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Termómetro social

Luciano M. se acodó en el mostrador de la Farola de Nuñez -Cabildo y Congreso-, y pidió tres empanadas para llevar. Hasta que se las entregaron, mantuvo el siguiente diálogo con la octogenaria señora que estaba detrás de la caja registradora:

- ¿Usted es la dueña?
- Sí, joven -contestó ella, maquillada en exceso y forzosamente amable-. Mi marido falleció hace ya algunos años y ahora la administro yo sola.
El local no era un lujo, pero andaba bien. Se notaba. No había que ser un experto. La esquina se pagaba sola, y había por lo menos cuatro mozos, y otros tres empleados en la cocina, la bacha y el mostrador. Cincuenta lugares para sentarse, la mitad ocupados. En las dos pantallas planas que había en los vértices del salón, TN. Y a pocos centímetros de la caja, dos ediciones del diario Clarín.
Una empleada joven, a su izquierda, escuchaba con curiosidad la conversación.
- Por acá debe haber visto desfilar los últimos cincuenta años de nuestro país -dijo él, asombrado por la hidalguía que presentaba la señora, de pié, y trabajando, un martes a las once de la noche.
- ¿Por qué lo dice?
- Por la edad.
- Nosotros fuimos la primera Farola de todas.
Ahora fue él quien dibujó una mueca de asombro en su cara. ¿Quién no se comió una pizza alguna vez en una Farola?

- ¿Y cómo están trabajando? - preguntó él, que nunca pierde la oportunidad de sacar el termómetro social.
Ella pareció no comprender la pregunta. Frunció la piel arrugada de la nariz y entrecerró los ojos.
- ¿Están trabajando bien? ¿Es un buen momento? En lo económico, digo -insistió él.
Ella meneó la cabeza, y dibujó una mueca escéptica en su cara de rasgos gallegos. No hacía falta la confirmación, pero de todas maneras, habló:
- Tuvimos mejores épocas.
La empleada pareció contrariar a la señora con un gesto burlón. Y estaba entretenida. Se le notaba por la leve sonrisa que se le dibujaba en la comisura de los labios y por el brillo de sus ojos marrones.

Apareció el cocinero, de blanco, y le pasó las empanadas. La empleada tiró del rollo de papel y cortó por lo menos cuarenta centímetros. En menos de diez segundos las había envuelto con una cinta colorada.

- ¿Y cuál fue la época que mejor le fue? -preguntó Luciano M.
La señora no lo dudó. La respuesta fue inmediata:
- Finales de los 70, comienzos de los 80.
Ahora fue él el que se tomó un par de segundos para volver a meter bocado.
- No fue la época más feliz para nuestro país, me parece -arriesgó él.
Ella no dijo nada. Pero se le notó cierta incomodidad detrás del maquillaje. Se puso a hacer unas cuentas en la caja registradora.
- De todas maneras durante los últimos años la cosa no viene nada mal, ¿no? -sugirió él.
La empleada estuvo de acuerdo, y lo transmitió con un movimiento de cabeza.
- Puede ser, pero usted me preguntó cuál había sido la mejor época -devolvió la señora.

Las empanadas ya estaban envueltas con moño y todo sobre el mostrador. Era hora de irse. Luciano M. pagó. Iba a decir algo más, pero decidió cerrar la boca. Le sonrió a la chica, que deseaba que la conversación siguiese, y también a la señora, que ya estaba en otra cosa.

Él se despidió deseándole, a las dos, un buen 2011. "Gracias", dijo la empleada, sonriendo. "Adios, querido", dijo la señora.

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Manu y Santino Dios

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