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Historias de cuarentena (1)

Por Mariano Abrevaya Dios

Jorge Ludueña recuperó la libertad un par de horas antes de que Alberto Fernández anunciase la cuarentera obligatoria en todo el país. Estuvo encerrado en el penal de Batán, cerca de Mar del Plata, durante cinco años, por un robo a mano armada. Ingresó a su casa, en Berazategui, de noche, cuando el presidente ya había finalizado su discurso. Al llegar al barrio notó un clima enrarecido, los vecinos estaban en las puertas de sus casas, en grupos, iban y venían por la cuadra, tenían los televisores encendidos, pegaban algún grito. Su hermano no estaba. Hacía varios meses que no tenían contacto. Mejor. Le había dejado una nota sobre la cama; se había ido a lo de su novia, en Quilmes. La heladera estaba pelada. Se pegó una ducha y encaró hacia el Chino. Nunca había visto tanta gente ahí adentro. Fue como chocarse de frente contra una pared. Se despabiló con un movimiento de cabeza y fue a buscar lo suyo. En la góndola de los fideos y el arroz, toda revuelta, estaba Violeta, la amiga de su madre que vivía a la vuelta. Lo saludó con una sonrisa y le posó la mano en la mejilla. Pero en seguida lo dejó solo, rehén de la paranoia que flotaba en el comercio. La gente cargaba productos en las bolsas sin mirar. En la cola, que llegaba hasta la carnicería del fondo, trató de aislarse de los diálogos que unos y otros rumiaban mientras se comían las uñas y trataban de encontrar un culpable. Ya tenía consigo el corte de carne que se iba a asar en la parrilla del horno, y también la botella de vino tinto y un mantecol para el postre. Mañana sería otro día. El asunto de la guita lo charlaría con Ricardo, el pibe del ministerio con el que viene laburando desde hace medio año su vida en libertad. Fue él quien le avisó, por la mañana, que el gobierno probablemente ordenaría que todo el mundo se quede en casa. Son once días de aislamiento social y obligatorio, le dijo. Me los como crudos, pensó, ni bien le pagó al chino, que se estaba peleando con un hombre de bermudas, y apretó el paso en dirección a su casa.

1 comentario:

anita dijo...

Precioso cuento. Te atrapa en la segunda linea.

Manu y Santino Dios

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