Buscar dentro de HermanosDios

Termómetro Social IX (La ESMA es nuestra la puta lo que lo parió)


En el año 1999, por fin, me acerqué a Hijos por la Identidad y la Justicia contra el Olvido y el Silencio (H.I.J.O.S.). Era hora. Atrás quedaban varios años de proscripción con parte de mi propia historia. El barrio me había chupado por completo pero de todas maneras, con un ojo, espiaba cómo el movimiento de derechos humanos le hacía frente a la impunidad de aquellos años. Incluso, a veces, lograba arrancar de la vereda a algunos de los pibes para marchar hacia el centro contra las leyes del perdón y los indultos. Las Madres siempre habían sido las Madres, pero también estaban ellos, y ellas, que tenían mi edad, y que armaban un soberano quilombo cada vez que ganaban las calles, irradiando frescura, rabiando rebeldía, y mostrando una organización e ingenio vanguardista.

Una tarde paré a uno en una marcha, le dije que quería participar, y a los pocos días fui a una cena de recepción, junto a otros que también querían sumarse. Nos hablaron de los puntos básicos de la agrupación (juicio y castigo, restitución de los hermanos apropiados, reivindicación de la lucha de nuestros padres, desmantelamiento del aparato represivo, horizontalidad, y otros), las comisiones de trabajo (escrache, educación, formación, hermanos, cultura, finanzas, revista, recepción y otras), y las asambleas semanales que se hacían los viernes a la noche en el local de la calle Venezuela. No hacía falta ser hijo de desaparecidos, asesinados, detenidos o exiliados (cuatro orígenes, los llamaban) para formar parte de la organización que en ese momento -sin proponérselo, quizás-, ofrecía la más renovadora manera de hacer política, enfrentando al poder no sólo para exigirle el juicio a los genocidas, sino también por la evidente crueldad social de un país demasiado injusto y doloroso. Había algunos peronistas, por herencia, pero las estructuras partidarias tradicionales estaban destruidas, el descredito era absoluto, y la consigna central de los Hijos por aquella época era: “Otro gobierno, la misma impunidad”. El oficialismo era el enemigo.


Me sumé, entonces, a la comisión de Educación, con la que recorrimos escuelas, colegios y universidades de la capital y del gran Buenos Aires, para contarles a los chicos quiénes éramos, cuáles eran nuestras banderas de lucha y por qué habíamos decidido organizarnos para hacer política, a pesar de que en la televisión y las revistas la clase política ostentaba poder mientras la Argentina se hundía en la miseria. Las asambleas, en el local, eran interminables, y el costo de darle la espalda a la verticalidad por momentos era alto. Las reuniones en las casas de los compañeros eran cálidas y no siempre productivas. Fuimos a Almirante Brown, al sur de la provincia de Buenos Aires, una soleada mañana de invierno, a aprender de la experiencia que un sector del incipiente movimiento piquetero construía en un territorio desolado por la desocupación, con sus huertas, panaderías y talleres de costura. Me embobé con algunos compañeros que por su formación, oratoria, sensibilidad, o empuje, se diferenciaban del resto. Me quedé con las ganas de acostarme con más de una compañera. Me enfiesté, eso sí, como todo el resto, cada vez que armamos un bailongo para recaudar fondos; y participé de manera activa de los escraches, esa maravillosa herramienta colectiva con la que dejábamos patas para arriba el barrio en el que vivía impunemente el torturador de turno.

Diciembre del 2001 me pescó dentro de la agrupación. El día 20 estuve en la Plaza, y después de los caballos sobre las Madres, los gomazos y las corridas, terminamos refugiados en el local de la calle Venezuela, convertido, ya entrada la tarde, en una trinchera popular para decenas de compañeros de otras organizaciones, entre ellos los motoqueros que aquella jornada tendrían un papel protagónico al enfrentar a la Infantería de la Policía Federal. Dentro del local, con la persiana cerrada, como si fuésemos delincuentes, o ratas de alcantarilla, hubo limones para el gas, pañuelos para la boca, arengas y abrazos. Incertidumbre, miedo y ganas de salir a matar.

Al poco tiempo abandoné el espacio, convencido de que se había cumplido un ciclo. El movimiento piquetero ganaba adhesiones y militantes clase medieros. Y las asambleas populares ofrecían la posibilidad de empezar de cero. Yo volví a las salas de ensayo, y al bajo, que era de dónde venía, y tiempo después fui padre. Había acumulado una experiencia de vida sustancial, aunque también quedó flotando en mi cabeza una pregunta inquietante: si la política era para mí. Había revisado, eso sí, mi historia personal, conectando puntos difusos de la historia de mi padre a través de algunos encuentros con compañeros que habían militando con él. También removí la historia junto a mi madre y su segunda pareja –la madre de mi hermano-. Pude despojar de heroísmo su figura revolucionaria, para humanizarlo, y verlo como un hombre de carne y hueso que como tantos otros decidió dar la vida por un proyecto político. También me animé a reclamarle su ausencia. La agrupación me dejó muchos compañeros, con quienes me volví a encontrar en la calle, y en las filas del kirchnerismo, cuando decidí volcarme, otra vez, y ahora sí de manera rotunda, a la política.

Hace unos días, y después de dieciséis años de lucha, los H.I.J.O.S. inauguraron su casa –la Casa de la Militancia- dentro de la Ex Esma. Ya no quedan hijos o hijas –enmarcados dentro de la organización- que duden del proceso político que nos cambió la vida a partir del 2003. Hizo falta un debate que duró años, puertas adentro -como le ha sucedido a la gran mayoría de los militantes del campo nacional y popular que transitaban la historia por fuera del peronismo-, para convencerse, porque a ninguno de nosotros nos prepararon para apoyar a un gobierno. Nunca estuvo en nuestros planes. Pero lo imposible sólo tarda un poco más.

El 27 de junio pasado, entonces, los hijos reivindicaron, una vez más, la lucha de nuestros padres, la nuestra, las prácticas políticas de la agrupación, la solidaridad, el sacrificio, el compromiso, la búsqueda de justicia sin un solo acto de venganza, y también, subiendo el tono de una voz que se atoraba por la emoción, la figura de Néstor Kirchner. Arriba del escenario, junto a Paula Maroni y Carlos Pisoni, dos de los referentes de la agrupación, estaban sentados el secretario de Derechos Humanos, Eduardo Duhalde, el secretario general de la Presidencia, Oscar Parrilli, y la Ministra de Desarrollo Social, Alicia Kirchner (fue ella quién cerró el acto). También las Madres y las Abuelas. Y abajo, mezclada entre la gente, Florencia Kirchner.

La realidad aprieta, acorrala, y las organizaciones deben re posicionarse cuando las riendas de la Nación están en manos de compañeros. Hacía tiempo que los militantes de Hijos acompañan las políticas de Estado de los gobiernos kirchneristas, pero ahora comparten foto con parte de sus funcionarios más importantes. No es para menos.

Enlazamos el documento leído durante la inauguración de la Casa de la Militancia. Es largo, y contundente, como cada vez que la agrupación sale a posicionarse políticamente.

Leer más...

River, mi buen amigo


Cuando hizo el gol Pavone, la emoción fue tan grande que lloramos. Con mi hijo Manuel, de 12 años recién cumplidos, lloramos. Fue una posibilidad, una descarga emocional de esperanza. Después, con la tragedia, no pudimos llorar. Creo que fuimos haciendo el duelo en los últimos días. River tiene una enfermedad grave, estuvo agonizando este último tiempo y nosotros fuimos viendo desde el Monumental como se derrumbaba, como le costaba respirar cada vez más. Wen sí lloró al final, cuando el agua agredía la tribuna Sivori. Wen lloró al lado nuestro como miles de hinchas. Es sano llorar cuando uno está triste. Lo que no es sano es creer que el fútbol es lo más importante de la vida.

El año pasado nos hicimos socios de River. Un sueño cumplido para Manuel. Siempre fuimos bastante a la cancha pero este último año fuimos a casi todos los partidos de local. Vimos en la cancha la debacle. Festejamos cuando convocaron a Cappa, escribimos esto: estábamos felices. Cuando lo echaron escribimos esto. Nos putearon en japonés. Un anónimo escribió:

River, en este momento, tiene que dejar de lado su "progresismo" porque no tiene tiempo. Se agota. Yo prefiero zafar de la promo. Hoy zafo, mañana un proyecto donde River sea una cooperativa.

Los mediocres creyeron que JJ López nos garantizaba zafar de la promoción. Habría que empezar una campaña: “Fox Sports miente”. Les hicieron creer a muchos hinchas de fútbol que vestir traje y corbata y jugar con 8 defensores era lo nuevo.

Estamos en la B, con mayúscula. No sabemos que hubiera pasado con Cappa pero me hubiera dado mucho más orgullo irme a la B con un intento de identidad futbolística. No importa si Cappa es un versero, un trosco o mufa. Cappa tenía una propuesta con la cual intentaba ganar. La única propuesta de López era no perder y cuando lo único que querés es no perder, perdés. Es así. Pero lo más triste es que esa impronta se la haya morfado River.

River se fue al descenso porque traicionó a su historia. Y se va humillado, como Cobos.

Cuando Cobos emitió su voto no positivo parecía Cristo. Hoy la historia lo puso en su lugar: un político mediocre, encandilado en un segundo de gloria por las cámaras y lo espontáneo. River le ganó a Boca con ese cabezazo de Maidana y el plantel era Cobos viajando por la ruta 9 y festejado con los sojeros. Nos estábamos comprando el boomerang más grande de la playa.

En otras palabras. Para pasar esta humillación, la hubiéramos pasado intentando encontrar un estilo futbolístico y no tirando pelotazos buscando el error del rival con dos tercios del equipo atado a sus obligaciones defensivas. Eso me da más vergüenza que la misma B.

Charly estiró su cuerpo y se subió sobre la pared superior de la platea San Martín para ver qué pasaba. Hacía media hora que había terminado el partido. Cuando se bajó dijo: es el 20 de diciembre: por allá están tirando gases, acá abajo se están dando con todo y por Alcorta hay un par de focos de fuego.

Lo más fácil para explicar esto es decir que hay energúmenos, barras, locos, patoteros, etc. Hay algo de eso pero terminar el análisis ahí es escapar al conflicto. Que se haya producido un pequeñito 20 de diciembre quiere decir que hay fenómenos sociales que tenemos que empezar a mirarlos con más profundidad y no sintetizando con el famoso: los violentos de siempre. En primer lugar la reacción violenta hacía el club fue creada, como Frankestein, por la misma lógica institucional que tradicionalmente alimenta, con sectores de la política y de la policía, a muchos barras bravas. River alimentó toda la vida a los que hoy hicieron más quilombo. Les dio de comer con entradas, banderas, micros, bombos, lo que quieras. Son fieles en tanto puedan seguir con el negocio y no quedar humillados ante otras barras. Con River en la B, la barra pierde prestigio, poder, guita y fama. Y entonces hay que romper todo. Son ellos los que hicieron los mayores quilombos. Pero a esto hay que sumarle otro factor. Muchos pibes se suman al bardo porque son producto de una mezcla entre cierta pasión exacerbada que se promueve culturalmente hace tiempo en nuestro país con la falta de proyectos personales. Cuando vos dejás tu vida ligada exclusivamente a lo que pueda pasar con tu club, un día eso va mal y entonces sos capaz de cualquier cosa. Esto hay que entenderlo, aunque parezca ridículo. Porque estamos acostumbrados a dar crédito solamente a aquellos que dejan el cuerpo por convicciones políticas. Aunque nos parezca una pelotudez, hay gente que “dejaría su vida” por los colores de una camiseta. Preguntémonos por qué pasa eso y no nos quedemos en el desprecio y la subestimación. Ese tipo, entonces, rompe, pega, agrede, porque se siente estafado, basureado, impotente, ante la falta de esfuerzo y compromiso de los jugadores, técnicos y dirigentes. Este tipo de gente no es como los barras, no se involucran en nada, ni siquiera en la corrupción, pero les echan la culpa a todos: bien argentino. Y rompen todo también.

El resto de los hinchas, la absoluta mayoría, se fueron caminando con la cabeza baja a sus casas.

En lo que sí coinciden casi todos los hinchas de fútbol es en el desprecio que tienen a la Policía Federal Argentina. Cuando hay que buscar un enemigo cerca, siempre está la policía. Parecía que habían sido ellos los que nos mandaron a la B. Es impresionante como enfrentarse a la policía es símbolo de enfrentarse a los culpables de todo. Esa es la imagen que ha alcanzado nuestra policía federal. Vamos a tener que laburar muchos pero muchos años para revertir esa imagen. La han usado para las peores acciones de la vida social y política en Argentina y todavía lo están pagando. El desprestigio es muy profundo.

A diferencia de la Federal, River sólo tuvo tres años muy malos y estamos a tiempo de revertirlo y de recuperar el prestigio pronto. Estamos en una época donde lo inesperado sucede. La mayoría son buenas noticias, esta es muy mala.

Cuando estaba en la secundaria tenía muchos sueños pero había dos que parecían imposibles: que vengan los Rolling Stones y que se juzgue a los milicos asesinos. En esa época River ganaba campeonatos todos los años y vimos todas las vueltas olímpicas en la cancha. Estamos en épocas donde se derrumban mitos, donde los presidentes se parecen a su pueblo. Quizás River para entender esto tenga que caer en este pozo de lo inimaginable, hundirse. No podemos estar más abajo que esto, todo lo que sigue es para subir. River es un buen amigo, ni nuestro padre ni nuestro hijo. River es un buen amigo, no es nuestra vida. River es mi buen amigo. Lloremos lo que tengamos que llorar. Vamos a volver.

Leer más...

Cristina, Fogonazos y la camiseta

Cristina oficializó su candidatura
y conducirá los destino de la Patria
otros cuatro años.
La edición de doscientos ejemplares de "Fogonazos" se agotó.
Sólo falta que el domingo saquemos pecho
y hagamos pesar la grandeza de la camiseta.

Leer más...

De la mano de Hebe de Bonafini y Juan Incardona, MPMP vuelve al EcuNhi



En el espacio cultural que Hebe de Bonafini y sus compañeras levantaron dentro de la Ex Esma, y junto a Juan Incardona, a cargo del área de Letras, sacamos a la cancha un nuevo volumen de MPMP.

Sábado 25 de junio, 19.00 horas. Poesía, narrativa y música en vivo, en la sala de proyecciones del Espacio Cultural Nuestros Hijos de la Asociación Madres de Plaza de Mayo.

Leer más...

Ellos somos nosotros (entrevista a los abogados de las Abuelas de Plaza de Mayo)

El llamado cayó el viernes al mediodía, en medio de una reunión de trabajo. "Necesitamos una entrevista con los abogados de las Abuelas". "¿Por el fallo de ayer?". "Exacto. 9000 caracteres, e intentá sacarle un buen título". Luego de algunos llamados, y por medio de la buena disposición de algunos compañeros, logramos combinar una entrevista para última hora de la tarde con Mariano Gaitán.

Ir a la casa de las Abuelas siempre afloja las piernas. Están escribiendo lo mejor de nuestra historia y para nosotros es un enorme placer tocarles timbre, traspasar la puerta, hojear su semanario, mirar las fotos y placas, o escucharlas en la penumbra de la sala de reuniones de la calle Virrey Ceballos. Lo mismo con los nietos recuperados -perlas encontradas en el lo más profundo del lodo-, o en este caso, los abogados, que son todos pibes -y pibas-, que aparte de ser profesionales por los que cualquier exclusivo y tradicional estudio jurídico pagaría fortunas , son tan militantes de la causa como cualquiera de nosotros.

Acá, la nota que finalmente salió publicada en Miradas al Sur.

Lo más rico de la hora y pico que estuvimos con ellos, sin embargo, floreció, como suele suceder, cuando apagamos el grabador, porque tanto ellos como nosotros nos deshicimos de las cuerdas que impone el periodismo, y en el plano de la informalidad, charlamos acerca de su compromiso con la causa que podría cambiar de manera definitiva la relación entre la política y los medios hegemónicos de comunicación. "La estocada final".

Mariano y Alan son de carne y hueso, como nosotros. Te los podés cruzar en un fútbol 5, un asado o hasta un fiestón, y el ida y vuelta, de pie, en su oficina, valió mil notas. Justamente por esa sensación de que ellos somos nosotros.

Leer más...

Cicatriz (Velez-Peñarol)

* por Adhemar, un amigo con el que hemos compartido años de fútbol, y vida.

Suena mi teléfono, son las once de la mañana, mi esposa me avisa que tiene que retirar a Jerónimo del jardín porque tiene fiebre. Tiene 4 años. Canta con la boca torcida todas las canciones de cancha, gesticula, se agarra la cabeza, mueve su brazo al compás de los temas, acompaña con estético movimiento también su muñeca. Ha adoptado todos los modismos del concurrente asiduo a una tribuna popular por más que su padre, es decir yo, siempre lo lleve a la platea. Ayer Vélez quedó eliminado y hoy Jero tiene fiebre.

Lautaro tiene siete y también fue testigo de la eliminación. Se agachó y se puso en posición de cuclillas con la cabeza mirando hacia abajo y una mano entrecruzada con la otra. Su castaña melena cae al estilo catarata. Mientras tengo a Jero a upa, miro incrédulo el festejo manya y con mi mano izquierda acarició la cabeza de mi otro hijo; la muevo de un lado al otro intentando que despierte de su derrotada postura, sigo insistiendo y nada genera. Me siento. Ahora Jero apoya su cabeza en mi hombro, no quiere ver hacia el campo de juego. Abrazo a Lautaro, pero él permanece en su posición. Vuevlo a insistir. Lo abrazo con más fuerza e inclino mi cabeza hacia la suya. Permanecemos así durante varios minutos, del otro lado del estadio y del rïo retumban festejos ajenos.

Como puedo lo obligó a levantar su mirada. Le cuesta. Lautaro es orgulloso, dulce y orgulloso, caiñoso y orgulloso, compañero y orgulloso. No es fácil pero lo consigo. Nos miramos. Tiene los ojos repletos de lágrimas pero no se va a permitir largarlas. Le digo que llore, que libere, que exorcise ese dolor. No lo va a hacer. Por más que no lo haga, yo se que está llorando. Ya se que esa cicatriz lo acompañará el resto de su vida.

A mí también de chico Vélez me dejo una herida. Quedé lastimado después del zapatazo de Batista en el Nacional´85 en el Monumental. Tampoco lloré esa noche en la cancha, aguanté, llegué a casa; mi vieja había recalentado los ravioles que anteriormente había servido a mis hermanas que se quedaron a escuchar el partido en mi casa de la calle Arregui. No quise comer y me acosté, desplomado, y ya solo con mi almohada de testigo, rompí en llanto.

En esa oportunidad era hijo. Pasado el tiempo, y con esa cicatriz a cuestas, vinieron las éxitos y los sueños cumplidos. Inimaginadas vueltas olímpicas abrazado a mi padre, quien a su vez hacia lo propio con el suyo añorando la presencia de los que ya no están.

Ayer fuímos los tres. Valentina con doce años miraría cabalísticamente el partido por tele cubierta por la camiseta de la V azul junto a su madre. Esta vez las mujeres también quedaron en casa. Los tiempos pasaron aunque no todo cambió mucho por más que ahora vaya el partido por cable y aire evidenciando la evolución.

Crecimos. Vélez también creció. Y mucho. Ayer el Amalfitani evidenció tajantamente esta realidad inocultable. Somos grandes y ha quedado demostrado. Hoy el grande también soy yo. Y soy yo quien añora la presencia de su viejo. Están los chicos. Y son ellos, con su primer cicatriz, quienes ratificaron en la dolorosa noche de ayer ese amor fiel, perdurable, heredero y desinteresado.

Me suena de nuevo el teléfono, son las cuatro de la tarde, estoy intentando trabajar en la oficina pero cuesta. Es mi mujer. Jerónimo quiere hablar conmigo, la fiebre le ha bajado. Me quiere decir algo, tomo el teléfono y le escucho esa voz tierna, pícara y sentida diciéndome “pa, el lunes quiero ir a la cancha a ver Vélez porque aunque ganes o pierdas no me importa una mierda”.

Leer más...

La altura de Sebastián Basalo y el salvajismo de Claudio Izaguirre

El video ilustra parte de esas tantas argentinas que conviven dentro de nuestro país.

Del lado izquierdo de la pantalla, Sebastián Basalo, director de la prestigiosa y masiva revista THC, un pibe de menos de treinta años que milita fervientemente por la despenalización del consumo de drogas y el auto cultivo, y del lado derecho, el hombre que dirige la Asociación Antidrogas de la República Argentina, Claudio Izaguirre. En el medio, Gerardo Rozin, conductor del programa. Basalo expone sus ideas, aporta estadísticas, argumenta por qué tenemos la imperiosa necesidad de modificar la actual ley de drogas, y sufre en carne propia la persecución y cárcel que sufren miles de pibes de nuestro país -en su mayoría pobres-, por consumir marihuana o tener plantas en su casa. Izaguirre es una máquina de disparar lugares comunes, ofensas y bríos de machito campeón, sin lograr, en ningún momento, ponerse a la altura de las circunstancias. Ante un argumento irremontable que le tira Basalo, el hombre monta una ofensa, agrede, escupe intolerancia y odio, y rompe las reglas televisibas. Rozin, estupefacto, no sabe que hacer, y suponemos que se arrepiente de haber sentado en su mesa a la bestia. Basalo acusa al gorila de haber encabezado una antimarcha de la despenalización, junto a grupos neonazis, pocos días atrás. Y ahí empezamos a entender todo.

Navegamos el sitio de la Asociación Antidrogas. Impulsan la candidatura del Ex Presidente Duhalde, y entre los pergaminos que se muestran de su carrera, rebasan menciones institucionales de la era menemista. El círculo cierra cuando vemos otro video, de hace unos pocos días atrás, con los mismos actores, la misma discusión, y una desvergonzada catarata de críticas hacia el gobierno nacional de parte de éste operador político de Duhalde, que si alguna vez tuviese responsabilidades como funcionario público habremos retrocedido no años, sino siglos, en la construcción de una patria más justa, libre y soberana.

Dios nos libre de esta bestia despiadada.

Toda la solidaridad con los pibes de la THC, su construcción política y su lucha.

Leer más...

Más poesía Menos Policía Volumen XI


La primera edición de MPMP del 2011. En el ECuNHI, a finales del mes de junio.

Leer más...

Termómetro social VIII (el ataque de un Pitbull)


Imprevistamente, y con la brevedad de un pestañeo, te cambia la vida. Las balas pican cerca, uno escucha por ahí, y por acá. Hasta que mañana, de tarde o de noche, un acontecimiento, arbitrario, arremete con la fuerza del odio, y desmantela el precario orden de la cotidianeidad.

Caminabas hacia el supermercado “Día” de la avenida Monroe, en el barrio, calidamente sosegado por el sol de media mañana de estos días. Pensabas, seguramente, y con cierta satisfacción, en alguna de las tantas responsabilidades que te cargaste desde que empezó el año. Cruzaste Blanco Encalada -venías por Holmberg-, y cuando pisaste el pasto descuidado de la plaza de enfrente, sentiste algo así como un golpe, un súbito y violento zarandeo en el brazo, a tus espaldas. Cuando te diste vuelta, no tuviste tiempo para racionalizar la escena: un pitbull marrón claro, petacón y endiablado, gruñía y tiraba tarascones a la altura de tus pies, dispuesto a destrozarte. Le pusiste por lo menos dos patadas en el hocico, lo recontra cagaste a puteadas, pero claro, el animal, no aflojaba. Con la pulsación a mil revoluciones, retrocediendo de espaldas, trastabillaste, y caíste al suelo. Te pusiste de pie casi de inmediato, volviste a disparar patadas impulsado por el terror que te sacaba el aire, y al fin, la bestia, retrocedió. Recién ahí miraste tu antebrazo derecho: un agujero profundo, de tres centímetros de ancho, del que irrumpía el rojo pastoso de la carne macerada. La sangre te había ganado el brazo, y caía, pesada, sobre la tierra reseca del descampado. No había nadie para auxiliarte, o solidarizarse.


Luciano M. huyó despavorido del lugar, confundido, en trance. Cuando llegó a la avenida ya sabía que su destino era el hospital Pirovano, y no algún sanatorio de su obra social y estatal, Unión Personal. Entró en un barcito y pidió una servilleta para frenar la hemorragia del brazo. La chica lo miró espantada. Sus ojos transmitían desconfianza, pero enseguida trajo dos o tres hojas de un rollo de cocina. Gracias, me mordió un perro, informó Luciano M. Como la avenida está cortada hace un par de meses –y así seguirá durante diez más, porque Macri está construyendo un fastuoso túnel a la altura de las barreras del tren-, tuvo que dar la vuelta, y trotar unas ocho cuadras hasta el hospital. En el camino percibió la mirada suspicaz de los vecinos: podía ser un rocho que acababa de tirotearse con la policía, así, con el brazo lleno de sangre, la frente transpirada y la piel de la cara todavía pálida del susto.

Recién te atendieron a los veinte minutos. Ya no te sangraba, pero te dolía. En la sala de espera, mirando Crónica TV –caso Belsunce-, te miraste la herida más de una vez –¡morboso!, pensaste-, y no podías creer que ese agujero espantoso estuviese calado en tu brazo. Te llamaron, por fin. Le contaste la historia a la médica -hija de japoneses, joven, pura vocación de servicio-, esperando algún tipo de consentimiento, pero a cambio, en silencio, la flaca te limpió, cosió, y recetó antibióticos, analgésicos y la antitetánica. Quiero hacer la denuncia, le dijiste, ese animal es un peligro, capaz que ahora mismo se está comiendo a uno. Andá a la 37, dijo ella, que ya estaba en la puerta interna de la sala, hablando con un colega sobre un caso médico, frente a un pasillo de la guardia lleno de desgraciados.

Hacía quince años que no entrabas a la comisaría. Te abrazaron los recuerdos, ¿no? Lo primero que te llamó la atención fue el enorme afiche, vertical, en el medio de la recepción, del Ministerio de Seguridad. Se anunciaba el servicio de un 0800 para hacer denuncias contra la policía que todavía no entendió que los tiempos están cambiando, o que son funcionarios del Estado y que como tales deben respetar las instituciones y cuidar a la ciudadanía. Contento por estar corroborando con tus propios ojos hechos que ya te habían comentado, ves que en un pequeño plasma, en uno de los vértices de la sala, pasan un corto institucional del Ministerio, en el que aparece Garré transmitiéndoles a los cincuenta y tres nuevos comisarios de la Federal conceptos democráticos de seguridad. Muy bien, vamos muy bien, pensaste. Te atendió un ayudante, por fin. Rivas. Le contaste la historia. Qué bicho hijo de puta, confió él, mientras redactaba la denuncia con un prolijo registro de tono jurídico-policial, con puntos y comas pero sin acentos –interesante para la ávida mirada de un periodista de policiales, calculaste-. Rivas te pidió con tono neutro los datos del dueño, la casa, los testigos y el color del cielo, elementos que, te diste cuenta en ese momento –salvo el cielo- no conocías o no habías registrado. Vos, justo vos, un ser excesivamente racional, tomaste conciencia, ahí, sentado en la 37, que ante el ataque del animal te comportaste a puro instinto, y que si hubiese aparecido el dueño, le hubieras destrozado el cráneo con un cascote. Podía haberle pasado a un nene, o a una vieja, o a cualquier otro desprevenido, y directamente lo mataba, le dijiste, angustiado, a Rivas. Y el ayudante hizo un movimiento aprobatorio con la pera. Firmaste la declaración, en la que quedaba asentada una denuncia penal, y leyéndola, te agarró un poco de cagazo, porque los dueños del pitbull, te había comentado la farmacéutica de la cuadra, eran unos uruguayos con fama de jodidos.

Luciano M. entró al Durand a media tarde. No había mesa de entradas, ni carteles que informaran nada. Preguntó, y le dijeron “por allá, en el otro pabellón”. Caminó por un pasillo, salió a un patio, y ahí fue que cruzó miradas con dos hombres de gestos duros, que tenían las muñecas esposadas; estaban sentados sobre un escalón, esperando que los atendiese un médico, supuso, custodiados, a dos o tres metros de distancia, por tres hombres del Servicio Penitenciario Federal. Uno de ellos tenía en la mano un celular del que sonaba una cumbia. A pesar del aparente clima distendido –había uno que tarareaba la canción-, Luciano M. sintió que atravesaba no un pasillo sino una pared. En el pabellón preguntó de nuevo, y le indicaron una puerta. La abrió, y se encontró con una fila de diez personas, en su mayoría mujeres con un nene en brazos y el otro tirándole de la campera, y hombres solos o jubilados. Ninguno hablaba, y sus caras tenían la misma resignación que el color crema pálido de las paredes del pasillo. No era ahí, sino unos metros más adelante: vacuna antirrabica. Esperó, y al rato lo atendió un doctor de unos sesenta años, que tenía lentes, el pelo corto, y un tic sorprendente: torce un milímetro la cara, hacia la izquierda. Luciano M. volvió a contar su historia. Te lo aseguro: los dueños del perro son delincuentes, y lo usan para ir a robar, dijo el hombre, éste es un país de salvajes, remató. No me parece, devolvió el paciente. El hombre, entonces, frunció el entrecejo: vos estás en política, ¿no? Me gusta, sí. ¿Sos de algún partido?, se atajó el doctor. Soy oficialista, me parece que son lo mejor que nos pasó en décadas. ¿Ocupás algún cargo? No. Tenés razón, dijo el hombre, y se sacó los lentes, y apoyó el cuerpo en el respaldo de la silla, para decir: yo también creo que son lo mejor que hay. Charlaron varios minutos de la recuperación económica, los juicios a los milicos, la iglesia católica, la muerte de Néstor Kirchner –él la manejaba a ella, ¿no?, insinuó en un momento-, las elecciones de octubre, y en todo momento, Luciano M. sintió que el hombre que había delante suyo tenía más de una cara, y que la que le estaba mostrando ahora, era sólo para la ocasión. El doctor, de todas maneras, estaba exultante. Le gustaba charlar de la Argentina, y de la pasión política recuperada por los Kirchner, que incluso, ahora, hasta había ganado el rincón opaco de su consultorio antirrabico. Cuando se despidieron, Luciano M. le pidió su nombre, por caballerosidad, y el otro, perseguido con alguna idea alucinada y montonera –en algún momento de la charla confesó que era ex policía- asestó, rígido, sólo su nombre de pila: Jesús -el hombre de delantal blanco que varias veces repitió una frase célebre: mi único Dios fue mi padre-. Luciano M. fue a una sala contigua, donde la enfermera primero se quejó por lo largo que hacía las consultas el doctor, y después, lo vacunó. Ya dirigiéndose a la salida, en el pasillo se volvió a cruzar con los presos y los agentes de SPF, y de nuevo la profundidad de unas miradas que hablaban de otro mundo.

Cerraste una jornada, decididamente diferente, al borde del lago del nuevo y renovado parque Centenario macrista –que no está nada mal, hay que decirlo, a pesar de las rejas-. Leíste, bajo el cálido sol del atardecer, varias páginas del fenomenal guión que escribió Quentin Tarantino, después llevada al cine por él mismo: Bastardos sin gloria.


El pitbull, la violencia, la fugacidad con la que un acontecimiento te sacude la modorra, los servicios públicos, las necesidades de la gente, la deuda social, tu condición ineludible de burgues, los cambios en la policía, y la literatura como vía de expresión de tus deseos y miserias. Todo eso junto, Luciano M., zapateándote la cabeza, como si fueses la hormiga que a tu lado, cargaba alimento, laboriosamente, hacia su cueva.

Leer más...

Termómetro social VII (Álbum del Clausura Néstor Kirchner)


A la media hora de la cadena nacional en la que nuestra Presidenta anunciase la puesta en marcha de la ley de medicinas prepagas, y un par de horas después del fallo chaqueño que condenó a perpetua a los responsables de la masacre de Margarita Belén, con mi hijo volvíamos a casa por la calle Freire, en Colegiales. La noche de otoño ya había ganado la calle, y yo, al volante, intentaba sacarle algunas palabras acerca de su lunes. Pasábamos frente al kiosco donde hacía unos días habíamos comprado los primeros paquetes del Clausura Néstor Kirchner, a 1 peso cada uno, y los dos al mismo tiempo, al torcer el cuello, pegamos el grito: ¡el álbum!

Bajamos, y le dijimos a la dueña que queríamos uno. Lo tenía adherido a la vidriera, bien a la vista. Sale como loco, ¿no?, dije, con seguridad. Me lo sacan de las manos. ¿Y las figuritas? Lo mismo: vuelan. El tema es el precio, me parece, dije, mientras agarraba el álbum que ella me pasaba por una ventanita circular. Y qué te parece, suspiró, todas las figuritas deberían valer esa plata. Un precio popular, subrayé, y aparte, con Santino, y lo miré –ya estaba hojeando el álbum, a la altura de mi cintura-, nos gusta Néstor Kirchner. Me parece muy bien, devolvió ella, mientras agarraba los diez pesos que le daba por el álbum y cinco paquetes, a mí también me gusta.

Nos despedimos, entre sonrisas, y deseos de buena semana, llenos, contentos, con la certeza compartida, implícita pero no dicha, de que estamos bien, y que vamos a estar aún mejor.

El álbum, hay que decirlo, es barato. No sólo en precio: también en calidad. Viene con otro sub álbum adentro, sí, el de la Copa América, pero no se esforzaron mucho los ¿compañeros? en la presentación del producto. Colores opacos, poco y nada de diseño, diagramación básica.

Mi nene nota la diferencia con el resto de los álbumes. No es salame. Tranquilamente podría decirme algo así como “esto es una garcha, pá, prefiero mil veces los otros”, pero no. Todavía no dijo nada, y es más: pegamos las figuritas -sentados en la alfombra de casa, descalzos, habiendo tirado la ropa hacía dos segundos en cualquier parte-, del Patito Rodriguez, el Pelado Silva, la formación de Tigre y Argentinos, el Burrito Ortega con la camiseta de All Boys, el Bichi Fuertes, el Pochi Chávez y Leandro Somoza, entre otros, con la cálida familiaridad que te ofrece el hecho de verlos jugar todos los fines de semana en el Fútbol para Todos.

Para miles de pibes, imagino –entre ellos mi hijo, que se da el gusto de coleccionar los tres álbumes de fútbol que hay en la calle en este momento-, éste álbum quedará en la historia, como tantos otros, con la particularidad, no sólo de ofrecer precios populares, sino también, por la ilustración de Néstor -en el retiro de la tapa-, picando en punta, con toda la mediocridad junta de la oposición –a través de sus referentes-, intentando alcanzar sus tobillos, situación, por cierto, que nunca, pero nunca jamás, lograrán.

Leer más...

Manu y Santino Dios

Manu y Santino Dios