredo Ayala. Le defiguran la cara. Cuando lo agredieron estaba junto al Subcomisario López, de la Comisaría 40, única presencia policial que custodiaba el enfrentamiento entre 150 “talleristas” de un lado y 30 miembros de La Alameda, del otro.
Unos días antes, una persona víctima de trata se escapó de un taller de textura clandestino ubicado en Lacarra 932. Fue a La Alameda, ahí cerca. Contó la situación, la esclavitud, los abusos, y comentó que dentro estaba su mujer con sus hijos. La Alameda avisa al Gobierno de la Ciudad. ElLa Alameda retrocede ante la agresión violenta de los “talleristas”. Queda Gustavo Vera. No hay medios, no hay policías en plural. Se le tiran encima a Vera y lo defiguran. viernes van los inspectores. Llaman a la prensa. Alfredo Ayala, esclavista mafioso, manda a su gente también. Todos en la zona. Como hay medios, hay policías. Entran los inspectores con la víctima que se había escapado: va a buscar a su mujer y sus hijos. Los inspectores a inspeccionar. Afuera, las bandas rugen. Sale la mujer con los chicos. Salen los inspectores. El hombre, víctima, no. Se van los medios de comunicación. Se va la policía. Quedan las bandas y el Subcomisario López. La gente de
En la tele se escuchan las primeras repercusiones del llamado al diálogo. Suena el teléfono. Voy para allá. Hospital Piñero, la guardia colmada, Vera ensangrentando, nadie lo atiende. Nos cuenta. Algo raro pasa en esta Ciudad. Vamos al local de La Alameda. Conversamos con las víctimas que se escaparon del taller. Nos cuesta escucharnos: Al mismo tiempo hay una asamblea de los cartoneros. Están organizados, están enfurecidos, están dispuestos.
Última parada: Comisaría 40ª. El Comisario Rey nos invita a su despacho. Lo primero que veo es una foto del Fino Palacios en la cabecera de una mesa con otros polis, uno de ellos –imagino- es Rey. Es amable el Comisario Rey, igual que todos los Comisarios cuando reciben a funcionarios públicos. Nos dice: Lo único que queremos es que esto pare, ya tenemos demasiada violencia, estas bandas tienen que frenar en la agresión mutua; nosotros, si nos llama un juez o un funcionario, vamos, entramos al taller y hacemos lo que corresponde, pero sin orden no podemos hacer nada. Se escuchan ruidos afuera, gritos. El subcomisario López (sin signos de heridas) le dice al Comisario que la gente de La Alameda se acerca a la Comisaría. “Esto no sirve, esto no ayuda”, dice Rey. Salimos a la calle, el Comisario también. La protesta es agresiva pero ordenada. Todos en la acera, gritan, insultan, golpean los palos contra el piso, pero se saben organizados, nadie pasa la raya. Uno de ellos, con una boina, se sube a un palo de luz y desde allí arenga a la gente. Observo cuatro patrulleros en cada esquina. Y como si hubieran salido de abajode la tierra alrededor de 20 policías en la puerta de la Comisaría. Rey es amable. Una chica de La Alameda se acerca: Comisario, liberaron la zona. De ninguna manera, dice él., cómo se te ocurre. ¿Y por qué lo dejaron a Vera sólo?. Fue repentino, dice él, ¿de donde querés que saque policías tan rápido?. La Alameda y también el taller denunciado están a dos cuadras de la Comisaría y ahora alrededor nuestro hay cerca de 50 policías que hace 10 minutos no estaban. Mi jefa dice: Gracias a Dios que estamos acá en este momento. Los manifestantes se alejan. Nosotros también.
Buenos Aires, otra vez, está repleta de talleres clandestinos. El problema –se sabe- es económico, la cadena de producción. Ningún eslabón de la cadena está dispuesto a perder un peso, ni las grandes marcas, ni los intermediarios, ni mucho menos, como se vio, los talleristas. Allá abajo, atrapados por esa cadena, están las víctimas, esclavizadas, ultrajadas. La Alameda denuncia, denuncia, denuncia y resiste.
Esto pasa en Buenos Aires mientras Macri arma su Policía represiva, arregla las veredas de la zona norte, le quita los subsidios a los sin techo y le pide audiencia a la presidenta con el Clarín en la mano.
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