Sábado a las ocho de la noche. Supermercado chino de la avenida Crisólogo Larralde y Estomba, barrio de Saavedra. Los clientes hacen fila en las dos cajas. El verdulero, a la izquierda de la puerta de entrada, embolsa frutas a dos manos. En el salón, una docena de personas recorren las góndolas. Una cumbia pegajosa irrumpe desde los parlantes. Al fondo, en la fiambrería y carnicería, también hay un par de clientes haciendo fila.
Cuando le llega el turno, Luciano M. pide un kilo de nalga para hacer milanesas.
- ¿Finitas o gruesas?
- Finitas.
El hombre, de delantal, atiende junto a su hijo, un chico de unos diez años, que se ocupa de cobrar y anotar el importe en un cuaderno.
Luciano M. no resiste la tentación de sacar el termómetro social.
- ¿Se vende carne, maestro?
- Por suerte sí, amigo.
El hombre es casi tan ancho como la puerta de aluminio empotrada a la pared, detrás suyo, donde las medias reses cuelgan de un gancho, aguardando su destino final. Tiene unos cincuenta años y los dedos de sus manos parecen morcillas.
- ¿Cómo te fue en el 2010?
- Más o menos, y para colmo el 24 de diciembre perdí 30.000 pesos por los cortes de luz.
- Y en el 2009 peor, entonces.
- ¿Sabés que no? -dice, y levanta las cejas, y curva los labios, formando una sonrisa.
- ¿2008, 2007? -sigue escarbando Luciano M.
- Impresionante. Todos estos años trabajé muy bien. Yo no entiendo de qué se queja la gente, hermano. Mirá cómo está la costa. Hasta las pelotas.
- Los que sí se pueden quejar son los que no tiene nada -dice Luciano M.
- Sí, esos sí, pero seguro que los mismos que ahora están de vacaciones, después vienen, se paran acá y empiezan a decir pelotudeces.
Luciano M. mira por sobre su hombro, como si le hiciese falta reconocer a muchos de los que conforman ese porteño medio pelo que repite las ganzadas de TN, Clarín y radio Mitre, aún cuando la realidad, por lo menos, muestra otra foto.
- Mirá -retoma el hombre-, estos tipos gobiernan para la gente. ¿Hacía cuánto tiempo que a los jubilados no les daban quinientos pesos para la navidad?
- Aparte del más de quinientos por ciento de aumento que recibieron estos años, ¿no? -dijo Luciano M., para robustecer la idea.
- Yo tengo cinco hijos. En el 2000 perdí todo.
- ¿Siempre te dedicaste a la carne?
- Toda la vida -afirmó, y se dipuso a cortar las últmimas tres milanesas del corte que yacía innerte sobre la tabla de trabajo -, mi familia tuvo que dormir durante tres meses en unos galpones de Constitución. ¡Yo no! -aclaró, punteándose el pecho-, porque soy cabezón y orgulloso -justificó.
- ¿Y cómo zafaron?
- Los primeros dos o tres años, con los justo. Y en el 2005, con Kirchner, que generó trabajo y volvieron a abrirse fábricas y la gente volvió a tener dignidad, mucho mejor. Ahora tenemos cuatro carnicerias.
- Hay que seguir empujando, entonces -reflexionó Luciano M., mientras el hombre embolsaba la carne y anunciaba el precio a pagar: 32 pesos.
- Más bien. ¿Te acordas lo que eran los que nos gobernaban en los noventa? No sólo nos hambreaban; también nos hacía pasar papelones en el exterior. Fijate lo que es nuestra presidenta ahora.
- Un lujo.
- Por favor... -exclamó el hombre de tonada tucumana, pelo ralo, y dedos de morcilla.
El nene, que durante toda la conversación había prestado una cansina atención, cobró, y entregó el vuelto.
Luciano M. los despidió con su mejor sonrisa. Ellos devolvieron un ruidoso saludo. El hombre saludó a la mujer que esperaba en la fila, y siguió con lo suyo.
Mientras Luciano M. caminaba por Crisólogo Larralde, se encontró silbando la cumbia que sonaba en el super Chino. Estaba contento. Y confiado.
Cuando le llega el turno, Luciano M. pide un kilo de nalga para hacer milanesas.
- ¿Finitas o gruesas?
- Finitas.
El hombre, de delantal, atiende junto a su hijo, un chico de unos diez años, que se ocupa de cobrar y anotar el importe en un cuaderno.
Luciano M. no resiste la tentación de sacar el termómetro social.
- ¿Se vende carne, maestro?
- Por suerte sí, amigo.
El hombre es casi tan ancho como la puerta de aluminio empotrada a la pared, detrás suyo, donde las medias reses cuelgan de un gancho, aguardando su destino final. Tiene unos cincuenta años y los dedos de sus manos parecen morcillas.
- ¿Cómo te fue en el 2010?
- Más o menos, y para colmo el 24 de diciembre perdí 30.000 pesos por los cortes de luz.
- Y en el 2009 peor, entonces.
- ¿Sabés que no? -dice, y levanta las cejas, y curva los labios, formando una sonrisa.
- ¿2008, 2007? -sigue escarbando Luciano M.
- Impresionante. Todos estos años trabajé muy bien. Yo no entiendo de qué se queja la gente, hermano. Mirá cómo está la costa. Hasta las pelotas.
- Los que sí se pueden quejar son los que no tiene nada -dice Luciano M.
- Sí, esos sí, pero seguro que los mismos que ahora están de vacaciones, después vienen, se paran acá y empiezan a decir pelotudeces.
Luciano M. mira por sobre su hombro, como si le hiciese falta reconocer a muchos de los que conforman ese porteño medio pelo que repite las ganzadas de TN, Clarín y radio Mitre, aún cuando la realidad, por lo menos, muestra otra foto.
- Mirá -retoma el hombre-, estos tipos gobiernan para la gente. ¿Hacía cuánto tiempo que a los jubilados no les daban quinientos pesos para la navidad?
- Aparte del más de quinientos por ciento de aumento que recibieron estos años, ¿no? -dijo Luciano M., para robustecer la idea.
- Yo tengo cinco hijos. En el 2000 perdí todo.
- ¿Siempre te dedicaste a la carne?
- Toda la vida -afirmó, y se dipuso a cortar las últmimas tres milanesas del corte que yacía innerte sobre la tabla de trabajo -, mi familia tuvo que dormir durante tres meses en unos galpones de Constitución. ¡Yo no! -aclaró, punteándose el pecho-, porque soy cabezón y orgulloso -justificó.
- ¿Y cómo zafaron?
- Los primeros dos o tres años, con los justo. Y en el 2005, con Kirchner, que generó trabajo y volvieron a abrirse fábricas y la gente volvió a tener dignidad, mucho mejor. Ahora tenemos cuatro carnicerias.
- Hay que seguir empujando, entonces -reflexionó Luciano M., mientras el hombre embolsaba la carne y anunciaba el precio a pagar: 32 pesos.
- Más bien. ¿Te acordas lo que eran los que nos gobernaban en los noventa? No sólo nos hambreaban; también nos hacía pasar papelones en el exterior. Fijate lo que es nuestra presidenta ahora.
- Un lujo.
- Por favor... -exclamó el hombre de tonada tucumana, pelo ralo, y dedos de morcilla.
El nene, que durante toda la conversación había prestado una cansina atención, cobró, y entregó el vuelto.
Luciano M. los despidió con su mejor sonrisa. Ellos devolvieron un ruidoso saludo. El hombre saludó a la mujer que esperaba en la fila, y siguió con lo suyo.
Mientras Luciano M. caminaba por Crisólogo Larralde, se encontró silbando la cumbia que sonaba en el super Chino. Estaba contento. Y confiado.
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