Desde el Programa "Educación y Memoria" del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, con quienes asistí a un par de escuelas el año pasado para contar algunas experiencias pasadas y actuales, en relación a la militancia a favor de los derechos humanos, me invitaron a escribir algunas líneas, ya que Claudio Altamirano, va a sacar un libro contando su propia experiencia, al frente del Programa.
Pararme frente a decenas de chicos y chicas del primario y secundario siempre me despertó profundas emociones. Nudo en la garganta y lágrimas aguándome los ojos. Es inevitable. Mis tripas sobre la mesa y la atención respetuosa de los chicos se traduce, invariablemente, en una experiencia fuerte. También implica una responsabilidad. El primer cimbronazo llega de la mano de los nervios, a pocos minutos de la presentación, el paso al frente, y las primeras palabras. En general llevo un punteo con el que pienso repasar mi experiencia personal y colectiva en el marco de una organización, y aparte algunas ideas para que queden rebotando dentro del cuerpo de los chicos. No siempre logro respetar el punteo, claro, y cuando las emociones me ganan el pecho, las palabras salen solas, inmanejables.
Siempre nos pareció importante que los pibes escuchasen el relato directo de un hijo de desaparecidos, porque tanto nuestros padres como nosotros somos personas de carne y hueso, con muchas de las virtudes y miserias que en definitiva tiene cualquier persona. Uno de los objetivos que nos propusimos para nuestras presentaciones delante de los pibes fue humanizar esas siluetas, y ponerles nombre, apellido, barrio, profesión y cotidianeidad. Bajarlos a tierra. En definitiva, nosotros -los hijos de aquellos hombres y mujeres a quienes siempre reivindicamos como militantes populares, aparte de estudiantes, trabajadores, artistas, o lo que fuese-, convivimos con un drama no tan distinto al que cargan tantos otros sobre sus espaldas: la pérdida. No somos los únicos que perdieron a los suyos. La diferencia está en el pliegue político de la cuestión. Se los llevaron porque querían hacer una revolución. Les dieron con una saña inaudita porque existía la posibilidad cierta de modificar la matriz económica de un país históricamente desigual. Se hablaba del hombre nuevo y los cambios llegarían con las armas. Es a partir de esa distinción, irreparablemente dolorosa e indignante, que nosotros pudimos abordar, justamente, la cuestión de la política, esa herramienta con la que se puede mejorar la calidad de vida de nuestro pueblo, en especial la de aquellos que menos tienen.
El proceso político iniciado en mayo del 2003, nos modificó el paradigma, y pasamos de la trinchera y la resistencia, a reivindicar las políticas públicas a favor de la Memoria, la Verdad y la Justicia.
Nuestro principal deseo, y objetivo, pensando en los chicos con los que charlamos a lo largo de los últimos años –hablo por mi experiencia en H.I.J.O.S. a fines de los noventa y también por el Observatorio de Derechos Humanos en la actualidad-, fue despertarles una inquietud en relación a la organización como parte de nuestros principios de vida. Poníamos el ejemplo de nuestros espacios, cuando pasamos de las primeras reuniones en la casa de un amigo a convertirnos en espacios de militancia concretos realizando acciones que lograban cierto rebote. Siempre quisimos dejar esa semilla en el aula, para que después sean los chicos quienes la rieguen, y dejen de lado las individualidades para edificar un colectivo, porque es de esa manera junto al otro, espalda contra espalda, que se comienzan a construir los primeros sueños compartidos, las lucha en la calle y, quizá, con el tiempo, las flores más preciadas, que son las conquistas.
Hoy, muchísimos pibes han vuelto a organizarse. Con la misma pasión que se pone en la tribuna de una cancha o el césped de un recital de rock. Festejo esta nueva coyuntura porque el día de mañana será mucho más complicado, para aquellos que operan desde las sombras defendiendo los intereses de los grupos concentrados y antipopulares, pasarnos por encima.
De eso se trata, me parece. Nuestra historia personal, nuestro legado –a su vez, en muchos de los casos, heredada de nuestros padres-, puesta en función de los que siguen, y un país más equitativo y con igualdad de oportunidades.
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Pararse frente a los pibes de los colegios a hablarles de organización
Subido por
Mariano Abrevaya Dios
on martes, 11 de enero de 2011
Etiquetas:
DDHH,
Kirchnerismo,
Relatos
2 comentarios:
las flores que se cultivan nacen de las semillas que con estas actividades crecen, se desarrollan y se mutiplican.
Lo que hacen es dar testimonio y con el transmiten laa historia de tantos hombres y mujeres valientes que amaban y querian un mundo mejor. Gran tarea y hermosas las flores que están naciendo
Perche non:)
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