* A partir de una generosa propuesta del autor del blog Conurbanos en la que invita a escribir historias con aroma a la tierra profunda que allí se respira, me mandé con el siguiente relato.
Es el vivero de bonsáis más grande de la Argentina y para encontrarlo hay que introducirse en el conurbano bonaerense. De allí salen los cientos árboles de todo tipo y color que terminan en los estantes y góndolas de casi todos los viveros de la capital federal y el gran buenos aires. Su dueño se llama Alberto, un hombre flaco y de pocas palabras que se instaló en la localidad de Los Polvorines -hoy municipio de Islas Malvinas-, hace más de quince años. Cuando llegó de la China y adquirió el terreno -que iría extendiendo más y más con el paso del tiempo- traía consigo un pan debajo de cada brazo: conocimiento milenario y fuerza de trabajo.
A los dos años de haberse instalado en aquel barrio de calles de tierra y jilgueros piando en las copas de los árboles, alguien llamó a la puerta haciendo sonar las palmas de sus manos. Sí, dijo José del otro lado del alambrado, levantando las pestañas y arrugando la frente, qué tal maestro me llamo Miguel, se presentó el Migue, un pibe de la zona que andaba buscando trabajo, ¿de casualidad no necesita un ayudante?
El hombre aceptó y con el paso de los meses aquel chico de ojos y piel oscura que asentía obedientemente cada una de las enseñanzas que le bajaba el oriental, fue incorporando los detalles de un oficio que hasta ese momento le era totalmente ajeno: en qué cantidades y cada cuanto tiempo hay que darle agua a los árboles, cuando se los poda o trasplanta, qué ejemplar es más valioso y por qué (por edad o por lo exótico del lugar donde crece), con qué elementos de la naturaleza se prepara el nutriente para la tierra donde crecen. El Migue trabajaba más de doce horas diarias y volvía a casa con los huesos rotos. Era varios años más chico que ahora, andaba soltero, y el tiempo libre lo gastaba en sus dos más preciadas pasiones: ir a ver a Almirante Brown y a la Renga.
Ya con el conocimiento de su trabajo diario incorporado, y en el marco de un negocio que no paraba de crecer, el Migue le preguntó a su jefe si se podía construir un rancho dentro del predio ya que su novia estaba embarazada y quería irse a vivir con ella. El hombre accedió y le pagó parte de su jornal con ladrillos, cemento y arena. Al tiempo nacería Axel, el primer y único hijo del aquel pibe con una melena hasta la mitad de la espalda que había crecido en un barrio humilde de la zona.
Hoy el Migue es uno de las personas que más conoce del arte del bonsái. Decenas de clientes lo consultan e intercambian con él conocimiento, o árboles, a cambio de otros bienes: una entrada para ir a ver al Indio por dos palos borrachos y una maceta, dos plateas para ver a Boca por un membrillo o quinotero, un par de zapatillas Adidas por un olmo chino. Conoce al pié de la letra cada uno de las más de cien ejemplares de plantas que crecen dentro del vivero. De semilla, de tallo, en la tierra o dentro del invernadero, todos y cada uno de los árboles, después de su debido tiempo de crecimiento, terminan en la gran mesada que hay al costado de la puerta de entrada -unos tres mil ejemplares- a la vista del público.
La primera vez que fui me dijo: agarrá la panamericana, bajas en la 197, cruzas por debajo del puente y le das hasta una Ypf (veinte cuadras). Ahí hacés una S y salís a la calle Arribeños. Todavía recuerdo la formidable sensación que tuve al pasearme entre los tablones rebasados de los más disímiles árboles y su paleta de aromas y colores.
Una vez por mes el Migue me invita un asado en la parte de atrás de su casa, al lado de la pelopincho y con vista al fondo del vivero donde hay un cañaveral y una plantación de plátanos. Su mujer tiene seis hermanas y siempre tiene a mano una historia para contar. La última: se les extravió una abuela. Axel, su nene de diez años, ligó la play station para el cumpleaños y los compañeros de grado, en lugar de aprovechar la enorme extensión verde del predio para jugar a las escondidas, se encierran en la pieza a quemarse las pestañas con los jueguitos.
El Migue, cuando toca la Renga, alquila un micro y lo llena de pibes del barrio. Unos días antes los va a buscar a la canchita donde se juntan a tomar vino y les ofrece el viaje y la entrada por poca plata. Yo soy así, Marian, me dice mientras podamos un árbol juntos, a la sombra, trato de darles a los pibes la oportunidad que yo sí tuve.
Hoy en día ya casi no hablamos de bonsáis: no me gustan nada las plantas, dice, entre seca y seca que le da al cigarro, nada más es mi laburo. Desde hace un tiempo venimos charlando bastante de política, en especial sobre el gobierno de Cristina, y cuando ya nos tomamos un par fernets, y la brisa de la noche estrellada pareciera acariciarnos, de las dificultades afectivas con nuestras parejas.
8 comentarios:
Increible relato Marian, es como teletransportarse...
te mando un abrazo,
Nacho
"wow" cada detalle, cada palabra, es como dice "nacho" te telertransporta al momento al tiempo a ese lugar.
te mando un beso Mariano,
buenísimo.
Buenísimo, Matu. Me encantó!
Besos
Muchisimas Gracias por pasar, te fijaste bien son mi lectura diaria =)
Gracias por mostrarme el vivero.
Se puede oler la tierra y el verde.
Se puede ver el corazón del Migue y el tuyo también.
Aguante Matu!
qué lindo relato, Mariano!
Lo prometido es deuda y acá te dejo los datos del próximo jam de escritura:
Van a estar: Funes-Llach-Toledo
Hora de inicio: El martes, 28 de julio de 2009 a las 21:00
Lugar: LE BAR
Calle: Tucumán 422
Besos,
Laura
Teletransportarse, Nacho y Josefina: una linda manera de poner los pies y la cabeza en otro lado. Gracias.
Gracias, también, a Canilla, Juli y Laura.
Publicar un comentario