Diez de la noche del sábado 15 de enero. Estacionamiento de un supermecado Día de Ciudadela, iluminado sólo por un puñado de lamparitas de bajo consumo que cuelgan de un cable. Terminaba una movida cultural organizada por el poeta Camilo Blajaquis, un pibito de veintiún años que en el 2005 cayó preso por un secuestro extorsivo y que ahora, en libertad hace un año, dirige la revista de cultura marginal ¿Todo Piola?, coordina los talleres literarios de la Secretaría de Cultura de la Municipalidad de Morón, escribe en la nueva revista Crisis, y está en boca de muchos de los tienen alguna relación con el planeta carcelario, la poesía, el periodismo y la política.
Camilo leyó, de manera intermitente, y con una cadencia y soltura muy contagiosa y seductora, poemas de su primer libro (La venganza del cordero atado). Entre poema y poema, fueron actuando los distintos invitados: los rabiosos chicos de Clan Oculto (Hip Hop del conurbano), los apaciguados Jamaicaderos (Reggae de Etiopia) y un payaso. Parece cerrar, se proyectaron un par de cortos de la revista ¿Todo piola?, muy bien logrados.
Mientras unos cuantos amigos y vecinos felicitaban a Camilo (Cesar Gonzales, en realidad) y otros le pedían una dedicatoria para el libro, Luciano M. encaró a la madre del joven poeta, que estaba a un costado:
- Soy Luciano M., periodista, entre otras cosas –se presentó, incómodo.
- Hola, ¿qué tal? –dijo ella, sonriendo.
Al hijo lo había tenido de chica porque era muy jóven. Estaba contenta, orgullosa. Terminaba otra gran noche.
- Me gustaría hacerte una entrevista, en algún momento.
- ¿A mí? –dijo ella, apuntándose el pecho con el dedo índice de la mano derecha.
- Sí. Todos quieren la nota con tu hijo –dijo Luciano M, y ladeó la cara hacia su izquierda, donde un tumulto bregaba por sacarle algo al poeta, muy pendejo, morocho, con gorra-, pero yo quiero hablar con vos, que sos la madre de la criatura.
- Bueno, dale, no hay problema –aceptó ella, ruborizada.
Mientras la mujer dictaba el número de teléfono de su casa, él tiró un dato que ya conocía:
- Tienen casa nueva, ¿no?
- Sí, ¿cómo sabés?
- Lo leí en una nota que le hicieron a César. Y aparte las conozco porque paso por ahí cada tanto.
- No lo podemos creer. Nos cambió la vida.
Ella y su hijo –y seguramente algún hermano más-, viven en el barrio Carlos Gardel, en El Palomar, zona oeste del conurbano, y en el segundo semestre del 2010 recibieron una de las tres mil quinientas viviendas populares que el gobierno nacional construyó en el barrio.
- Yo también escribo –compartió él-, y aparte soy kirchnerista.
- ¡Yo también, nene! –devolvió ella, exultante- ¿cómo no los voy a bancar?
Luciano M. le dio un beso y prometió llamarla pronto.
Hacía unos días atrás Luciano M. había leido que Camilo puteaba en varios idiomas por la desición de la presidenta de sacar la Gendarmería a la calle, en la provincia de Buenos Aires. Es lógico, pensó él, poniéndose en el lugar del poeta. Tan honesto e incontrastable como la realidad que le pasó por encima a la madre, con casa nueva.
Camilo leyó, de manera intermitente, y con una cadencia y soltura muy contagiosa y seductora, poemas de su primer libro (La venganza del cordero atado). Entre poema y poema, fueron actuando los distintos invitados: los rabiosos chicos de Clan Oculto (Hip Hop del conurbano), los apaciguados Jamaicaderos (Reggae de Etiopia) y un payaso. Parece cerrar, se proyectaron un par de cortos de la revista ¿Todo piola?, muy bien logrados.
Mientras unos cuantos amigos y vecinos felicitaban a Camilo (Cesar Gonzales, en realidad) y otros le pedían una dedicatoria para el libro, Luciano M. encaró a la madre del joven poeta, que estaba a un costado:
- Soy Luciano M., periodista, entre otras cosas –se presentó, incómodo.
- Hola, ¿qué tal? –dijo ella, sonriendo.
Al hijo lo había tenido de chica porque era muy jóven. Estaba contenta, orgullosa. Terminaba otra gran noche.
- Me gustaría hacerte una entrevista, en algún momento.
- ¿A mí? –dijo ella, apuntándose el pecho con el dedo índice de la mano derecha.
- Sí. Todos quieren la nota con tu hijo –dijo Luciano M, y ladeó la cara hacia su izquierda, donde un tumulto bregaba por sacarle algo al poeta, muy pendejo, morocho, con gorra-, pero yo quiero hablar con vos, que sos la madre de la criatura.
- Bueno, dale, no hay problema –aceptó ella, ruborizada.
Mientras la mujer dictaba el número de teléfono de su casa, él tiró un dato que ya conocía:
- Tienen casa nueva, ¿no?
- Sí, ¿cómo sabés?
- Lo leí en una nota que le hicieron a César. Y aparte las conozco porque paso por ahí cada tanto.
- No lo podemos creer. Nos cambió la vida.
Ella y su hijo –y seguramente algún hermano más-, viven en el barrio Carlos Gardel, en El Palomar, zona oeste del conurbano, y en el segundo semestre del 2010 recibieron una de las tres mil quinientas viviendas populares que el gobierno nacional construyó en el barrio.
- Yo también escribo –compartió él-, y aparte soy kirchnerista.
- ¡Yo también, nene! –devolvió ella, exultante- ¿cómo no los voy a bancar?
Luciano M. le dio un beso y prometió llamarla pronto.
Hacía unos días atrás Luciano M. había leido que Camilo puteaba en varios idiomas por la desición de la presidenta de sacar la Gendarmería a la calle, en la provincia de Buenos Aires. Es lógico, pensó él, poniéndose en el lugar del poeta. Tan honesto e incontrastable como la realidad que le pasó por encima a la madre, con casa nueva.
3 comentarios:
Camilo se convirtió en mi nuevo idolo desde que supe de él.
Que maravilloso sería que florecieran miles de Camilos.
Pregunta, que fué de la entrevista de Luciano M a la madre?
La entrevista con la Madre de César sale dentro de algunos días, Cohetanea.
Vamos a colgar algo en el blog.
Gracias por pasar.
Sí miles de Camilos!
Este pibe es un ejemplo de lo que es poder hacer "algo" con la adversidad.
Que buena iniciativa organizar talleres literarios en los barrios, en las cárceles, en las villas...
que la literatura se siembre para todos.
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