Acabo de terminar de leer Blanco Nocturno, la última novela de Ricardo Piglia. Lo más hermoso que me pasó con esta impresionante y –me animo a decir- perfecta novela es la reconexión a los sentimientos que se prenden cuando uno lee buenos libros. En verano, al revés de lo que se dice en general, hay que aprovechar para leer lo robusto y no lo sencillo, porque hay tiempo, hay cabeza y cuerpo para asimilar y para ver todo desde alguna distancia, distancia de la oficina, de los recursos humanos, de la rosca. La literatura es un descanso. Es parar en la estación de servicio de la ruta a cargar nafta y tomar una coca. Hay que llegar, pero antes hay que parar.
La literatura (y no la crítica literaria) pega en lugares diferentes a la política y a los textos políticos. La literatura enriquece a la política más allá de las polémicas sobre si la sabe interpretar o no. Me gustaría leer más ensayos políticos o libros de historia pero cuando tengo que elegir, teniendo en cuenta los pocos momentos que se tienen para leer, elijo literatura. Y me lo agradezco.
Un libro como Blanco Nocturno es un romance, un asado con amigos, una fiesta íntima. El nivel de precisión, los personajes, la trama, su regocijo en el género policial. Después hay que seguir, claro, uno usa la literatura para después seguir, no para quedarse parado. El sueño de ser escritores es el mismo sueño aquel de ser futbolistas. Pero terminamos leyendo libros y yendo a la cancha los domingos. Lo que queda: laburar, militar, ser lo más felices posibles. Y tener hijos.
Acabo de ser papa de nuevo. Hay un cierto desinterés positivo de muchos temas cuando se desea y nace un hijo. Reaparece lo esencial, eso que, perdón por lo cursi, alimenta el alma. Estar en casa con la princesa y leer mientras duerme: momentos perfectos.
Por eso hay que permanecer con los libros. Muchos sueñan con vivir de los libros en el sentido económico. Yo sueño con vivir gran parte de mi vida encima de los libros. Y cuando leo algo así todo vuelve, es una nostalgia alegre, constructiva.
Había pensado en escribir algo así como una reseña o crítica pero no estoy para eso, en tal caso hay que pasar, por ejemplo, por acá, por acá, por acá, que es todo muy sabroso. Pero me permito una nota de color: los tiempos de Piglia: “Escribí esta novela de la misma manera que las otras, con un procedimiento que no recomiendo a nadie: escribo un primer borrador y lo dejo descansar dos años… Cuando el tiempo se incorpora al manuscrito, hay una inspiración que está en el propio material”. Respeto al tiempo.
Literatura y política. A veces la literatura ayuda a reinterpretar coyunturas políticas, a veces no. Blanco Nocturno es un gran libro y, como dice Piglia, es además su libro sobre el campo, que no es poca cosa, en estos días de mesas de enlaces que tienen nostalgia de una coyuntura ya agotada. Dice el libro, página 274: “Los que hablan de conciliación y de diálogo son siempre los que ya tienen la sartén por el mango y el asunto cocinado, esa es la verdad”. O esto, página 230: “populismo campesino que habla en criollo con las sentencias conservadoras”. O acá, página 115: “…pensaba que el campo era un lugar pacífico y aburrido, con paisanos con gorra de vasco, que sonríen como tarados y le dicen a todos que sí. Un mundo de gente campechana que se dedicaba a trabajar la tierra y eran leales a las tradiciones gauchas y a la amistad argentina. Ya se había dado cuenta de que todo eso era una farsa, en una tarde había escuchado mezquindades y violencias peores a las que podía imaginar”.
A leer que se acaba el mundo.
La literatura (y no la crítica literaria) pega en lugares diferentes a la política y a los textos políticos. La literatura enriquece a la política más allá de las polémicas sobre si la sabe interpretar o no. Me gustaría leer más ensayos políticos o libros de historia pero cuando tengo que elegir, teniendo en cuenta los pocos momentos que se tienen para leer, elijo literatura. Y me lo agradezco.
Un libro como Blanco Nocturno es un romance, un asado con amigos, una fiesta íntima. El nivel de precisión, los personajes, la trama, su regocijo en el género policial. Después hay que seguir, claro, uno usa la literatura para después seguir, no para quedarse parado. El sueño de ser escritores es el mismo sueño aquel de ser futbolistas. Pero terminamos leyendo libros y yendo a la cancha los domingos. Lo que queda: laburar, militar, ser lo más felices posibles. Y tener hijos.
Acabo de ser papa de nuevo. Hay un cierto desinterés positivo de muchos temas cuando se desea y nace un hijo. Reaparece lo esencial, eso que, perdón por lo cursi, alimenta el alma. Estar en casa con la princesa y leer mientras duerme: momentos perfectos.
Por eso hay que permanecer con los libros. Muchos sueñan con vivir de los libros en el sentido económico. Yo sueño con vivir gran parte de mi vida encima de los libros. Y cuando leo algo así todo vuelve, es una nostalgia alegre, constructiva.
Había pensado en escribir algo así como una reseña o crítica pero no estoy para eso, en tal caso hay que pasar, por ejemplo, por acá, por acá, por acá, que es todo muy sabroso. Pero me permito una nota de color: los tiempos de Piglia: “Escribí esta novela de la misma manera que las otras, con un procedimiento que no recomiendo a nadie: escribo un primer borrador y lo dejo descansar dos años… Cuando el tiempo se incorpora al manuscrito, hay una inspiración que está en el propio material”. Respeto al tiempo.
Literatura y política. A veces la literatura ayuda a reinterpretar coyunturas políticas, a veces no. Blanco Nocturno es un gran libro y, como dice Piglia, es además su libro sobre el campo, que no es poca cosa, en estos días de mesas de enlaces que tienen nostalgia de una coyuntura ya agotada. Dice el libro, página 274: “Los que hablan de conciliación y de diálogo son siempre los que ya tienen la sartén por el mango y el asunto cocinado, esa es la verdad”. O esto, página 230: “populismo campesino que habla en criollo con las sentencias conservadoras”. O acá, página 115: “…pensaba que el campo era un lugar pacífico y aburrido, con paisanos con gorra de vasco, que sonríen como tarados y le dicen a todos que sí. Un mundo de gente campechana que se dedicaba a trabajar la tierra y eran leales a las tradiciones gauchas y a la amistad argentina. Ya se había dado cuenta de que todo eso era una farsa, en una tarde había escuchado mezquindades y violencias peores a las que podía imaginar”.
A leer que se acaba el mundo.
1 comentario:
Muy bueno.
Y gran libro ese.
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