Mientras Mauricio Macri intenta copiar la experiencia oficial de los festejos del Bicentenario, armando una feria con estilo europeo en la plaza San Martín, Retiro, para que la ciudadanía que trabaja por la zona mire los partidos del mundial bajo acartonadas banderas argentinas y carteles muticolor de las más diversas marcas nacionales y extranjeras, nosotros nos preparamos para el debut de la selección de Maradona en casa, junto a nuestros hijos, hermanos y amigos.
Diego fuma los habanos que le manda Fidel directamente desde la isla, mientras entrena a sus jugadores en la cancha auxiliar de la concentración que coparon en la Universidad de Pretoria. A modo de cierre, metió a medio equipo en un arco, y al resto les dijo que los re caguen a pelotazos desde afuera del área. Una vez que menguó el fusilamiento con pelotas adidas, los del arco agarraron las que les quedaron a mano, y contestaron. Una escena casi adolescente, por lo lúdico, y por las risas.
Las banderas, gorros, bufandas, carteles y escarapelas que ahora ganaron la calle, intuyo que se fueron colgando de los balcones, taxis y vidrieras, el mismo 25 de mayo, cuando quedaba claro que no daba quedarse afuera de la fiesta bicentenaria. Se nos viene encima el mundial y el celeste y blanco aprovechó para quedarse.
Lo dije a fines del 2009: Maradona nos saca campeón del mundo, gana Néstor en octubre del 2011 en primera vuelta, y el pueblo argentino tiene garantizado dos de sus años más felices (y no tuve en cuenta, en ese momento, los sucesos del Bicentenario, sin lugar a dudas, inolvidables).
Suerte, Diego.
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